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			CANTOS DE OFELIA 
			                                                           
			  La dulce Ofelia, la 
			razón perdida,  
                                                                                                  
			cogiendo flores y cantando pasa. 
                                                                                                    
			(Bécquer.) 
			I 
			La triste Ofelia soy; me 
			llaman loca  
			porque mi angustia a la razón invoca,  
			y al fin pierde la clama;
			  
			porque he sentido la acerada punta  
			del desencanto desgarrarme el alma;  
			¡porque no hay quien responda a mi pregunta! 
			Siendo el amor la fuente 
			de la vida,  
			¿no será un crimen extinguir la fuente?...  
			Si el que asesina a un hijo es filicida,  
			el que mata un amor ¿no es delincuente? 
			Si una mujer ardiente, 
			apasionada,  
			cual lo son los querubes,  
			encuentra al fin la realidad soñada;  
			si encuentra al ser que imaginó en las nubes;  
			si bebe la demencia en su mirada,  
			y aquel amor, por su fatal estrella,  
			no es del ser adorado comprendido... 
			¿Qué aguardáis para ella? 
			¿Qué le aconseja la razón?... ¿Olvido?... 
			¿No habéis medido nunca 
			esta palabra? 
			Cuantas divinas esperanzas labra  
			dentro del corazón el sentimiento,  
			todo un mundo de sueños realizado... 
			¿Puede arrojarse al viento,  
			sin arrojar con él todo el pasado?... 
			Olvido es negación, 
			abismo, nada,  
			y un alma que despierta apasionada,  
			con idólatra anhelo,  
			pone en el ser dulcísimo que adora  
			cuanto ve, cuanto siente, cuanto ignora,  
			su fe, su porvenir, ¡hasta su cielo! 
			¡Amor, para ella, es Dios! ¡Borrad ahora! 
			Borrad, borrad de un 
			alma inmaculada  
			los sueños, el amor, el idealismo,  
			que borráis a Dios mismo...,  
			y en aquélla existencia destrozada  
			veréis surgir la realidad desnuda...  
			Lo que queda es más negro que la nada... 
			¡Lo que queda es la duda! 
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			| 
			 II 
			Si el pensamiento, 
			cuando en sí no cabe,  
			confunde en lo insondable su albedrío,  
			¿culpáis al Océano, siendo el río?  
			¿Qué es la humana razón... ni quien lo sabe? 
			¿Y árbitros sois de la 
			razón ajena,  
			porque sois infinitos, los pequeños?... 
			¡Los que tenéis la fuerza de la arena,  
			sufrid las olas y el simún por dueños?... 
			La razón..., la 
			razón..., ¡gentil palabra! 
			¿Jamás ha de salvar el pensamiento  
			la corrompida atmósfera que labra  
			la humanidad dormida con su aliento?... 
			Mefítico vapor, órbita 
			impura  
			del pensamiento..., ¡inmensa nebulosa!... 
			Si el genio hace la luz, ¿no es la locura  
			la que enciende la chispa fulgurosa?... 
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			 III 
			¿No veis cuál brota 
			rayos mi dolorida frente?... 
			Mi faz esparce llamas, mi cráneo es transparente... 
			¡Cómo su disco ensancha la inmensa claridad!... 
			¿No veis?, yo tengo un nimbo, yo tengo una aureola,  
			mirad..., mirad cuál crece... ¿Por qué me dejáis sola?  
			¿Y ese tropel de sombras será la humanidad? 
			¿No veis? Ya soy un 
			rayo, que vuela y se desprende;  
			mirad, ya soy el disco de un astro que se enciende;  
			ya he roto de las sombras el fúnebre capuz;  
			¡ya para mí no hay noches, mis ojos las alumbran! 
			¿Qué tienen mis miradas? ¿Os hieren, os deslumbran? 
			¿Sabéis por qué no duermo?... ¡Porque yo soy la luz!  
			Las cuerdas de mi lira 
			se vuelven rayos de oro;  
			mis notas son de perlas raudal claro y sonoro;  
			mis labios son de fuego, mis besos de arrebol...;  
			mis sienes son dos alas..., ¡se escapa mi cabeza!... 
			La tierra entre las sombras a sepultarse empieza. 
			No..., no; es que yo me elevo...¡Como que soy el sol! 
			¿Por qué, mientras más 
			subo, más descender deseo? 
			Soy sol, pero estoy ciega; soy luz, pero no veo...;  
			soy luminar que encierra la noche en su interior. 
			¡Tal vez cuando era cuerpo los astros me envidiaban! 
			¡Dentro de aquella sombra los soler se filtraban!... 
			¡Memoria! ¿Qué fue aquello? ¿Fue por ventura amor? 
			
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