VIAJE DE TURQUÍA

(fragmentos)

De cómo Pedro fue hecho cautivo

Entrada en Constantinopla

Las desdichas del cautiverio

Pedro cura a su amo

Trabajos a que es condenado Pedro

La enfermedad de la sultana

La fuga   En Chios     Nápoles

   Roma     Venecia    Siena     Florencia

La religión   La peregrinación a la Meca

Las bodas     La justicia

El sultán    Santa Sofía

Las mujeres     Las comidas

Descripción de Constantinopla

DE CÓMO PEDRO FUE HECHO CAUTIVO

 

PEDRO: Yo determino de hacer en todo vuestra voluntad; mas antes que comience os quiero hacer una protesta, porque cuando contare algo digno de admiración no me cortéis el hilo con el hacer milagros, y es que por la libertad que tengo, que es la cosa que más en este mundo amo, si no plegue a Dios que otra vez vuelva a la cadena si cosa de mi casa pusiere ni en nada me alargare, sino antes perder el juego por carta de menos que de más; y las condiciones y costumbres de turcos y griegos os contaré, con aprescibimiento que después que los turcos reinan en el mundo jamás hubo hombre que mejor lo supiese ni que allá más privase.

JUAN: No hemos menester más para creer eso sino ver el arrepentimiento que de la vida pasada tenéis, y hervor de la enmienda, y aquel estar tan trocado de lo que antes érais.

PEDRO: No sé por dónde me comience…

MATA: Yo sí: del primer día, que de allí adelante nosotros os iremos preguntando, que ya sabéis que más preguntará un necio que responderán mill sabios. ¿En dónde fuistes preso y qué año? ¿Quién os prendió y adónde os llevó? Responded a estas cuatro, que después no faltará, y la respuesta sea por orden.

PEDRO: Víspera de Nuestra Señora de las Nieves, por cumplir vuestro mandado, que es a cuatro de agosto, yendo de Génova para Nápoles con la armada del Emperador, cuyo general es el príncipe Doria, salió a nosotros la armada del turco que estaba en las islas de Ponza esperándonos por la nueva que de nosotros tenía, y dionos de noche la caza y alcanzonos y tomó siete galeras, las más llenas de gente y más de lustre que sobre la mar se tomaron después que se navega. El capitán de la armada turquesca se llamaba Zinán Bajá, el cual traía ciento y cincuenta velas bien en orden.

JUAN: Y vosotros ¿cuántas?

PEDRO: Treinta y nueve no más.

MATA: Pues ¿cómo no las tomaron todas, pues había tanto exceso?

PEDRO: Porque huyeron las otras, y aun si los capitanes de las que cazaron fueran hombres de bien y tuvieran buenos oficiales, no tomaran ninguna, porque huyeran también como las otras; pero no osaban azotar a los galeotes que remaban, y por eso no se curaban de dar prisa a huir.

JUAN: ¿De qué tenían miedo en castigar la chusma? ¿No está amarrada con cadenas?

PEDRO: Sí, y bien recias; pero como son esclavos turcos y moros, temíanse que después que los prendiesen, aquéllos habían de ser libres y decir a los capitanes de los turcos cómo eran crueles para ellos al tiempo que remaban.

MATA: Pues ¿qué por eso?

PEDRO: Cuando ansí, luego les dan a los tales una muerte muy cruel, para que los que lo oyeren en las otras galeras tengan rienda en el herir. Dos castigaron delante de mí el día que nos prendieron: al uno cortaron los brazos, orejas y narices y le pusieron un rótulo en la espalda, que decía: “Quien tal hace, tal halla”, y al otro empalaron.

JUAN: ¿Qué es empalar?

PEDRO: La más rabiosa y abominable de todas las muertes. Toman un palo grande, hecho a manera de asador, agudo por la punta, y pónenle derecho, y en aquél le espetan por el fundamento, que llegue cuasi a la boca, y déjansele ansí vivo, que suele durar dos y tres días.

JUAN: Cuales ellos son, tales muertes dan. En toda mi vida vi tal crueldad. Y ¿qué fue del primero que justiciaron?

PEDRO: Dejáronsele ir para que le viesen los capitanes cristianos, y ansí, le dio el príncipe Doría cuatro escudos de paga cada mes mientras viviere.

MATA: ¿ Peleastes o rindístesos?

PEDRO: ¿Qué habíamos de pelear, que para cada galera nuestra había seis de las otras? Comenzamos, pero luego nos tiraron dos lombardazos que nos hicieron rindir. Saltaron dentro de nuestra galera y comenzaron a despojarnos y dejar a todos en carnes. A mí no me quitaron un sayo que llevaba de cordobán y unas calzas muy acuchilladas por ser enemigos de aquel traje y ver que no se podían aprovechar dél, y también porque en la cámara donde yo estaba había tanto que tomar de mucha importancia que no se les daba nada de lo que yo tenía acuestas: maletas, cofres, baúles llenos de vestidos y dineros, barriles con barras de plata, por llevarlo más escondido, y aun de doblones y escudos.

MATA: ¿Qué sentíais cuando os vistes preso?

PEDRO: Eso, como predicador, os lo dejo yo en contemplación: bofetones hartos y puñadas me dieron por que les diese si tenía dineros, y bien me pelaron la barba. Fue tan grande el alboroto que me dio y espanto de verme cuál me había la Fortuna puesto en un instante, que ni sabía si llorase ni reyese, ni me maravillase, ni dónde estaba; antes dicen mis compañeros, que lloraban bien, que se maravillan de mí que no les parescía que lo sentía más que si fuese libre; y es verdad: que de la repentina mudanza, por tres días no sentía nada, porque no me lo podía creer a mí mesmo ni persuadir que fuese ansí. Luego el capitán que nos tomó, que se llamaba Sanctán Mustafá, nos sentó a su mesa y dionos de comer de lo que tenía para sí, y algunos bobos de mis compañeros pensaban que el viaje había de ser ansí; pero yo los consolé diciendo: “Veis allí, hermanos, cómo entretanto que comemos están aparejando cadenas para que dancemos después del banquete”; y era ansí, que el carcelero estaba poniéndolas en orden.

JUAN: Y ¿qué fue la comida?

PEDRO: Bizcocho remojado y un plato de miel y otro de aceitunas, y otro, chico, de queso cortado bien menudo y sutil.

MATA: No era malo el banquete; pues ¿no podían tener algo cocinado para el capitán?

PEDRO: No, porque con la batalla de aquel día no se les acordaba de comer, y pluguiera a Dios, por quien Él es, que las Pascuas de cuatro años enteros hubiera otro tanto. Llegó luego por fruta de postre a la popa, donde estábamos con el capitán, un turco cargado de cadenas y grillos, y comenzonos a herrar; por ser tantos y no traer ellos tan sobradas las cadenas, nos metían a dos en un par de grillos, a cada uno un pie: una de las más bellacas de todas las prisiones, porque cada vez que queréis algo habéis de traer el cornpañero, y si él quiere os ha de llevar; de manera que estáis atado a su voluntad, aunque os pese. Esta prisión no duró mas que dos días, porque luego el capitán era obligado de ir a manifestar al general la presa que había hecho. Llegose a mí un cautivo que había muchos años que estaba allí, y preguntome qué hombre era y si tenía con qué me rescatar, o si sabía algún oficio; yo le dije que no me faltarían docientos ducados, el cual me dijo que lo callase, porque si lo decía me ternían por hombre que podía mucho y ansí nunca de allí saldría; y que si sabía oficio sería mejor tratado, a lo cual yo le rogué que me dijese qué oficios estimaban en más, y díjome que médicos y barberos y otros artesanos. Como yo vi que ninguno sabía, ni nunca acá le deprendí, ni mis padres lo procuraron (de lo cual tienen gran culpa ellos y todos los que no lo hacen), imaginé cuál de aquellos podía yo fingir para ser bien tratado y que no me pudiesen tomar en mentira, y acordé que, pues no sabía ninguno, lo mejor era decir que era médico, pues todos los errores había de cubrir la tierra y las culpas de los muertos se habían de echar a Dios. Con dicir “Dios lo hizo”, había yo de quedar libre; de manera que con aquella poca de lógica que había estudiado podría entender algún libro por donde curase o matase.

MATA: Pues ¿qué era menester para los turcos tantas cosas, sino matarlos a todos cuantos tomarais entre las manos?

PEDRO: No es buena cuenta ésa, que no menos homicida sería quien tal hiciese que a los cristianos. Cuando fuese en lícita guerra, es verdad; pero fiándose el otro de mí sería gran maldad, porque, en fin, es prójimo. Al tiempo que nos llevaron a presentar delante el general comenzaron de poner a una parte todos los que sabían oficios, y los que no a otra, para echar al remo. Cuando vinieron a mí, yo dije liberalmente que era médico. Preguntándome si me atrevería a curar todos los heridos que en la batalla pasada había, respondí que no, porque no era cirujano ni sabía de manos nada hacer. Estaba allí un renegado genovés, que se llamaba Darmux, arráez, que era el cómite real, y dijo al general que mucho mayor cosa era que cirujano, porque era médico de orina y pulso, que ansí se llaman, y quiso la Fortuna que el general no traía ninguno para que me examinase, y allá, aunque hay muchos médicos judíos, pero pocos son los buenos.

JUAN: ¡,Qué quiero decir cómite?

PEDRO: El que gobierna la galera y la rige.

MATA: ¿Y arráez?

PEDRO: Capitán de una galera. Quiso también la Fortuna que el general se contentó de mí y me escogió para sí. De todas las presas que hacen por la mar tiene el Gran Turco su quinto; pero los generales toman siempre para sí los mejores y que saben que son de rescate, o que tienen algunos oficios que serán de ganancia. Los soldados pobres y lacayos de los caballeros dan al Rey, pues que nunca los ha de ver.

MATA: ¿Para qué los quiere?

PEDRO: Métenlos en una torre, y de allí los envían a trabajar en obras de la señoría, que llaman.

JUAN: ¿Qué tantos deésos terná?

PEDRO: Al pie de tres mill.

MATA: Y cuando os tomó el general, ¿vistióos luego?

PEDRO: No sino calzome, y bien.

JUAN: ¿Cómo?

PEDRO: Lleváronme luego a un banco donde estaban dos remadores y faltaba uno, y pusiéronme una cadena al pie de doce eslabones y enclavada en el mesmo banco, y mandáronme remar, y como no sabía comenzaron de darme de anguilazos por estas espaldas con un azote diabólico empegado.

JUAN: Ya los he visto, que muchos cautivos que pasan por aquí, que se han escapado, los traen camino de Santiago.

PEDRO: Otra buena canalla de vagamundos. Todos esos creed que jamás estuvieron allí; porque ¿en qué seso cabe, si se huyen, que han de llevar el azote, que jamás el cómite le deja de la mano? Ansí engañan a los bobos.

MATA: Bien pintadas debéis de tener las espaldas.

PEDRO: Ya se han quitado las más ronchas; pero uno me dieron un día que me ciñó estos riñones, que después acá a tiempos me duele. Quiso Dios que, como tomaron tanta gente y tenían bien quien remase, que acordaron, pues yo les parescía delicado y no lo sabía hacer y era bueno para servir en mi oficio, que entrase cada vez en mi lugar un gitano; pero no me quitaron de la cadena, sino allí me metía donde poca menos pena tenía que si remara, porque había de ir metida la cabeza entre las rodillas, sentado, y cuando la mar estaba algo alborotada venía la onda, dábame en estas espaldas y remojábame todo. Llámase aquel lugar en la galera la banda, que es la que sirve de necesaria en cada banco.

JUAN: Y ¿qué os daban allí de comer?

PEDRO: Lo que a los otros, que es cuando hay bastimento harto, y estábamos en parte que cada día lo podían tomar. Daban a cada uno veintiséis onzas de bizcocho; pero si estábamos donde no lo podían tomar, que era tierra de enemigos, veinte onzas y una almueza de azamorra.

MATA: ¿Qué es bizcocho y mazamorra?

PEDRO: Toman la harina sin cerner ni nada y hácenla pan; después aquello hácenlo cuartos y recuécenlo hasta que está duro como piedra y métenlo en la galera; las migajas que se desmoronan de aquello y los suelos donde estuvo es mazamorra y  muchas veces hay tanta necesidad, que dan de sola ésta, que cuando habréis apartado a una

parte las chinches muertas que están entre ello y las pajas y el estiércol de los ratones, lo que queda no es la quinta parte.

JUAN: ¿Quién diablos llevó el ratón a la mar?

PEDRO: Como se engendran de la bascosidad, más hay que en tierra en ocho días que esté el pan dentro.

MATA: Y a beber, ¿dan vino blanco o tinto?

PEDRO: Blanco del río, y aun bien hidiendo y con más tasa que el pan.

