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José Asunción Silva

Nocturno III

Aurora

Juntos los dos

Enfermedades de la niñez

Nocturno

Estrellas que entre lo sombrío...

NOCTURNO III

Una noche,
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
 y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lángida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!

Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
era el frío de la nada…

Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!…

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AURORA

 Cuando en las noches pálidas de luna
cerca de tu ventana -una por una-
me cuentas tus hermosas ilusiones,
cuando de tu mirada soñadora
el rayo como lumbre de una aurora
ahuyenta mis enjambres de visiones;

cuando reclinas blanda la cabeza
en mi hombro y disipas mi tristeza
y me acompañas en mis locos sueños,
cuando de la ventura en el exceso
sellas mi dicha con ardiente beso
de tus labios rosados y risueños,

entonces como el náufrago -que asido
de una frágil tablilla- va perdido
y recuerda la plácida ribera
mientras la oscura noche negra y fría
y la inmensa extensión muda y sombría
y el tempestuoso mar halla doquiera;

y que ve serenarse el horizonte
y destacarse el azulado monte
sobre la claridad de áureo celaje
y aparecer -en vaga lontananza
lleno de luz de vida y de bonanza-
primaveral, bellísimo paisaje,

entre las sombras de la vida mía
se levanta la luz de un nuevo día
sin albor ni crepúsculo indeciso…
¿En la mirada de tus negros ojos,
en el aliento de tus labios rojos,
quién no sabrá forjarse un paraíso?

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JUNTOS LOS DOS

Juntos los dos reímos cierto día...
¡Ay, y reímos tanto
que toda aquella risa bulliciosa
se tornó pronto en llanto!
Después, juntos los dos, alguna noche,
reímos mucho, tanto,
que quedó como huella de las lágrimas
un misterioso encanto.
Nacen hondos suspiros, de la orgía
entre las copas cálidas
y en el agua salobre de los mares,
se forjan perlas pálidas.

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ENFERMEDADES DE LA NIÑEZ

A una boca vendida,
a una infame boca,
cuando sintió el impulso que en la vida
a locuras supremas nos provoca,
dio el primer beso, hambriento de ternura
en los labios sin fuerza, sin frescura.
No fue como Romeo
al besar a Julieta;
el cuerpo que estrechó cuando el deseo
ardiente aguijoneó su carne inquieta,
fue el cuerpo vil de vieja cortesana,
Juana incansable de la tropa humana.
Y el éxtasis divino
que soñó con delicia
lo dejó melancólico y mohíno
al terminar la lúbrica caricia.
Del amor no sintió la intensa magia
y consiguió... una buena blenorragia.

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 Nocturno

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios —abiertos sólo al rezo—
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?

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Estrellas que entre lo sombrío
de lo ignorado y de lo inmenso,
asemejáis en el vacío
jirones pálidos de incienso;
       
nebulosas que ardéis tan lejos
en el infinito que aterra,
que sólo alcanza los reflejos
de vuestra luz hasta la tierra;
     
 astros que en abismos ignotos
derramáis resplandores vagos,
constelaciones que en remotos
tiempos adoraron los magos;
       
millones de mundos lejanos,
flores de fantástico broche,
islas claras en los océanos
sin fin ni fondo de la noche;
     
 ¡estrellas, luces pensativas!
¡Estrellas, pupilas inciertas!
¿Por qué os calláis si estáis vivas
y por qué alumbráis si estáis muertas?

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