Juan Bautista Arriaza

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El  Dos de Mayo de 1808

Brindando por la última batalla ganada en España por el Duque de Ciudad Rodrigo

Soneto

El no

La flor temprana

La guarida del amor

 El dos de mayo de 1808  Himno

          Día terrible lleno de gloria
        lleno de sangre, lleno de horrores
        nunca te ocultes a la memoria
        de los que tengan patria y honor.
Este es el día que con voz tirana
Ya sois esclavos la ambición gritó;
y el noble pueblo, que lo oyó indignado,
Muertos sí, dijo, pero esclavos no.
El hueco bronce, asolador del mundo,
al vil decreto se escuchó tronar:
mas el puñal que a los tiranos turba
aun mas tremendo comenzó a brillar.
Ay como viste tus alegres calles,
tus anchas plazas, infeliz Madrid,
en fuego y humo parecer volcanes
y hacerse campos de sangrienta lid!
La lealtad, y la perfidia armada,
se vio aquel día con furor luchar;
volviendo el pueblo generosa guerra
por la que aleve le asaltó en su hogar.
¿Y a quién afrentas proponéis, tiranos?
¿A quién al miedo imagináis rendir?
¿Al fiel Daoíz, al leal Velarde,
que nunca saben sin honor vivir?
El mundo aplaude su respuesta hermosa:
tender el brazo al tronador metal,
morir hollando sus contrarios muertos,
y ser de gloria a su nación señal.
Temblando vimos al francés impío,
que en cien batallas no turbó la faz,
de tanto joven, que sin armas fiero,
entre las filas se le arroja audaz.
Víctimas buscan sus airadas manos
pero el error les arrancó el puñal;
y ¡ay! que si el día fue funesto y duro,
aun más la noche se enlutó fatal.
Noche terrible, al angustiado padre
buscando el hijo que en su hogar faltó,
noche cruel para la tierna esposa
que yermo el lecho de su amor se halló,
noche fatal, en que preguntan todos,
y a todos llanto por respuesta dan,
noche en que frena de la Parca el fallo,
y ¡ay! dicen todos, ¡quiénes morirán!
Sensibles hijas de la hermosa Iberia,
pues sois modelos de filial piedad,
los ojos, llenos de ternura y gracia,
volved en llanto a la infeliz ciudad:
Ved a la muerte nuestros caros hijos
entre verdugos el traidor llevar;
y el odio preste a vuestros ojos rayos,
si de dolor ya no podéis llorar.
Esos que veis, que maniatados llevan
al bello Prado, que el placer formó,
son los primeros corazones grandes
en que su fuego libertad prendió:
Vedlos cuan firmes a la muerte marchan,
y el noble ejemplo de morir nos dan;
sus cuerpos yacen en sangrienta pira,
sus almas libres al Empíreo van.
Por mil heridas sus abiertos pechos
oid cual gritan con horrenda voz:
«Venganza hermanos: y la madre España
nunca sea presa del francés feroz».
Entre las sombras de tan triste noche
este gemido se escuchó vagar,
gozad en paz ¡oh, del suplicio gloria!
Que aun brazos quedan que os sabrán vengar.
     
  ¡Noche terrible, llena de gloria,
        llena de sangre, llena de horror,
        nunca te ocultes a la memoria
        de los que tengan patria y honor!

 

 

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Brindando por la última batalla ganada en España por el Duque de Ciudad Rodrigo

Venid, ticianos, a ilustrar pinceles:

Fidias, llegad a eternizar metales:

prevenid plumas, cisnes inmortales

prodigad, Musas, cantos y laureles.

Seréis divinos cuando seáis más fieles

pintando, ya de Galia en los umbrales,

al Cid britano; y de pavor mortales

huyendo de él los bárbaros crueles.

Unid al cuadro en mágicos colores

la independencia hispana, y su alta gloria,

como hermanas gozándose entre flores.

Y si queréis más timbre a su memoria,

llamadle vencedor de vencedores,

y a su triunfo victoria de Vitoria.

 

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Soneto
Tres años de proezas singulares,

sitios, asaltos, lides carniceras,

en que del corso las legiones fieras

el acero español siega a millares!

Hallarse, Iberia, yermos tus hogares,

o en ellos luto y quejas lastimeras;

de tus hijos por todas las riberas

bajando sangre a enrojecer los mares!

¡Ver la flor de Aragón y de Castilla

que al cautiverio la cerviz prosterna,

primero que al tirano la rodilla!

¿Y a tanto honor con frases de taberna

la gacetera chusma aún amancilla?

¡Raza de Juan Frerón serás eterna!

 

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  El no

¡Ay cuántas veces a tus pies postrado,
en lágrimas el rostro sumergido,
a tus divinos labios he pedido
un : ¡cruel! que siempre me has negado!
Y pensando ya ver tu pecho helado
de mi tormento a compasión movido
en vez del ¡ay dolor! he recibido
un no que mi esperanza ha devorado.
Mas si mi llanto no es de algún provecho,
si contra mí tu indignación descarga,
y si una ley de aniquilarme has hecho,
quítame de una vez pena tan larga,
escóndeme un puñal en este pecho,
y no me des un no que tanto amarga.

 

 

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La flor temprana

Suele, tal vez venciendo los rigores
del crudo invierno y la opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al cielo
la bella copa engalanada en flores;
mas ¡ay! que en breve vuelve a sus furores
el cierzo frío, y con funesto vuelo
del ufano arbolillo arroja al suelo
las delicadas hojas y verdores.
Si tú lo vieras, Silvia... «¡Oh, pobre arbusto»
—dijeras con piedad— «la suerte impía
no te deja gozar ni un breve gusto!»
Pues repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu rigor injusto,
y el tr
iste almendro la esperanza mía.

 

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La guarida del amor
Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.
¡Ay Silvia!, y vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos,
en ellos parte a refugiarse luego.
¡Qué extraño es ver ya tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos,
y el yugo recibir que tú les pones,
si a más de que esos ojos son tan bellos,
está todo el Amor con traiciones,
haciéndonos la guerra dentro de ellos!

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