JUAN: Y ¿qué más dan de ración?

PEDRO: ¿No basta esto? Algunas veces reparten a media escudilla de vinagre y otra media de aceite y media de lentejas o arroz, para todo un mes; alguna Pascua suya dan carne, cuanto una libra a cada uno; mas déstas no hay sino dos en el año.

MATA: ¡Malaventurados dellos, bien parescen turcos!

PEDRO: ¿Pensáis que son mejores las de los cristianos? Pues no son sino peores.

JUAN: Yo reniego desa manera de la mejor. Y la cama, ¿era conforme  la comida?

PEDRO: Tenía por cortinas todo el cielo de la luna y por frazada el aire. La cama era un banquillo cuanto pueden tres hombres caber sentados, y de tal manera tenía de dormir allí, que con estar amarrado al mesmo banco y no poder subir encima la pierna, sino que había d’estar colgando, si por malos de mis pecados sonaba tantico la cadena, luego el verdugo estaba encima con el azote.

MATA: ¿Quién os lavaba la ropa blanca?

PEDRO: Nosotros mesmos con el sudor que cada día manaba de los cuerpos; que una que yo tuve, a pedazos se cayó como ahorcado.

JUAN: Paresce que me comen las espaldas en ver cuál debía estar de gente.

PEDRO: A eso quiero responder que, por la fe de buen cristiano, no más ni menos que en un hormigal hormigas los veía en mis pechos cuando me miraba, y tomábame una congoja de ver mis carnes vivamente comidas dellos y llagadas, ensangrentadas todas, que, como aunque matase veinte pulgaradas no hacía al caso, no tenía otro remedio sino dejarlo y no de mirar; pues en unas botas de cordobán que tenía, por el juramento que tengo hecho y por otro mayor si queréis, que si metía la mano por entre la bota y la pierna hasta la pantorrilla, que era en mi mano sacar un puñado dellos como granos de trigo.

JUAN: Y ¿todos están ansí?

PEDRO: No, que los que son viejos tienen camisas que mudar; no tienen tantos con gran parte, y lavan allí sus camisas con agua de la mar, atándola con un pedazo de soga, como quien saca agua de algún pozo, y allí las dejaban remojar un rato; cuasi el lavar no es más sino remojar y secar, porque como el agua de la mar es tan gruesa, no puede penetrar ni limpia cosa ninguna.

MATA: ¡Caro cuesta desa manera el ver cosas nuevas y tierras extrañas! En su seso s'está Juan de Voto a Dios de no poner su vida al tablero, sino hablar como testigo de oídas, pues no le vale menos que a los que lo han visto.

PEDRO: Y’os diré cuán caro cuesta. Siendo yo cautivo nuevo, que no había sino un mes que lo era, vi que junto a mí estaban unos turcos escribiendo ciertas cartas mensajeras; y ellos, en lugar de firma, usan ciertos sellos en una sortija de plata que traen, en donde está esculpido su nombre o las letras de cifra que quieren, y con éste, untado con tinta, emprimen, en el lugar donde habían de firmar, su sello, y cierto queda como de molde.

MATA: Yo apostaré que es verdad sin más, pues no lo puede contar sin lágrimas.

PEDRO: Más eché allá cuando pasó; y como a mí me paresció cosa nueva, entre tanto que cerraba uno las cartas, como en conversación, tomé en la mano el sello, y como vi que no me decían nada tomé tinta y un poco de papel para ver si sabría yo ansí sellar. De todo esto holgaban ellos sin dárseles nada; yo lo hice como quiera que era ciencia que una vez bastaba verla, y contenteme de mí mesmo haber acertado; torné a poner la sortija donde se estaba, y como de allí a un poco me acordase de lo mesmo, quise tornar a ver si se me había olvidado, y así del papel que estaba debajo de la sortija, pensando que estaba encima, porque estaba entre dos papeles, y cáese la sortija de la tabla abajo y da consigo en la mar, que estábamos estonces en Saneta Maura. Los turcos, cuando me vieron bajar a buscarla, pensando que no fuese caída, ásenme de las manos presto por pensar que yo la había hecho perdidiza.

JUAN: ¿De qué os reís desto, o a qué propósito?

MATA: Porque voy viendo que, según va el cuento, al fin todos lloraremos de lástima, y para rehacer las lágrimas lo hago.

PEDRO: Como no me la hallaron en las manos, viene uno y méteme el dedo en la boca, cuasi hasta el estómago, que me hubiera ahogado, por ver si me la había metido en la boca.

MATA: Pues ¿no le podíais morder?

PEDRO: Cuando esto fue ya no tenía dientes ni sentido, porque me habían dado dos bofetones de entrambas partes, tan grandes que estaba tonto.

JUAN: ¿No podían mirar que erais hombre de bien y que en el hábito que llevabais no erais ladrón?

PEDRO: El hábito de los esclavos todo es uno de malos y buenos, como de fraires, y aun las mañas también en ese caso, porque quien no roba no come. Luego llamaron al guardián mayor de los esclavos, que se llamaba Morato, arráez, y dieron como ellos quisieron la información de lo pasado, la cual podía ser sentencia y todo, porque yo no tenía quien hablase por mí, ni yo mesmo podía, porque no sabía lengua ninguna. Luego como me cató todo (que presto lo pudo hacer porque estaba desnudo) y no lo halló, manda luego traer el azote y pusiéronme de la manera que agora diré. Como los bancos están puestos por orden como renglones de coplas, pusiéronme la una pierna en un banco, la otra en otro, los brazos en otros dos, y cuatro hombres que me tenían de los brazos y piernas, cuasi hecho rueda, puesta la cabeza en otro.

JUAN: Ya me pesa que comenzastes este cuento, porque me toman calofríos de lástima.

PEDRO: Antes lo digo para que más se manifiesten las obras de Dios. Puesto el guardián en un pie sobre un banco y el otro sobre mi pescuezo, y siendo hombre de razonables fuerzas, comenzó como reloj tardío a darme cuan largo era, deteniéndose de poco en poco, por mayor pena me dar, para que confesase, hasta que Dios quiso que bastase; bien fuera medio cuarto de hora lo que se tardó en la justicia.

JUAN: Pues ¿de tanto valor era la sortija que los cristianos vuestros compañeros de remo, que estaban alrededor, no lo pagaban por no ver eso?

PEDRO: Valdría siete reales cuando mucho; pero ellos pagaran otros tantos porque cada día me dieran aquella colación.

MATA: Luego ¿no eran cristianos?

PEDRO: Sí son, y por tales se tienen; pero como el mayor enemigo que el bueno tiene en el mundo es el ruin, ellos, de gracia, como dicen, me querían peor que al Diablo, de envidia porque yo no remaba y que hacían algún caso de mí y porque no los sirvía allí donde estaba amarrado, y lo peor porque no tenía blanca que gastar; últimamente, porque todos eran italianos, de diferentes partes, y entre todas las naciones del mundo somos los españoles los más malquistos de todos, y con grandísima razón, por la soberbia, que en dos días que sirvimos queremos luego ser amos, y si nos convidan una vez a comer, alzámosnos con la posada; tenemos fieros muchos, manos no tanto; veréis en el campo del rey y en Italia unos ropavejeruelos y oficiales mecánicos que se huyen por ladrones, o por deudas, con unas calzas de terciopelo y un jubón de raso, renegando y descreyendo a cada palabra, jurando de contino, puesta la mano sobre el lado del corazón, a fe de caballero; luego buscan diferencias de nombres: el uno, Basco de las Pallas; el otro, Ruidíaz de las Mendozas; el otro, que echando en el mesón de su padre paja a los machos de los mulateros desprendió “bai” y “galagarre” y “goña”, luego se pone Machín Artiaga de Mendorozqueta, y dice que por la parte de oriente es pariente del rey de Francia Luis, y por la de poniente del conde Fernán González y Acota, con otro su primo Ochoa de Galarreta, y otros nombres ansí propios para los libros de Amadís. No ha cuatro meses que un amigo mío me hizo su testamentario, y traía fausto como cualquier capitán con tres caballos. Hizo un testamento conforme a lo que el vulgo estaba engañado de creer. Llamábase del nombre de una casada principal d'España. Al cabo murió, y yo, para cumplir el testamento, hice inventario y abrí un cofrecico, donde pensé hallar joyas y dinero, y la mayor que hallé, entre otras semejantes, fue una carta que su padre de acá le había escrito, en la cual iba este capítulo: “En lo que decís, hijo, que habéis dejado el oficio de tundidor y tomado el de perfumero en Francia, yo huelgo mucho, pues debe de ser de más ganancia”. Cuando este y otros tales llegaban en la posada del pobre labrador italiano, luego entraban riñendo: “¡Pese a tal con el puto villano; a las catorce me habéis de dar de comer! ¡Reniego de tal con el puto villano! ¡Cada día me habéis de dar fruta y vitela no más!; ¡corre, mozo, mátale dos gallinas, y para mañana, por vida de tal, que yo mate el pavón y la pava; no me dejes pollastre ni presuto en casa ni en la estrada!”

MATA: ¿Qué es estrada?, ¿qué es vitela?, ¿qué presuto?, ¿qué pollastre?

PEDRO: Como, en fin, son de baja suerte y entendimiento, aunque estén allá mil años no deprenden de la lengua más de aquello que, aunque les pese, por oírlo tantas veces, se les encasqueta de tal manera que por cada vocablo italiano que deprenden olvidan otro de su propia lengua. A cabo de tres o cuatro años no saben la suya ni la ajena sino por ensaladas, como Juan de Voto a Dios cuando hablaba conmigo. Estrada es el camino; presuto, el pernil; pollastre, el pollo; vitela, ternera.

MATA: No menos me huelgo, por Dios, de saber esto que las cosas de Turquía, porque para quien no lo ha visto tan lejos es Italia como Grecia. No podía saber qué es la causa por que algunos, cuando vienen de allá, traen unos vocablos como “barreta, velludo, fudro, estibal, manca”, y hablando con nosotros acá, que somos de su propia lengua. Este otro día no hizo más uno de ir de aquí a Aragón, y estuvo allá como cuatro meses, y volviose; y en llegando en casa tómale un dolor de ijada y comenzó a dar voces que le portasen el menge. Como la madre ni las hermanas no sabían lo que se decían, tornábanle a repreguntar qué quería, y a todo decía: el menge. Por discreción diéronle un jarrillo para que mease, pensando que pedía el orinal, y él a todos quería matar porque no le entendían. Al fin, por el dolor, que la madre vio que le fatigaba, llamó al médico, y entrando con dos amigos a le visitar, principales y d'entendimiento, preguntole que qué le dolía y dónde venía. Respondió: “Mosen, chi so’stata Saragosa”; de lo cual les dio tanta risa y sonó tanto el cuento, que él quisiera más morir que haberlo dicho, porque las mesmas palabras le quedar[on] de allí adelante por nombre.

JUAN: Lo mesmo, aunque parezca contra mí, acontesció en Logroño, que se fue un muchacho de casa de su madre y entrose por Francia. Ya que llegó a Tolosa, topose con otro de su tamaño que venía romerillo para Santiago. Tomaron tanta amistad que, como estaba ya arrepentido, se volvieron juntos, y viniendo por sus pequeñas jornadas llegaron en Logroño, y el muchacho llevó por huésped al compañero casa de su madre. Entrando en casa fue rescibido como de pobre madre, y que otro no tenía. Luego echó mano de una sartén, y toma unos huevos y pregunta al hijo cómo quiere aquellos huevos, y qué tal viene, y si bebe vino. Él respondió, que hasta allí no había hablado: “Ma mes, parleu vus a Pierres, e Pierres parlara a moi, quo chi non so res d'España”. La madre, turbada, dijo: “No te digo sino que cómo quieres los huevos”. Entonces preguntó al francesillo que qué decía su madre. Ella, fatigándose mucho, dijo: “Pues, ¡malaventurada de mí, hijo!, ¿aún los mesmos zapatos que te llevaste traes, y tan presto se te ha olvidado tu propia lengua? Ansí que tiene mucha razón Mátalas Callando: que estos que vienen de Italia nos rompen aquí las cabezas con sus salpicones de lenguas, que al mejor tiempo que os van contando una proeza que hicieron os mezclan unos vocablos que no entendéis nada de lo que dicen: “Saliendo yo del cuerpo de guardia para ir a mi trinchera, que era manco de media milla, vi que la muralla asestaba los esmeriles para los que estábamos en campaña; yo calé mi serpentina y llevele al bombardero el botafogo de la mano”, y otras cosas al mesmo tono.

PEDRO: Pues si ésos no hiciesen como la zorra, luego serían tomados con el hurto en la mano.

MATA: ¿Qué hace la zorra?

PEDRO: Cuando va huyendo de los perros, como tiene la cola grande, ciega el camino por donde va, por que no hallen los galgos el rastro. Pues mucho mayores necedades dicen en Italia con su trocar de lenguas, aunque un día castigaron a un bisoño.

JUAN: ¿Cómo?

PEDRO: Estaba en una posada de un labrador rico y de honra, y era recién pasado d'España, y como no entendía la lengua, vio que a la mujer llamaban madonna, y díjole al huésped: “Madonno, porta manjar”, pensando que decía muy bien; que es como quien dijese “mujero”. El otro corriose, y entre él y dos hijos suyos le pelaron como palomino, y tuvo por bien mudar de allí adelante la posada y aun la costumbre.

MATA: Si el Rey los pagase no quitarían a nadie lo suyo.

PEDRO: Ya los paga; pero es como cuando en el banquete falta el vino: que siempre hay para los que se sientan en cabecera de mesa y los otros se van a la fuente. Para los generales y capitanes nunca falta; son como los peces: que los mayores se comen los menores.Conclusión es averiguada que todos los capitanes son como los sastres: que no es de su mano dejar de hurtar, en poniéndoles la pieza de seda en las manos, sino sólo el día que se confiesan.

MATA: Ese día cortaría yo siempre de vestir; pero ellos ¿cómo hurtan?

PEDRO: Yo os lo diré como quien ha pasado por ello: Cada capitántiene de tener tantos soldados, y para tantos se le da la paga. Pongamos por caso trescientos; él tiene docientos, y para el día de la reseña busca ciento de otras compañías o de los oficiales del pueblo, y dales el quinto como al Rey y tómales lo demás; al alférez da que pueda hacer esto en tantas plazas y al sargento en tantas; lo demás, para “nobis”.

JUAN: Y los generales ¿no lo remedian eso?

PEDRO: ¿Cómo lo han de remediar, que son ellos sus maestros, de los cuales deprendieron? Antes éstos disimulan, por que no los descubran, que ellos lo hurtan por grueso, diciendo que al Rey es lícito hurtarle porque no le da lo que ha menester.

MATA: Y el Rey ¿no pone renedio?

PEDRO: No lo sabe, ¿qué ha de hacer?

JUAN: Pues ¿semejante cosa ignora?

PEDRO: Sí, porque todos los que hablan con el Rey o son generales o capitanes o oficiales a quien toca, que no se para a hablar con pobres soldados; que si eso fuese, él lo sabría, y sabiéndolo, lo atajaría; pero ¿queréis que vaya el capitán a decir:” Señor, yo hurto de tres partes la una de mis soldados: castígame por ello”?

JUAN: Y el Consejo del Rey ¿no lo sabe?

PEDRO: No lo debe de saber, pues no lo remedia; mas yo reniego del capitán que no ha sido primero muchos años soldado.

MATA: Esos soldados fieros que decíais denantes, en el escuadrón al arremeter, ¿qué tales son?

PEDRO: Los postreros al acometer y los primeros al retirar.

JUAN: ¡Buena va la guerra si todos son ansí!

PEDRO: Nunca Dios tal quiera, ni aun de treinta partes una; antes toda la religión, crianza y bondad está entre los buenos soldados, de los cuales hay infinitos que son unos Césares y andan con su vestido llano y son todos gente noble y ilustre; con su pica al hombro, seandan sirviendo al Rey como esclavos invierno y verano, de noche y de día, y de muchos se le olvida al Rey, y de otros no se acuerda, y de los que restan no tiene memoria para gratificarles sus servicios.

JUAN: Y esos tales, siendo ansí buenos, ¿qué comen?, ¿tienen cargos?

PEDRO: Ni tienen cargos, ni cargas en las bolsas. Comen como los que más ruinmente, y visten peor; no tienen otro acuerdo ni fin sino a servir a su ley y Rey, como dicen cuando entran en alguna cibdad quehan combatido. Todos los ruines son los que quedan ricos, y estos otros más contentos con la victoria.

JUAN: Harta mala ventura es trabajar tanto y no tener que gastar y estar subjeto un bueno a otro que sabe que es más astroso que él.

MATA: La pobreza no es vileza.

PEDRO: Maldiga Dios el primero que tal refrán inventó y el primero que le tuvo por verdadero, que no es posible que no fuese el más tosco entendimiento del mundo y tan groseros y ciegos los que le creen.

ENTRADA EN CONSTANTINOPLA

JUAN: ¡Grande sería la solenidad de la entrada!

PEDRO: Mucho, y de harta lástima. Salió el Gran Turco a un mirador sobre la mar (porque bate en su palacio) y comenzaron de poner en cada galera muchos estandartes, en cada banco el suyo; en lo más alto las banderas de Mahoma, y debajo dellas los pendones que nos habían tomado, puestos los crucifijos y imágenes de Nuestra Señora que venían dibujados en ellos las piernas hacia arriba, y la canalla toda de los turcos tirándoles con los arcos muchas saetas; luego, las banderas del Gran Turco, y debajo dellas, también las del Emperador y el príncipe Doria, hacia bajo, al revés puestas; luego comenzaron de hacer la salva de artillería más soberbia que en el mar jamás se pudo ver, donde estaban ciento y cincuenta galeras con algunas de Francia, y más de otras trescientas naves, entre chicas y grandes, que se estaban en el puerto y nos ayudaban; cada galera soltaba tres tiros y tornaba tan presto a cargar; duró la salva una hora, y metímonos en el puerto, y desarmamos nuestras galeras en el tarazanal, que es el lugar donde se hacen y están el invierno, y no tardamos tres horas en desbaratar toda la armada, y el Gran Señor quiso ver la presa de la gente, porque no los había podido ver dentro de las galeras, y ensartáronnos todos, que seríamos al pie de dos mill, con cadenas, todos trabados uno a otro; a los capitanes y oficiales de las galeras echaron las cadenas por las gargantas, y con la música de trompetas y atambores que nosotros nos llevábamos en las galeras (que es cosa de que ellos mucho se ríen, porque no usan sino clarines) nos llevaron con nuestras banderas arrastrando a pasar por el cerraje del Gran Turco, que es un palacio, de donde ya iban señalados los que habían de ser para él, que le cabían de su quinto, y entrellos principalmente los capitanes de las galeras; y éstos llevaron a Calata, a la torre del Gran Señor, donde están aquellos dos mill que arriba dije, para sus obras y para remar al tiempo.

JUAN: ¿Dónde es Galata? Por ventura es la que San Pablo dice “ad galatas”.

PEDRO: Creo que no, porque esa es junto a Babilonia. Esta se llamaba otro tiempo Pera, que en griego quiere decir “de ese cabo”, y llamábanla ansí porque de Constantinopla a ella no hay más de el puerto de mar en medio, que será un tiro de arcabuz, el cual cada vez que quisiéredes pasar podréis por una blanca; y será de tres mill casas, y en ésta hay en la muralla muchas torres, en una de las cuales metieron a todos los que éramos esclavos de Zinán Bajá, el general, que seríamos en todos setecientos, de los cuales empresentó obra de ciento, puestos todos en un corral como ovejas. Tornaron a repreguntar a cada uno su nombre y patria y qué oficio sabía, y ponían a todos los de un oficio juntos; y repartieron a los más (porque para todos no había) sendas mantas para dormir y capotes de sayal y zaragüelles de lo mesmo, de lo cual fue Dios servido que alcancé mi parte; y los barberos que habían tomado de las galeras fueron siete, en el número de los cuales fui yo escrito. Diéronnos por superior un cirujano viejo, hombre de bien y cudicioso de ganar dineros, por lo cual, como tenía crédito, s'entremetía en curar de medicina y todo, y mandáronnos obedecerle en todo lo que él mandase. Como éramos

los más cautivos nuevos y la vida ruin, comenzó de dar una modorra por nosotros, que cada día se morían muchos, entro los cuales yo fui uno.

 

LAS DESDICHAS DEL CAUTIVERIO

MATA: ¿Que os moristes?

PEDRO: No, sino herido. Dio industria este barbero o médico, o que era, que nos metiesen los enfermos apartados en una gran caballeriza, adonde, por estar fuera de la torre, había buen aparejo para huir, y por eso nos ensartaban a todos por las cadenas que teníamos con una

muy larga y delgada cadenilla, y a la mañana entraba el viejo cirujano con los otros barberos a ver qué tales estaban, y proveía conforme a lo que sabía, que era nonada. Traía un jarro grande de agua cocida con

pasas y regaliz, que era la mejor cosa que sabía, y dába[n]os cada dostragos diciendo que era jarabe, y al tiempo que le parescía, sin mirar orina ni nada, daba unas píldoras o una bebida tal cual; y en sangrar era muy cobarde, por lo cual entre ciento y treinta enfermos que

estábamos, cada día había una docena o media al menos de muertos que entresacar.

JUAN: Allí, pues estabais en tierra, razonables camas tuvierais.

PEDRO: Peores que en galera y menos lugar mill veces; estábamos como sardinas en cesto pegados unos con otros. No puedo decir sin lágrimas que una noche, estando muy malo, estaba en medio de otros dos peores que yo, y en menos espacio de tres pies todos tres y ensartado con ellos; y quiso Dios que entrambos se murieron en anocheciendo, y yo estuve con todo mi mal toda la noche, con cuan larga era, que el mes era de noviembre, entre dos muertos; y de tal manera, que no me podía revolver si no caía sobre uno dellos.

Cuando a la mañana vinieron los guardianes a entresacar para llevar a enterrar, yo no hacía sino alzar de poco a poco la pierna y sonar con la cadena para que viesen que no era muerto y me llevasen entrellos a enterrar. Y los bellacos de los barberos, con el mayoral, llamábanme

el “mato”, que quiere decir en italiano “el loco”, porque les hacía que me sangrasen muchas veces, y eran, como dije, tan avarientos, que aun mi propia sangre les dolía. Al fin me hubieron de sangrar cuatro veces, y quiso Dios que mejorase, lo cual ellos no debían de querer mucho por que no hubiese quien entendiese sus errores.

JUAN: Y los muertos, ¿dónde los entierran? ¿Hay iglesias?

PEDRO: Sí hay; pero en la cava de la cerca, y no muy hondo, los echan.

JUAN: Esa es grandísima lástima.

PEDRO: Antes me parece la mayor misericordia que ellos con nosotros usan. ¿Qué diablos se me da a mí después de muerto que me entierren en la cava o en la horca, muriendo buen cristiano? Cuando la calentura me dejó al seteno, quedé muy flaco y debilitado, y no tenía la menor cosa del mundo que comer, y no podía dormir, no por

falta de gana, sino porque no me ayude Dios si no me podían barrer los piojos de acuestas, porque ya había cerca de cuatro meses que no me había desnudado la camisa.

JUAN: ¿No se le es d'agradecer que se haya trocado y no se acuerde del mundo hombre que semejantes mercedes ha rescibido de Dios?

PEDRO: De veras lo diréis cuando acabare.

MATA: Y ¿qué os daban allí de comer en tan buena enfermería?

PEDRO: Una caldera grande como de tinte hacían cada día de acelgas sin sal ni aceite, y de aquéllas aun no daban todas las que pudieran comer, y un poquito de pan. Un hidalgo de Arbealo, hombre de bien, me fue a visitar un día, que había quince años que era cautivo; al cual le dije que bien sabía yo que era imposible y pidir gullurías en golfo, como dicen los marineros, pero que comiera una sopa en vino; el cual luego fue y me trajo un buen pedazo de una torta y media copa de vino, y comílo; y como ocho días había que no comía bocado, quedé tan consolado y contento y, credlo sin jurarlo, como si me dieran libertad, y otro día siguiente me tornó a decir si comería dos manos de carnero con vinagre. Respondí que de buena voluntad, aunque pensé que burlaba; él me las trajo. Y como estuviese razonable, luego me metieron en la torre con los demás, y el sobrebarbero me mandó que bajase cada día a servir a los enfermos de darles de comer; y siempre, como dicen arrímate a los buenos, procuré tomar buena  compañía y procuré d’estar con la camarada de los caballeros, que eran, entre comendadores y no, quince; y como me conoscían algunos, cayó un ginovés allí junto a mí que tenía dineros, y rogome que le curase; y quiso Dios que sanó, y diome tres reales, con los cuales fui más rico que el Rey; porque la bolsa de Dios es tan cumplida, que desde aquel día hasta el que esto hablamos nunca me faltó blanca. El sobrebarbero, como iba por la cibdad y ganaba algunos escudos, y entre esclavos nonada, probó a ver si se podría eximir del trabajo sin provecho, y mandome que delante dél otro día hiciese una visita general, para probarme, y no le descontenté; descuidóse por seis días, en los cuales yo no sabía qué medicina hacer; sino como conoscí que aquél sabía poco o nada y morían tantos, hice al revés todo lo que él hacía, y comienzo a sangrar liberalmente y purgar poco, y quiere Dios que no murió nadie en toda una semana, por lo cual yo vi ciertamente al ojo que no hay en el mundo mejor medicina que lo contrario del ruin médico, y lo he probado muchas veces, y cualquiera que lo probare lo hallará por verdad. Fueron las nuevas a mi amo desto, de lo cual se holgó, y envió su mayordomo mayor a que yo de allí adelante curase a todos, y que no me llevasen al campo a trabajar con los otros. Yo pidí de merced que los barberos me fuesen subjetos, lo cual no querían, antes se me alzaban a mayores. Fueme otorgado, y más hice un razonamiento diciendo que cada cristiano valía sesenta escudos, y que si muchos se morían perderían muchos escudos, y uno que se moría, si se pudiera librar, pagaba las medicinas de todos; por tanto, me hiciesen merced de comprarme algunas cosas por junto. Parescioles tan bien, que me dieron comisión que fuese a una botica y allí tomase hasta cuarenta escudos de lo que yo quisiese, y cumplilo muy bien.

JUAN: Pues ¿hay allá boticas como acá?

PEDRO: Más y mayores, y aun mejores. En Galata hay tres muy buenas de cristianos venecianos; en Constantinopla bien deben de pasar de mill, que tienen judíos.

MATA: ¡Qué buen clavo debistes de echar en la compra!

PEDRO: Y aun dos, porque el boticario me dio dos escudos por que lo llevase de su botica; y yo me concerté con él que llevase cuarenta escudos por aquello a mi amo, y no montaba sino treinta y seis, y me diese los otros cuatro.

MATA: No era mala entrada de sisa ésa; mejor era que la del otro pobre barbero que contastes. ¡Buen discípulo sacó en vos!

JUAN: ¡Harta miseria había pasado el malaventurado antes de coger eso!

PEDRO: Pocas noches antes lo vierais; que estábamos quince caballeros y yo una noche, entre muchas, sin tener que cenar otra cosa sino media escudilla de vino que un cautivo nos había dado por amor de Dios, y dionos otro un cabo razonable de candela, como tres dedos de largo, que fue la primera que en tres meses habíamos tenido. Tuvímosla en tanto, que no sabíamos qué hacer della. Fue menester votar entre todos de qué sirviría. Yo decía que cenásemos con él; otro dijo que se guardase para si alguno de nosotros estuviese “in artículo mortis”; otro, que hiciésemos para otro día con él y con bizcocho migas en sebo; dijo el que más autoridad tenía (y a quien todos obedecíamos, porque era razón que lo merescía), que mejor sería que le gastásemos en espulgarnos, pues de día en la prisión no había suficiente luz para hacerlo. Yo repliqué que pues la cena era tan liviana, que bien se podría todo junto hacer, y ansí, se puso la mesa acostumbrada, y puesta nuestra cena en medio, que ya, gracias a Dios, teníamos pan fresco, aunque negro, pero ciertamente bueno, y destajamos que ninguno metiese dos veces su sopa en la escudilla de vino, sino que, metidas dentro tantas cuantos éramos, cada uno sacase la suya por orden; y luego echábamos un poco de agua para que no se acabase tan presto; y esto duró hasta que ya el vino era hecho agua clara; y con esto hubo fin la cena, que no fue de las peores de aquellos días. Tras esto, cada uno se desnudó, y comenzamos de matar gente, de cada golpe, no uno, sino cuantos cabían en la prensa.

JUAN: ¿Qué prensa?

MATA: ¿No eres más bobo que eso? Las uñas de los pulgares. Y ¿bastó la candela mucho?

PEDRO: Más de quince horas en tres noches.

MATA: Ésa, hablando con reverencia, de las de Juan de Voto a Dios es: ¿tres dedos de candela quince horas? Venga el cómo, si no no lo creré. ¿Son las horas tan grandes allá como acá?

PEDRO: Por tanto como eso soy enemigo de contar nada; mas, pues lo he comenzado, a todo daré razón. Hubo un acuerdo de consentimiento de todos, que cada uno el piojo grueso le pusiese en aquel poco sebo derretido que está junto a la llama, para que se quemase. Comenzó cada uno de poner tantos, que tuvo la llama para gastar todo este tiempo que dije.

MATA: Desde aquí hago voto y prometo de creer cuanto dijéredes, pues tan satisfecho quedo de mi dubda.

JUAN: Ya cuando bullía el dinero de la sisa debíais de comer bien.

PEDRO: Razonablemente; hicimos un caballero cocinero que lo hacía lindamente.

MATA: ¿Dónde lo había deprendido, siendo caballero?

PEDRO: Había sido paje, y, como son golosos, nunca salen de la cocina. Eramos ya señores de sendas cucharas y una calabaza y olla. Comíamos muchas veces a las noches; entre día no quedaba nadie en casa.

JUAN: ¿Qué se hacían?

PEDRO: En amanesciendo, los guardianes (que son en aquella torre treinta) dan voces diciendo: “Bajá bajo tut”, y abren la puerta de la torre, y todo el mundo baja por contadero al corral, y en el paso está uno con un costal de pan, dando a cada uno un pan, que le basta aquel día; cada oficio tiene su guardián, que tiene cargo de llevar y traer aquéllos; luego dicen: “Fuera carpenteros; quien no saliere tan presto siéndolo, llevará veinte palos bien dados”; luego, “afuera herreros”, lo mesmo; y serradores, lo mesmo; y ansí de todos los oficios; éstos, que se llaman la maestranza, van al tarazanal a trabajar en las obras del Gran Turco, y gana cada uno diez ásperos al día, que es dos reales y medio, una muy grande ganancia para quien tiene esclavos. Tenía mi amo cada día de renta desto más de treinta escudos, y con uno hacía la costa a seiscientos esclavos. Los demás que no saben oficio llaman “ergates”, los cuales van a trabajar en las huertas y jardines, y a cavar y cortar leña y traerla acuestas, y traer cada día agua a la torre, que no es poco traer la que han menester tanta gente; y con los muradores o tapiadores y canteros que van a hacer casas, para abrir cimientos y servir, y por ser en  Constantinopla las casas de tanta ganancia, no hay quien tenga esclavos que no emprenda hacer todas las que puede; y con cuánta prisa se hagan yo lo contaré cuando viniere a propósito de unos palacios que hizo Zinán Bajá, mi amo. Suélense al salir a trabajar muchos esconder debajo de las tablas y mantas; algunos les aprovecha, a [o]tros no, porque cada mañana con candelas andan a buscarlos como conejos.

Un esclavo de los más antiguos es escribano, y es obligado a dar cuenta cada día de todos; y ansí, entrega a cada guardián tantos, y pone por memoria: “Fulano llevó tantos a tal obra”; y al venir los rescibe por la misma cuenta.

JUAN: ¿Tanto se fían del esclavo, que le hacen escribano?

PEDRO: Más que del turco en caso de guardar cristianos; antes son de mayor caridad en eso que nuestros generales cristianos para con ellos. Ordinariamente hacía Zinán Bajá y cada general, cada pascua suya, siete u ocho los más antiguos, o, por mejor decir, los mayores bellacos de dos caras, parleros, que entre todos había, guardianes de los mesmos cristianos, a los cuales dan libertad. Desta manera permítenles andar solos adonde fueren, y danles una carta de libertad con condición que sirvan lealmente sin traición tres años, y al cabo dellos hagan de sí lo que quisieren; y en estos tres años guardan a los otros, y son bastantes ocho para guardar cuatrocientos, lo cual turcos no bastan cincuenta.

JUAN: ¿Cómo puede ser eso?

PEDRO: Como ellos han primero sido esclavos, saben todas las mañas y tratos que para huir se buscan, y por allí los guardan, de lo cual el Turco está inocente. También, como están escarmentados de la prisión pasada, desvélanse en servir por no volver a ella.

JUAN: ¿Cómo lo hacen eso con los cristianos?

PEDRO: Peor mill veces que los turcos, y más crueles son para ellos; tráenlos cuando trabajan ni más ni menos que los aguadores los asnos; vanles dando cuando van cargados palos detrás si no caminan más de lo que pueden, y al tiempo de cargar les hacen tomar mayor carga acuestas de la que sus costillas sufren, y cuando pasan cargados por delante el amo, por parescer que sirve bien, allí comienza a dar voces arreándolos y dando palos a diestro y a siniestro; y como son ladrón de casa, ya saben, de cuando estaban a la cadena, cuál esclavo alcanza algunos dinerillos, y aquél dan mejores palos y no le dejan hasta que se los hacen gastar en tabernas todos, y después también los maltratan porque no tienen más que dar; si algún pobre entre mercaderes tiene algún crédito para que le provean alguna miseria, éstos los llevan a sus casas para que negocien, pero no los sacarán de la torre si primero no les dan algunos reales, y después, de lo que cobran, la mitad o las dos partes: ni los dejan hablar con los mercaderes en secreto por saber lo que les dan y que no se les encubra nada; y si ven que tiene buen crédito de rescate, luego se hacen de los consejeros, diciendo que digan que son pobres y que ellos serán buenos terceros con el señor, y que por tal y tal vía se ha de negociar, y vanse al señor y, congraciándose con él, le dicen que mire lo que hace, que aquel es hombre que tiene bien con qué se rescatar.

JUAN: Esos guardianes ¿no se podrían huir si quisiesen con los otros cautivos?

PEDRO: Facilísimamente, si los bellacos quisiesen; pero no son désos, antes les pesa cuando se les acaba el tiempo de los tres años, por no tener ocasión de venirse en libertad.

MATA: Pues ¿quieren más aquella vida de guardar cristianos que estar acá?

PEDRO: Sin comparación, porque acá han de vivir como quienes son, y allá, siendo como son ruines y de ruin suelo, son señores de mandar a muchos buenos que hay cautivos, y libres para emborracharse cada día en las tabernas y andarse de ramera en ramera a costa de los pobres súbditos.

MATA: ¿Hay putas en Constantinopla?

PEDRO: Désas nunca hay falta dondequiera.

MATA: ¡Mirá qué os dice, Juan de Voto a Dios!

JUAN: Con vos habla y a vos responde.

PEDRO: Y aun bujarrones son los más, que lo deprenden de los turcos. Finalmente, ¿queréis que os diga?, sin información ni más oír había el Rey, en viniendo alguno que dijese que por su persona le habían dado los turcos libertad y había sido allá guardián de cristianos, de mandarle espetar en un palo y que le asasen vivo; porque aquel cargo no se le dieron sino por bellaco asesinador y malsín de los cristianos; que nunca hacen cuando están entrellos, antes que les den libertad, sino acusarlos que se quedan a las mañanas escondidos, que son de rescate, que tienen dineros, que tienen parientes ricos; y cuando están trabajando con ellos, que van a andar del cuerpo muchas veces por holgar, y otras cosas ansina semejantes, por donde se rescatan pocos; porque el pobre que tenía cient escudos ya le han levantado que tiene mill, y que si no los da que no saldrá, y como la pestilencia anda muy común allí, de un año a otro se mueren todos; no se entiende que a todos los que ellos dan libertad sin dineros les habían de hacer esta justicia, porque hay muchos que caen en manos de turcos honrados particulares, que no tienen sino dos o tres y los traen sin cadenas en la Notolia, que propiamente es la Asia, junto a Troya, y andan en la labranza, y como les han servido muchos años, danles libertad y dineros para el camino, sino a los que han sido guardianes, pues por parleros les dieron el cargo.

 

PEDRO CURA A SU AMO ZINÁN BAJÁ

PEDRO: Bien, por cierto; que luego di a un barbero la llave de la caja donde estaban y que él fuese el boticario, y sabía hacer ungüentos, que era grande alivio; en fin, todos sanaron, y de allí en adelante no caían tantos. Esto duró seis meses, que yo tenía toda la carga, y el cirujano viejo curaba los turcos que en casa de Zinán Bajá había, con alguna ganancia y no tanto trabajo como yo tenía. Al cabo destos seis tenía yo ya algunas letras y experiencia, que podía hablar con quienquiera, y fama que no faltaba, y veníanme a buscar algunos turcos allí, y yo pidía licencia para salir de la torre al guardián mayor, y éste me la daba con condición que le diese parte de la ganancia, y dábame otro hombre de guardia, que iba conmigo, el cual también quería la suya; y entre muchos curé a un privado de Dargute, el cual me dio un escudo, que vino a buen tiempo porque no había tras qué parar; y los turcos que curaba, como me había dicho el barbero al principio, prometían mucho y después no cumplían nada cuando estaban buenos. Zinán Bajá, mi patrón, tenía una enfermedad que se llama asma doce años había, el cual no había dejado médico que no probase, y a la sazón estaba puesto en manos de aquel cirujano viejo, que le daba muy poco remedio, y los acidentes crescían. Dijéronle que tenía un cristiano español médico, que por qué no le probaba; luego me invió a llamar, y andaba siempre con mi cadena al pie, de seis eslabones, rodeada a la pierna, como traen también en tierra todos los cautivos, y cuando llegué a donde él estaba hice aquel acatamiento que acá hiciera a un príncipe, llamándole siempre de excelencia, y cuando le llegué a tomar el pulso hinqueme de rodillas y besele el pie y tras él la mano; y mirando el pulso torné a besarle la mano y retireme atrás. Los renegados que estaban presentes refiriéronle todo lo pasado, como entendían la una y la otra lengua y lo que acá y allá se usa; y muy contentos de lo que había hecho tuvieron en mucho la buena crianza, la cual los otros cristianos que hasta allí habían hablado con él no habían usado, pensando que por ser turco no lo entendiera y no había necesidad dello, o por no lo saber hacer, antes le trataban de tú, y si le daban alguna medicina llevábanla sin ninguna reverencia en unas vasijas de a blanca, sin hacer más caso. Él dijo a los gentileshombres que estaban con él: “Bien paresce éste haberse criado entre gente noble”; y a mí me comenzó a contar su enfermedad por uno de los intérpretes, y díjome si me bastaba el ánimo a sanarle. Yo le respondí que no, porque Dios era el que le había de sanar y otro no; pero que lo que en mí fuese estuviese cierto que no faltaría. Ellos son amigos que luego el médico diga que le dará sanidad, y tornome a replicar que en cuántos días le daría sano. Yo dije que no sabía, y que aplicaría todos los remedios posibles, de tal manera que lo que yo no hiciese no lo haría otro médico, y en lo demás dejase hacer a Dios y él se dispusiese a hacer cuanto yo mandase, porque de otra manera no se podía hacer nada. A esto respondió que a él le parescía haber hallado hombre a su propósito, y desde luego comenzase. Yo fui presto a la botica y tomé unos jarabes apropiados en un muy galán vidro veneciano, y llevéselos con aquella solenidad que a tal príncipe se debía, y holgose en verlos tan bien puestos, y preguntome cómo los había de tomar. Mandé que me trajesen una cuchar, y tomé tres cucharadas grandes y comímelas delante dél, y dije: “Señor, ansina”. Luego él tomó su cuchar y comenzó a comer, dando gracias a Dios de que le hubiese dado un hombre a su propósito, no estimando en menos la salva que la crianza pasada; y echó mano a la faldriquera y sacó un gran puñado de ásperos (que serían tres escudos) y diómelos, mandando que prestamente me quitasen los vestidos de sayal y me diesen otros de paño. Diéronme una sotana que ellos usan, que llaman “dolamán”, y una ropa encima hasta en pies; la sotana, de paño morado, aforrada en bocací; la otra, de paño azul, aforrada en paño colorado; mas no me quitaron la cadena ni la guarda, antes me la dieron doblada de allí adelante. Acabados sus jarabes, dile unas tabletas para la tos, y habiéndole de dar una tarde cinco píldoras no supe cómo hacer dellas la salva, porque siempre iba con cautela, como quien estaba entre enemigos. Hice seis, y cuando se las di le dije que había de tomar aquella noche cinco. Preguntado cómo, por que no pensase que la que yo había de tomar llevaba señalada y le daba a él algún veneno, díselas todas seis en la mano y pedile una. Diómela, y tráguemela delante dél. Tomolas y obró bien con ellas, y hubo mejoría.

MATA: El ardid fue, por cierto, como de Pedro de Urdimalas. Y él ¿usaba antes curarse a fuer de acá, o hay médicos como acá?

PEDRO: Médicos y boticarios no faltan, principalmente judíos; hay médicos muchos, los cuales, para ser conoscidos, traen por divisa una barreta colorada, alta como un pan de azúcar.

JUAN: ¿Son letrados?

PEDRO: Muy pocos hay que lo sean, y ésos han ido de acá; pero allá no hay estudios, sino unos con otros se andan enseñando, y cuasi va por herencia que el padre deja la barreta y un libro que dice en romance: “para curar tal enfermedad, tal y tal remedio”, sin poner la causa de donde puede venir; algunos hay que saben arábigo y leen Avicena, pero tampoco entienden mucho. Turcos y griegos no saben letras, sino los médicos que hay todos son hechiceros y supersticiosos. Era tan bueno mi amo, que por que los otros que le habían curado no se desabriesen, me decía: “Si te preguntaren a quién curas, di que a un camarero mío”. Era valientísimo hombre, de cuerpo como un gigante, colorado y cierto lindo hombre. Yo determiné de sangrarle si él se dispusiese a ello, y fue tan contento, que se dejó sacar de los brazos dos libras de sangre en dos veces, y aquel día, como lo supo un judío médico que antes llevaba su salario, quedó atónito, porque son cobardes en el sangrar, y vino a la cámara del Bajá, que se holgaba siempre con él, y venía cargado con una alforja, dentro de la cual traía un libro grande, como de iglesia, escrito en hebraico, y dijo a mi amo que me quería probar que las sangrías habían sido mal hechas. Yo fui llamado, y sentámonos en el suelo sobre una alombra (que ansí se usa) y trajeron un escañico sobre que poner el libro, y díjome a lo que venía. Yo no dejé de temer un poco, pensando que sabía algo, y preguntele que en qué lengua. Díjome que en fina castellana, pues era común a entrambos. Yo dije que no, sino latina o griega. Respondió que no sabía ninguna de aquéllas, de lo cual me holgué mucho, y comenzó de abrir el libro y preguntarme que qué enfermedad era aquélla. Yo díjele que me lo dijese él a mí, que había tantos años que la curaba. Dijo que le placía, que él me la mostraría allí en el libro. Quiso Dios que yo tenía un librito dorado como unas Horas, que había habido de medicina, y traíale siempre en la fratiquera, y díjele: “Si vos sois médico, este libro habéis de leer, que en hebraico ningún autor hay que valga un cuarto; mas yo reniego del médico que ha  d’estudiar cada cosa cuando es menester, que mucho mejor sería tomarlo en la cabeza y traerlo dentro”; que ya yo tenía entendido que él no lo sabía, pues nunca le había dado remedio; y por que no se cansase, supiese que era asma, y la definición era aquélla, y se había de curar de tal y tal manera; y comencé de decirlo en latín y declarárselo en romance. El Bajá se hacía decir todo lo que pasaba de los intérpretes, y estaba tan regocijado cuanto el judío de confuso. Dijo: “No busco en este libro sino que le habéis sacado mucha sangre, porque el cuerpo del hombre no tiene sino diez y ocho libras”, y comenzó de leer hebraico. Yo, cuando esto vi, dije ciertos versos griegos que en Alcalá había deprendido de Homero, y declaréselos en castellano al propósito contrario de lo que él decía; y cuanto a lo de las sangrías, que ellas estaban muy a propósito y bien; y que lo de las diez y ocho libras de sangre era gran mentira, porque unos tenían poca y otros mucha, según eran gordos o flacos, y la grandeza del cuerpo; y dado que fuese verdad que todos los hombres tenían a diez y ocho libras, que el Bajá tenía cincuenta, porque no era hombre, sino gigante. Moviose gran risa en la sala, y sabido el Bajá de qué se reían, los ayudó. El judío acabó los argumentos diciendo que lo que había hecho era para tentarme si daría razón de mí, y que él hallaba que mi amo tenía buen médico, y encargole al Bajá que no excediese en nada de lo que yo mandase, y despartiose el torneo. Con las sangrías y beber cada día aguamiel, quedó tan sano, que no tosió más por aquellos dos años.

JUAN: ¿Nunca os quitó la cadena en sanando?

PEDRO: Luego, estando un día con sus renegados, les mandó que me tomasen juramento solene, como nosotros usamos, de no me huir ni hacerle traición, y me quitaría la cadena. Hízolo ansí uno que se llamaba Amuzabai, valenciano, y aun de buena parte, y tomome sobre una cruz mi juramento bien en forma, a lo cual dijo el Bajá que no estaba satisfecho, porque los cristianos tenían un Papa en Roma que luego los absolvía de cuantos pecados cometían en la ley de Cristo; mas que él lo estaría si, puesta la mano sobre el lado izquierdo, prometía en fe de buen español de no hacer traición. Yo lo hice como él lo mandó, y volviose a sus gentileshombres y díjoles: “Sabed que agora éste está bien ligado, porque el rey d'España todas sus fortalezas fía déstos y de ninguna otra nación, y antes se dejarán hacer piezas que hacer cosa contra esta jura”; y digo mi pecado: que por aquel buen concepto que de nosotros tenía yo quedé tan atado, que primero me atreviera a quebrar tres juramentos como el primero que aquél, aunque fuera más pecado. Llegó de presto el herrero con su martillo y quebrantome la cadena y dejáronme andar sin ella.

MATA: ¿Solo y a do quisieseis?

PEDRO: Solo no, antes traía doblada guarda; poro adonde quisiese, sí, con condición que a la noche fuese a dormir a la torre con los otros esclavos y a curarlos; mas del tiempo que me sobraba buscaba de comer para mí y para mis compañeros.

JUAN: Mucho os debía de querer después que sanó ese bajá.

PEDRO: Tanto, que me andaba él mesmo acreditando y buscando negocios, y aun forzando algunos, por poco mal que tuviesen, por que yo ganase algo, que se curasen conmigo; y muchas veces me llamaba aparte y me decía: “Mira, cristiano, yo de ti estoy muy satisfecho, y no quiero que pierdas honra; hágote saber que estos turcos son una gente algo de baja suerte, que unos creen y otros no; cuando vieres que la enfermedad es tal que no puedes salir con ella,déjala y no vuelvas más allá aunque yo te lo mande, porque soy muchas veces molestado”.

 

 

TRABAJOS A QUE ES CONDENADO PEDRO

PEDRO:  Había terminado de hacer unos palacios muy suntuosos en una plaza de Constantinopla, que se dice “Atmaitán”, que quiere decir “plaza de caballos”, para lo cual compró trescientas casas pequeñas que allí había para sitio, y por el cuento desta obra entenderéis cómo son los cristianos tratados en tierra, para refrigerio de la pena que en galera se pasa; y como désta diré entenderéis de todas las otras obras que los otros con el sudor de los pobres cautivos hacen. Todo el mundo pensó que para sólo derribar tantas casas y sacar la tierra y abrir cimientos serían menester siete u ocho meses, y por Dios os juro que dentro de seis estaban hechos los palacios y era pasado el Bajá a vivir a ellos, que tienen de cerca poco menos de media legua.

MATA: Si os sabe mal el iros a la mano, dad el cómo sin que os le pidan; porque “a prima facie” no se puede hacer sin negromancia.

PEDRO: Andaban cada día mill y quinientos hombres entre maestros y quien los sirvía, los cuales eran guardados de doscientos guardianes, que los guardaban y los arreaban dando toda la prisa y palos que podían; y porque puedo también hablar de experiencia, quiérome meter dentro y hablar como quien lo vio, y no de oídas. Aconsejaron al Bajá ciertos renegados que, pues yo no había querido ser turco, ninguna mejor venganza podía tomar de mí que mandarne echar dos cadenas, en cada pie la suya, y enviarme a trabajar con los otros; porque él sabía que los españoles éramos fantásticos, y como antes me había visto en honra sin cadena y bien vestido, y como rey de los otros cautivos, sería tanta la afrenta que rescibiría en verme caído de aquello, que de pura vergüenza de los otros yo haría lo que él quisiese y renegaría mill veces. Tomó el acuerdo de tal manera, que en llegando a Constantinopla mandó fuese todo esto ejecutado, y lleváronme con mis dos cadenas, estando él allí mirando en qué andaba la obra, y en entrando comenzaron aquellos turcos de darme prisa que tomase una “cofa” que dicen (como espuerta) y acarrease con los demás tierra. Yo lo obedescí, sin mostrar más flaqueza que antes, y para más me molestar tenía el Bajá dado aviso que todos los guardianes tuviesen cuenta conmigo, y hacíalos poner en una escalera por donde habíamos de subir, tantos a una parte como a otra, y cuando yo pasase alzasen todos sendos bastones que tenían y cada uno me alcanzase poco o mucho; y más: que, para que no descansase entre tanto que se hinchían las espuertas, a mí se me tuviese una siempre aparejada llena, para trocar en llegando.

MATA: Y ¿mudastes el hábito, como los otros cautivos, o andabais con vuestros fandularios doctorales?

PEDRO: No quiso dejar la sotana, sino arremanguela como fraire, y ansí andaba, y mi amo el Bajá estaba en unos corredores mirando y sonreyéndose en verme, y enviome un truhán que me dijese, como que salía dél, que me quitase aquel hábito y lo guardase para cuando estuviese en gracia. Al cual yo respondí de manera que el Bajá lo oyese: “Guarde Dios la cabeza de mi amo, que cuando éste se rompiere me dará otro de brocado”. Sentí que respondió el de arriba: “Más sabe este perro de lo que yo le enseñé”. Mas, no obstante esto, como vio que los primeros días no se me hacía de mal y cuán perdida tenía la vergüenza al trabajo, dándoseme poco, caíle en desgracia por ver que no pudiese con todo su poder contra un su esclavo, y disimuló el hacerme trabajar, que yo pensaba que lo hacía para tentar, como el cortar de la cabeza; pero hasta el poner de las tejas y el barrer de la casa después de hecha no me dijo “¿Qué haces ahí?”, sino siempre trabajaba como el que más.

JUAN: Con tanta gente, ¿cómo se podían dar manos a la obra? ¿No se confundían unos a otros?

PEDRO: Antes andaba mejor orden que en un ejército. Los principales maestros de cada oficio, que llaman “cabemaestros”, no eran esclavos, sino griegos libres o turcos, y éstos tomaban a cargo cada uno los esclavos que hay de aquel oficio para mandarles lo que han de hacer. Dormíamos en un establo docientos, allá en la mesma obra, y los otros venían de la torre del Gran Turco y la del Bajá, que estaban en Galata, y era mes de junio, cuando el sol está más encumbrado; y dos horas antes que amaneciese salía una voz como del Infierno, de un guardíán de los cristianos, cuyo nombre no hay para qué traer a la memoria, y decía: “¡Viste ropa, cristianos!” Desde a un credo decía: “Toca, trompeta”. Salía un trompeta, esclavo también, y sonaba de tal manera, que cada día se representaba mill veces el día del Juicio. Allí vierais el sonar de las cadenas para levantarse todos, que dijerais que todo el Infierno estaba allí. Tercera voz del verdugo, digo, del guardián, era: “Fuera los del barro; los otros reposá un poco”. En saliendo los que hacían el barro, decía: “Fuera todos; y no se esconda nadie, que no le aprovecha”. Y tenía razón: era tan de mañana, que los maestros no verían trabajar, pero no faltaba que hacer hasta el día. Llevábannos a la mar, que estaba de allí un tiro de ballesta, donde descargaban la madera, piedra y ladrillo y otros materiales que eran menester, y traíamos dos caminos entretanto que era de día, y no se permitía tomar acuestas poca carga ni caminar menos de corriendo, porque iban detrás con los bastones dando a todos los que no corrían, diciendo: “¡Yurde, yurde!”, que quiere decir: “¡Camina, camina!”. Cuando era hora del trabajo, metíamonos todos dentro de un patio, puestos por orden todos, los que no sabíamos oficio a una parte, y los oficios todos, por sí cada uno. Subíase el maestro de toda la obra, y decía: “Vayan tantos canteros y paraderos a tal parte, y tantos a tal”. Luego los tomaba un guardián, que había de dar cuenta dellos aquel día, y preguntábales: “¿Cuántos esclavos habrán menester de servicio?” Y los que pidían les daban del montón donde yo estaba, con otro guardián que anduviese sobrellos. De cada uno de los otros oficios repartía por esta mesma orden toda la gente que había, y sobre los mesmos guardianes había otros sobreestantes, que les daban de palos si no arreaban a los cristianos para que trabajasen mucho.

JUAN: ¿Qué os daban de comer, que con tanto trabajo bien era menester?

PEDRO: Sonaba el trompeta a comer, que llaman “faitos”, y dábannos por una red cada sendos cuarterones de pan.

MATA: ¿No más?

PEDRO: Y aun esto tan de prisa, que cuando los postreros acababan de tomar, ya sonaban a “Manos a labor”.

JUAN: Yo m'estuviera quedo.

PEDRO: No faltara quien os quebrara la cabeza a palos si no respingabais en oyéndola. Guisaban también una grandísima caldera de habas o lentejas; pero, como dijo Sant Filipo a Cristo: “Quid inter tantos?” Por mí digo que maldita la vez las pude alcanzar; todo mi remedio era (que sin él me muriera) copia de agua fresca, que estaba allí cerca una grandísima fuente y buena, que trajo Ibraim Bajá a unos sus palacios.

JUAN: ¿Nunca les daban nada a esos oficiales, siquiera para que no dijesen: “Nunca logres la casa”?

PEDRO: De cuando en cuando nos daban a todos sendos reales, con que a las noches hacíamos nuestras ollas; mas como el día era tan largo cuanto la noche de corta y no tocaban la trompeta a recoger fasta que vían la estrella, cuando llegábamos a la caballeriza donde era nuestro aposento, más queríamos dormir, según andábamos de alcanzados de sueño y molidos de los palos que aquel día habíamos llevado, juntamente con el infernal trabajo. No me ayude Dios si no me acontesció algunas veces hallarme cuando nos levantábamos al trabajo la tajada de vaca en la boca, que ansí me había quedado sentado como cenaba.

MATA: ¿Sin desnudar?

PEDRO: ¿Ya n'os tengo dicho la cama de galera? Pues ansí es la de tierra: demás de los piojos, que nos daban de noche y de día música, llevaban los tiples la infinidad de las pulgas, que nos tenían las carnes todas tan aplagadas como si tuviéramos sarampión.

JUAN: No me maravillo, si docientos hombres estabais en solo un establo, y ¡qué hedentina hubiera!

PEDRO: Peor que en galera, porque como estábamos todos cerrados no estaba desavahado como en la mar; estando cenando unos y otros se sentaban [e]n unos barrilazos grandes que había en lugar de necesaria, y refrescaban el aposento. Para hacer trabajar mucho a todos los que íbamos a la mar a traer los materiales usaba desta astucia: que ponía premio al que más carga trajese acuestas, dos pares de ásperos, que cuasi es un real; al que primero llegase en casa, otros cuatro. Había unos bellacos que en su vida acá habían sido sino peores y más malaventurados que allá estaban, que sin pasión por ganar aquellos dos premios corrían con unas cargas de bestias, y era menester, sopena de palos, siguirlos en la carga y en el paso, diciendo que también teníamos brazos y piernas como ellos.

MATA: Gran cosa fue con ninguna desas cosas no perder la paciencia; a Juan de Voto a Dios, y’os seguro que no le sobrara.

PEDRO: Una o dos veces, a la mi fe, ya tropecé; habíanme hecho un día cargar dos ladrillos que eran de solar aposentos, de un palmo de grueso y como media mesa de ancho, de los cuales era uno suficiente carga para un hombre como yo; y yendo tan fatigado que no podía atener con los otros, ni vía, porque el grande sudor de la cabeza me caía en los ojos y me cegaba y los palos iban espesos, alcé los ojos un poco y dijo, con un sospiro bien acompañado de lágrimas: “¡Perezca el día en que nascí!” Hallose cerca de mí un judío; que como yo andaba con barba y bien vestido y los otros no, traía siempre infinita

gente de judíos y griegos tras mí, como maravillándose, diciendo unos a otros: “Éste algún rey o gran señor debe de ser en su tierra”; otros: “Hijo o pariente de Andrea de Oria”; en fin, como tamboritero andaba muy acompañado, y… No sé qué me iba a decir.

MATA: Lo que os dijo el judío cuando se acabó la paciencia.

PEDRO: ¡Ah!, dice: “Animo, ánimo, gentilhombre, que para tal tiempo se ven los caballeros!” Y llegose a mí y tomome él un ladrillo y fuese conmigo a ponerle en su lugar. Respondile: “El ánimo de caballero es, hermano, poner la vida tablero cada y cuando que sea menester de buena gana; pero sufrir cada hora mill muertes sin nunca morir y llevar palos y cargas, más es de caballos que de caballeros”. Cuando los guardianes que estaban en la segunda puerta de la casa vieron dentro el judío, maravillados del hábito, que no le habían visto trabajar aquellos días, preguntáronle que qué buscaba; díjoles cómo me había ayudado a traer aquella carga porque yo no podía; respondieron: “¿Quién te mete a ti donde no te llaman? ¿Somos tan necios que no sabemos si puede o no?” Y diciendo y haciendo, con los bastones, entre todos, que eran diez o doce, le dieron tantos, que ni él ni otro no osó más llegarse a mí de allí delante.

MATA: En verdad que he pensado reventar por las ijadas de risa si no lo templara la falta de paciencia pasada. Pero por lo que decíais de barba ¿los otros cautivos no la traen?

PEDRO: Ni por más favor que tenga no se lo consentirán; cada quince días les rapan cabello y barba, ansí por la limpieza como por la indigna d’esclavo que en aquello se ve; y si eso no fuese, muchos se huirían.

JUAN: ¿No es mejor herrarlos en el rostro, como nosotros?

PEDRO: Eso tienen ellos a mal y por pecado grande; también en las galeras de cristianos rapan toda la chusma cada semana, por la mesma causa.

MATA: A mí me paresce que ser esclavo acá es como allá y ansí son de una manera las galeras, aunque todavía querría yo más remar en las nuestras que en las otras.

PEDRO: Estáis muy engañado; por mejor ternía yo estar entre turcos cuatro años que en éstas uno. La causa es porque en éstas estáis todo el año, y allá no más del verano; en éstas no os dan de comer bizcocho hasta hartar, y aquello todo tierra; en las turquescas, muy buen bizcocho, y mucho, si no es algunas veces que falta; que sobre Bonifacio, en Córcega, cuando la tomamos, treinta habas vendían por un áspero (que es un cuartillo); y en Constantinopla, estando en tierra, no falta mucho y buen pan y la merced de Dios, que es grande. Sola una cosa tenéis buena si estáis en las de acá, y es el negociar: que cada día pasan gentes que os pueden llevar cartas y rogar por vos, que aprovecha bien poco, y ¡aun ojalá, después de haber cumplido el tiempo por que os echaron, con servir otros dos años de gracia os dejen salir! Pues azotes, y’os prometo que no hay menos que en las otras; la ventura del que es esclavo es toda las manos en que cae: si le lleva algún capitán de la mar, haced cuenta que va condenado a las galeras; si en poder de algún caballero o particular, allá lejos de la mar, trátanlos como los que acá los tienen en Valladolid, sirviéndose dellos en casa y dándoles bien de comer de lo que en casa sobra, y a éstos también, cuando los amos mueren, quedan en los testamentos libres.

MATA: ¿Qué oficios os mandaban hacer a vos en ese trabajo?

PEDRO: Mejor os sabría decir qué no me mandaban. Los primeros días servimos un capitán y yo, a cuatro maestros que hacían un horno, de traer la tierra y amasar el barro y serví[r]selo; otros, después, con unas angarillas, que llaman allá “vayardo”, entre otro y yo traíamos la argamasa que gastaban muchos maestros; cuando me querían descansar un poco, porque faltaba ripia, con una gran maza de hierro me hacían quebrar cantos grandes, y si me volvía a rascar la oreja, el sobreestante me tocaba con el bastón, que no me comía allí más por aquellos días. Sobre la cabeza en unas tablas, acarreaba muchos días de la argamasa, que me hacía debilitar mucho el celebro, fasta tomarlo en costumbre. Un día de Sant Bernabé, que es el día que el sol hace cuanto puede, me acuerdo que en donde mejor reverberaba nos hicieron a tres capitanes y a mí cerner una montañuela de tierra para amasar barro, y quedaron por aquellos días las caras tan desolladas, que no se les olvidó tan presto.

MATA: ¿Para qué querían tanto barro?

PEDRO: No quieren los turcos hacer perpetuos edificios, sino para su vida, y ansí las paredes de la casa son de buena piedra y lodo, y por la una y la otra parte argamasa, que no es mal edificio. Usó el Bajá con los oficiales otra segunda astucia de premios: puso a los albañiles y canteros, encima las paredes que iban haciendo, una pieza de diez varas de brocado bajo, que valdrían cincuenta escudos, diciendo que el que aquel día hiciere más obra, trabajando todos aparte, que fuese suyo el brocado; a los cerrajeros: al que más piezas de cerrajas y bisagras y esto hiciese, aquel día serían dados treinta escudos, y cincuenta al carpentero que más ventanas y puertas diese a la noche hechas. Ya podéis ver el pobre esclavo cómo se deshiciera por ganar el premio; paresció hecha mucha la obra a la noche, y cumplió muy bien su palabra, como quien era; pero dijo al que llevó la pieza de brocado: “Tomad vuestro premio, y en verdad que sois buen maestro: n’os descuidéis de trabajar, porque me quiero pasar presto a la casa; tantos pies de pared habéis hecho hoy; el día que hiciéredes uno menos que hoy os mandaré dar tantos palos como hilos tiene la ropa que llevastes; y los que no han llevado el premio, a cada uno doy de tarea igualar con la obra de hoy”. Un entallador, con sólo un aprendiz que labraba lo tosco, hizo doce ventanas, al cual, uno sobre otro, dio los cincuenta escudos, pero con la mesma salsa; y consiguientemente, a todos los demás oficiales hizo trabajar ejecutando la pena, de modo que le ahorraron lo que les dio. Si se comenzaban a la mañana los cimientos donde había de haber una sala, a la tarde estaba tan acabada que podían vivir en ella.

MATA: Dos dedos de testimonio querría ver deso, porque de papel aun paresce imposible.

PEDRO: Soy contento dároslo a entender: en el instante que se comenzaba venía el entallador por la medida de la ventana que habían de dejar, y de la puerta, y ponía luego diligencia de hacerla en el aire; llegaba el cerrajero con sus hierros todos que eran menester, y antes que se acabase la pared ya las ventanas y puertas estaban en su lugar; el pedazo de pared que estaba hecho de obra gruesa iban otros maestros haciendo de obra prima; y ansí venía todo a cumplirse junto.

JUAN: Dios os guarde de tener muchos oficiales y que los podéis mandar a palos. Está Mátalas Callando acostumbrado de las mentiras de los oficiales de por acá, que de día en día nos traen todo el año. ¿Cuál fue la segunda vez que se quebró la paciencia?

PEDRO: Como trataba con la cal, habíame comido todas las yemas de los dedos por dentro y las palmas, que aun el pan no podía tomar sino con los artejos de fuera; y mandáronme un día que se hacía el tejado, para más me fatigar, que subiese con una destas garruchas tejas y lodo, y la soga era de cerdas. ¡Imaginad el trabajo para las manos que el pan blando no podían tomar! Y después de subidas era menester subir al tejado a darlas a la mano a los retejadores. Hacía razonable sol, y vime tan desesperado, que si no fuera porque sabía cierto irme al Infierno, no me dejara de echar allí abajo de cabeza, posponiendo toda la ley de natura y orden de no se aborrescer a sí mesmo. Aquella mesma tarde me  mandaron en una herrada traer un poco de argamasa para el alar del tejado; y cuando la hinchí, con el peso, queriéndola cargar, quitósele el suelo y vime el más confuso que podía ser, porque me daban prisa. Tomé el mesmo suelo y llevé un poco, por que no holgasen los maestros. Cuando el guardián lo vio, preguntome: “Perro, ¿qué es eso?”, y en hablando yo la desculpa, diome tantos palos con su bastón, corriendo tras mí, que se me acuerda hoy dellos para contároslos, y por despecho me hizo ir a traer más en un cesto como de sardinas, para que se me ensuciase bien la sotana, y caíame cuando venía, como era líquido, por las espaldas, y todo lo quemaba por donde pasaba, hasta que me deparó Dios un capacho, el cual me defendía puesto en la cabeza.

MATA: ¿No había en todo ese tiempo nadie de los que habías curado que rogase por vos, siquiera que no os mataran?

PEDRO: Más holgara yo que alcanzaran que me ahorcasen. Todavía uno vino este mesmo día, acarreando yo lodo, que jamás le había visto ni le vi sino aquella vez; creo que debía de ser muy privado del Rey; y estando yo hinchendo la espuerta de lodo, púsose detrás de mí mirándome, con una sotana de terciopelo verde y una juba de brocado encima, que bien parescía de arte, y díjome: “Di, cristiano, aquella filosofía de Aristótil y Platón, y la medicina del Galeno y elocuencia de Cicerón y Demóstenes, ¿qué te han aprovechado?” No le pude responder muy de repente, ansí por la prisa del guardián y miedo de los palos como por las lágrimas que de aquella lanzada me saltaron, y en poniéndome la espuerta sobre los hombros, volví los ojos a él, y díjele: “Hame aprovechado para saber sufrir semejantes días como éste”.

JUAN: Y ¿en qué lengua?

PEDRO: En esta propia. Satisfízose tanto de la respuesta, que arremetió conmigo, y quítame la espuerta y cárgasela sobre sí y vase adonde estaba el Bajá mirando la obra, y entra diciendo: “Señor, yo y mi mujer e hijos queremos ser tus esclavos, por que no mates semejante hombre, que hallarás pocos como éste, en lo cual contradices a Dios y al Rey. Atónito el Bajá de verle ansí, fue para abrazarle, diciendo que se hiciese todo lo que mandase; y mandome que no trabajase más y me fuese a casa, y aquel turco diome unos no sé cuántos ásperos. Ya podéis contemplar el gozo que yo llevaría yéndome a casa libre del trabajo.

MATA: Como quien sale del Infierno, si no duró poco.

PEDRO: Hasta la mañana cuando mucho, que me quedé muy repantigado, cuando los otros se fueron, en la cama, y el sobreestante de toda la obra echome menos, y habiéndole mandado el Bajá que me hiciese volver al trabajo, envió por mí y diome la estada de la cama, y volvimos al mesmo juego de principio.

JUAN: ¿No caía alguno malo, entre tanto, que fuera privado?

MATA: Buena fuera una poca de asma de cuando en cuando y no la haber desraigado.

PEDRO: Uno cayó y me hicieron irle a ver, que tenía mucha fe conmigo, y dejábanme de ir a ver dos veces cada día; no dejaba de ser prolijo en la vista y decir que era menester estar yo viendo lo que el boticario hacía, porque no lo sabría hacer, por alentar siquiera un poco. Gocé tres días razonables; pero, en fin, no le supe curar.

JUAN: ¿Cómo? ¿Muriose o no lo conoscistes la enfermedad?

PEDRO: No sino que sanó muy presto: que cuando menos me caté, queriéndole ir una mañana a ver, le veo pasar a caballo.

MATA: Tiene razón, que a estos tales era bien alargar la cura, como suelen los médicos hacer a otros.

 

LA ENFERMEDAD DE LA SULTANA

PEDRO: Luego me vino a la mano la cura de la hija del Gran Señor, que había dos meses que estaba en hoy se muere, más mañana; y ya que había corrido todos los protomédicos y médicos de su padre, vinieron a mí, a falta de hombres buenos en grado de apelación, y quiso Dios que sanó.

MATA: Pues ¿una cosa la más notable de todas cuantas podéis contar decís ansi como quien no dice nada? ¿A la mesma hija del Gran Señor ponían en vuestras manos?

PEDRO: Y aun que es la cosa que más en este mundo él quiere.

MATA: Pues ¿qué entrada tuvistes para eso?

PEDRO: Yo os lo diré: su marido era hermano de mi amo, y llamábase Rustán Bajá; y como no aprovechaba lo que los médicos hacían, mi amo mandome llamar (que había cuatro meses que no le había visto) para pidirme consejo qué le harían, y el que me fue a llamar díjome: “Beato tú si sales con esta empresa: que creo que te llaman para la sultana” (que ansí la llaman). Yo holgueme todo lo posible, aunque iba con mis dos cadenas. Y cuando llegué a mi amo Zinán Bajá, que estaba en su trono como rey, díjome que qué harían a una mujer que tenía tal y tal indisposición. Yo le dije que viéndola sabríamos dar remedio. Él dijo que no podía ser verla, sino que ansí dijese; a lo cual yo negué poderse por ninguna vía hacer cosa buena sin vista, por la información, dando por excusa que por ventura la querría sanar y la mataría, y que no permitiese, si era persona de importancia, que yo la dejase de ver, porque de otra manera ningún beneficio podría rescibir de mí, porque el pulso y orina eran las guías del médico. Como él me vio firme en este propósito y los que estaban allí les parescía llevar camino lo que yo decía, que verdaderamente andaba por que me viera para que me hiciera alguna merced, mandome sentar junto a sus pies, en una almohada de brocado, y dijo a un intérprete que me dijese que por amor de Dios le perdonase lo que me había hecho, que todo iba con celo de hacerme bien, y con el grande amor que me tenía, y que estuviese cierto que él me tenía sobre su cabeza, y me hacía saber que la enferma era una señora de quien él y su hermano y todos ellos dependían; de tal arte, que si ella moría todos quedaban perdidos; por tanto, me rogaba que, no mirando a nada de lo pasado, yo hiciese todo lo que en mí fuese, que lo de menos que él haría sería darme libertad. A lo cual yo respondí que besaba los pies de su excelencia por la merced y que mucho mayor merced había sido para mí todo lo que conmigo había usado que darme libertad, porque en más estimaba yo ser querido de un tan gran príncipe como él que ser libre, pues siendo libre no hallara tal arrimo como tenía siendo esclavo, y en lo demás me dejase el cargo, que en muy poco se había de tener que yo hiciese lo que podía, sino lo que no podía; y ansí me envió a casa del hermano. El cual comenzó de parlar conmigo, que era hombre de grande entendimiento, para ver si le parescería necio, y procuraba, porque son muy celosos, que le diese el parescer sin verla, lo cual nunca de mí pudo alcanzar; y, como diré cuando hablaré de turcos, siempre están marido y mujer cada uno en su casa, envió a decir a la soltana si ternía por bien que la viese el médico esclavo de su hermano, y entre tanto que venía la respuesta comenzome de preguntar algunas preguntas de por acá, entre las cuales, después de haberme rogado que fuese turco, fue cuál era mayor señor, el rey de Francia o el Emperador. Yo respondí a mi gusto, aunque todos los que lo oyeron me lo atribuyeron a necedad y soberbia, si quería que le dijese verdad o mentira. Díjome que no sino verdad. Yo le dije: “Pues hago saber a Vuestra Alteza que es mayor señor el Emperador que el rey de Francia y Gran Turco juntos; porque lo menos que él tiene es España, Alemania, Italia y Flandes; y si lo quiere ver al ojo, mande traer un mapa mundi de aquellos que el embajador de Francia le empresentó, que yo lo mostraré”. Espantado, dijo: “Pues ¿qué gente trae consigo?; no te digo en campo, que mejor lo sé que tú”. Yo le respondí: “Señor, ¿cómo puedo yo tener cuenta con los mayordomos, camareros, pajes, caballerizos, guardas, acemileros de los de lustre? Diré que trae más de mill caballeros y de dos mill; y hombre hay déstos que trae consigo otros tantos”. Díjome, pensando ser nuestra corte como la suya: “¿Qué el Rey da de comer y salarios a todos? Pues ¿qué bolsa le basta para mantener tantos caballeros?” “Antes (digo) ellos, señor, le mantienen a él si es menester, y son hombres que por su buena gracia le sirven, y no queriendo se estarán en sus casas, y si el Emperador los enoja le dirán, como no sean traidores, que son tan buenos como él, y se saldrán con ello; ni les puede de justicia quitar nada de lo que tienen si no hacen por qué”. Cerró la plática con la más humilde palabra que a turco jamás oí, diciendo: “Bonda hepbiz cular”, que quiere decir:  “Acá todos somos esclavos”. Yo le dije cómo la diferencia que había por que el Gran Turco era más rico, era porque se tenía todos los estados y no tenía cosas de Iglesia, y que si el Emperador todos los obispados, ducados y condados tuviese en sí vería lo que yo digo. En esto vino el mapa, y hícele medir con un compás todo lo que el Turco manda, y no es tanto como las Indias, con gran parte, de lo que quedó maravillado. Y llegó la licencia de la soltana que la fuese a ver, y fuimos su marido y yo al palacio donde ella estaba, con toda la solemnidad que a tal persona se requería, y llegué a su cama, en donde, como tengo dicho, son tan celosos, que ninguna otra cosa vi sino una mano sacada, y a ella le habían echado un paño de tela de oro por encima, que la cubría toda la cabeza. Mandáronme hincar de rodillas, y no osé besarle la mano por el celo del marido, el cual, cuando hube mirado el pulso, me daba gran prisa que bastaba y que nos saliésemos; a toda esta prisa ya resistía, por ver si podría hablarla o verla, y sin esperar que el intérprete hablase, que ya yo barbullaba un poco la lengua, díjole: “Obir el vera zoltana”, que quiero decir: “Deme Vuestra Alteza la otra mano”. Al meter de aquella y sacar de la otra descubrió tantico el paño para mirarme sin que yo la viese, y visto el otro, el marido se levantó y dijo: “Andá, cabamos, que aun la una mano bastaba”. Yo, muy sosegado, tanto por verla como por lo demás, dije: “Dilinchica soltana”: “Vuestra Alteza me muestre la lengua”. Ella, que de muy mala gana estaba tapada, y aun creo que tenía voluntad de hablarme, arrojó el paño, cuasi enojada, y dijo: “¿Ne exium chafir deila?”: “¿Qué se me da a mí? ¿No es pagano y de diferente ley?” (de los cuales no tanto se guardan); y descubre toda la cabeza y brazos, algo congojada, y mostrome la lengua; y el marido, conosciendo su voluntad, no me dio más prisa, sino dejome interrogar cuanto quise y fue menester para saber el origen de su enfermedad, el cual había sido de mal parir de un enojo, y no la habían osado los médicos sangrar, que no había bien purgado, y suscodiole calentura continua. Yo propuse que, si ella quería hacer dos cosas que yo mandaría, estaría buena con ayuda de Dios: la primera, que había de tomar lo que yo le diere; la segunda, que entre tanto que yo hacía algo ninguna cosa había de hacer de las que de los otros médicos fuesen mandadas, sino que, pues en dos meses no la habían curado, que probase conmigo diez o quince días, y si no hallase mejoría, ahí se estaban los médicos; y que esto no lo hacía por no saber delante de todos sustentar lo que había de hacer, sino porque yo era cristiano y ellos judíos, y dos turcos también había, y podíanle dar alguna cosa en que hiciesen traición por despecho o por otra cosa, y después decir que el cristiano la había muerto; los judíos ya yo sabía que sin haberme visto, de miedo que si yo entraba descubriría su poca ciencia, andaban diciendo que yo no sabía nada y que era mozo y otras calumnias muchas que ellos bien saben hacer, con las cuales perdieron más que ganaron, porque me hicieron soltar la maldita; y la soltana me dijo que lo aceptaba, pero que si se había de poner en mis manos también ella quería sacar otra condición, y era que no la había de purgar y sangrar, porque le habían dado muchas purgas; tantas, que la habían debilitado, y para la sangría era tarde. Yo, como vi cerrados todos los caminos de la medicina: “Señora (digo), yo no soy negromántico que sano por palabras; pero yo quiero que sea ansí; mas al menos un jarabe dulce grande necesidad hay que Vuestra Alteza le tome”. Ella dijo que de aquello era contenta, y se disponía a todo lo que yo hiciese; y fuímonos su marido y yo a su aposento, donde tenía llamados todos los protomédicos y médicos del Rey, y como comenzaron a descoser contra mí tanto en turquesco y yo les dijese que me diesen cuenta de toda la enfermedad cómo había pasado, tuviéronlo a pundonor, y mofaban todos diciendo que qué gravedad tenía el rapaz cristianillo; y dicen a Rustán Bajá, en turquesco, que ya me han tentado y que no sé nada, ni cumple que se haga cosa de lo que yo le dijere, cuanto más que soy esclavo y la mataré por ser su enemigo. Un paje de Rustán Bajá, que se me había aficionado y era hombre de entendimiento, que había estudiado, díjome, llegándose a mí, todo lo que los médicos habían dicho. A los cuales, yo: “Señores (digo), que no pensé, para derribaros en dos palabras de todo vuestro ser y estado, que soy venido a enmendar todos los errores que habéis hecho en esta reina, que son muchos y grandes”; y digo al intérprete: “Decid ahí a Rustán Bajá que los médicos que primero curaron esta señora la han muerto, porque cuanto le han hecho ha sido al revés y sin tiempo, y la mataron, al principio por no la saber sangrar, y con cualquiera de las purgas que le han dado m’espanto cómo no es muerta”. “¡Oh, por amor de D[io]s, señor, tened quedo; no digáis nada (dijeron al intérprete), que lo crerá Rustán Bajá y nos matará a todos”. “Decidle (digo también) que los haga que no se vayan de aquí hasta que les haga conocer todo lo dicho ser verdad”. Este fue otro “ego sum” para derribarlos en tierra, y muy humildemente dijeron: “Hermano, no pensamos que os habíais de enojar; nosotros haremos todo lo que vos mandáis, y no se le diga nada al Bajá, que sabemos que sois letrado y tenéis toda la razón del mundo; saber que pasa esto y esto, y se le ha hecho esto y estotro”. Yo lo iba todo contradiciendo y venciéndolos.

MATA: Y ¿a los médicos del rey vencíais vos? Yo ya tenía conocido lo poco que sabían.

PEDRO: Luego ¿pensáis que los médicos de los reyes son los mejores del mundo?

MATA: Y eso ¿quién lo puede negar que no quiera para sí el rey el mejor médico de su reino, pues tiene bien con que le pagar?

PEDRO: Y aun eso es el Diablo, que los pagan por buenos sin sello. Si la entrada fuese por examen, como para las cátedras de las Universidades, yo digo que tenéis razón; pero mirad que van por favor, y los privados del rey le dan médicos por muy buenos que ellos, si cayesen malos, yo fiador que no se osasen poner en sus manos, no porque no haya algunos buenos, pero muchos ruines; y creedme que lo sé bien como hombre que ha pasado por todas las cortes de los mayores príncipes del mundo. Ansí como en las cosas de por acá es menester más maña que fuerza, para entrar casa del rey, más industria que letras. Yo me vi, por acortar razones, como el aceite sobre el agua con mis letras, que aunque pocas eran buenas, sobre todos aquellos médicos en poco rato, y prometiéronme de no hablar más contra mí para el Dios de Abraham, sino que hiciese en la cura como letrado que era, y ellos me ayudarían si en algo valiesen para lo que yo mandase; y fuime a la torre con mis compañeros (que ya me habían quitado las cadenas), y di orden de hacerle un jarabe de mi mano, porque de naide me fiaba, y llevándosele otro día, topé un caballero renegado, muy principal al parescer, y díjome: “Yo he sabido, cristiano, quién tú eres y tenido gran deseo de te conoscer y servir por la buena relación que de ti hay”. Yo se lo agradescí todo lo posible. Pasó adelante la plática, diciendo cómo sabía que curaba a la soltana, y si quería ganar libertad que él me daría  industria. Yo le hice cierto ser la cosa que más deseaba en el mundo. Dice: “Pues pareces prudente, hágote saber que este tu amo, Zinán Bajá, y su hermano Rustán Bajá son dos tiranos los más malos que ha habido, y dependen desta señora, la cual si muriese, éstos no serían más hombres. Yo soy aquí espía del Emperador; si tú le das alguna cosa con que la mates, yo te esconderé en mi casa y te daré cuatrocientos escudos con que te vayas, y te porné seguramente en tierra de cristianos y darte he una carta para el Emperador, que te haga grandes mercedes por la proeza que has hecho”. Fue tan grande la confusión y furor que de repente me cayó que me parescía estar borracho; y si tuviera una daga, yo arremetía con él, y díjele: “No se sirve el Emperador de tan grandes traidores y bellacos, como él debía de ser”; y que se me fuese luego delante ni pasase jamás por donde mis ojos le viesen, so pena que cuando no le empalase Rustán Bajá, yo mesmo lo haría con mis manos, porque mentía una y dos veces en cuanto decía, y no era yo hombre que por veinte libertades ni otros tantos emperadores había de hacer cosa que ofendiese a Dios ni al prójimo, cuanto más contra una tan grande princesa”.

MATA: ¡Que me maten si ése no era echado aposta de parte de la mesma reina para tentaros!

PEDRO: Ya me pasó a mí por el pensamiento, y conformó con ello que cuando llegué con el jarabe, entre tanto que habían ido por licencia para entrar, el Rustán Bajá comenzó de parlar conmigo y darme cuenta de la subjeción que tenía a su mujer, y diciendo que una esclava que la soltana mucho quería le ponía siempre en mal con ella, y que deseaba matarla, que lo hiciese, tanto placer le dijese con qué lo podría hacer delicadamente; respondile que mi facultad era medicina, que servía para sanar los que estaban enfermos y socorrer a los que habían tomado semejantes venenos, y si désta se quería servir yo lo haría, como esclavo que era suyo; pero lo demás no me lo mandase, porque no lo sabía, y los libros de medicina todos no contenían otra cosa sino cómo se curaba tal y tal accidente. No obstante eso, dice: “Te ruego que, pues te conozco que sabes mucho en todo, me digas alguna cosa, que no me va en ello menos que la vida”. Concluí diciendo: “Señor, la mejor cosa que yo para eso sé es una pelotica de plomo que pese una drama, y hará de presto lo que ha de hacer”. Él, algo contento, pensando tenerme cogido, preguntome el cómo; digo: “Señor, metido en una escopeta cargada y dándole fuego, y no me pregunte más Vuestra Alteza en eso, que no sé más, por Cristo”. Y fuímonos a dar el jarabe a la princesa, la cual le tomó de buena gana, creo que por lo que había precedido.

JUAN: Por fe tengo que si en aquellos tiempos os moríais que íbais al Cielo, porque en todo eso no se apartaba Dios de vos.

MATA: Yo lo tengo todo por revelaciones.

PEDRO: Y'os diré cuánto, para que me ayudéis a loarle, que no lo habían apuntado a hacer cuando estaba al cabo del negocio, y de allí adelante me comencé a recatar más, y todas las medicinas que eran menester las hacía delante de Rustán Bajá yo mesmo junto al aposento de la soltana, llevándome en la fratiquera los materiales que yo mesmo me compraba en casa de los drogueros; y para más satisfacción mía, por si muriese, hacía estar allí los médicos y dábales cuenta de todo lo que hacía, lo cual siempre aprobaban, ansí por el miedo que me tenían como por no saber si era bueno ni malo. Quejáronse una vez a mi amo de mí que era muy fantástico y para ser esclavo no era menester tanta fantasía; que cuando se hacía alguna cosa de medicina para la soltana, sin más respecto, a unos mandaba majar en un mortero raíces o pólvoras, a otros soplar debajo la vasija que estaba en el fuego, porque no podían decir de no estando delante el Bajá, haciéndole entender que era gran parte para la salud ir majado de mano de médicos, y él no hacía nada sino buscar que majar y fuesen piedras. Llamome mi amo, y cuasi enojado dice: “Perro, ¿paréscete bien estimar en tan poco los médicos del rey, que se me han quejado desto y esto, y que tú no haces sino mandar?” “Mayor trabajo (digo), señor, es ése que majar; Vuestra Excelencia, aunque no rema en las galeras, ¿no tiene harto trabajo en mandar? Pues manden ellos, que yo majaré, y pues no saben mandar, que majen, que yo no soy más de uno y no lo puedo hacer todo”. Diose una palmada en la frente y dijo: “Yerchec vara”: “Verdad dices: anda vete y abre el ojo, pues sabes cuánto nos va”. Como vi la calentura continua y la grande necesidad de sangrar que había, determiné usar de maña y díjele: “Señora, entre sangrar y no sangrar hay medio; necesidad hay de sangría; mas pues Vuestra Alteza no quiere, será bien que atemos el pie y le meta en un bacín de agua muy caliente para que llame la sangre abajo, y esto bastará”; y holgó dello, para lo cual mandé venir un barbero viejo y díjele lo que había de hacer, y tuviese muy a punto una lanceta para cuando yo le hi[c]iese del ojo, picase. Todo vino bien, y ella, descuidada de la traición, cuando vi que parescía bien la vena asile el pie con la mano y el barbero hirió diestramente. Dio un grande grito, diciendo: “Perro, ¿qué has hecho, que soy muerta?” Consolela con decir: “No es más la sangría desto, ni hay de qué temer; si Vuestra Alteza quiere que no sea, tornaremos a cerrar”. Dijo: “Ya, pues que es hecho, veamos en qué para, que ansí como ansí te tengo de hacer cortar la cabeza”. Sintió mucho alivio aquella noche, y otro día, cuando me contó la mejoría, abrile las nuevas diciendo cómo del otro pie se había de sacar otra tanta; por tanto, prestase paciencia, lo cual aceptó de buena voluntad, y mejoró otro pedazo. Había tomado dos jarabes, y quedaba que había de tomar otros dos; pero purga era imposible. Yo hice un jarabe que llaman rosado, de nueve infusiones, algo agrete, y dile cinco onzas que tomase en las dos mañanas que quedaban, el cual, como le supiese mejor que el primero, tomó todo de una vez y alborotola de manera que hizo trece cámaras y quedó algo dismayada y con miedo. Rustán Bajá, espantado, enviome a llamar y díjome: “Perro cornudo, ¿qué tóxico has dado a la soltana, que se va toda?” A mí es verdad que me pesó de que lo hubiese tomado todo, y preguntele cuántas había hecho; y cuando respondió que trece consolele con que yo quisiera que fueran treinta, y fuimos a verlas, y era todo materia, como de una apostema. Llamados allí los médicos, díjeles: “Señores, esto habíais de haber sacado al principio, y no era menester tantas purgas, porque no hay para qué sacar otro humor sino el que hace el mal”. Quiso Dios aquella noche quitarle la calentura.

MATA: ¿Qué os dieron, que es lo que hace al caso, por la cura?

PEDRO: A la mañana, cuando fui, antes que llegase sacó el brazo y alzó el dedo pulgar a la francesa, que es el mayor favor que pueden dar, y díjome: “Aferum hequim Baxa”: “Buen viaje hagas, cabeza de médicos”; y llegó un negro eunuco que la guarda y echome una ropa de paño morado, bien fina, aforrada en cebellinas, acuestas. Cuando le miré el pulso y la hallé sin calenturas alcé los ojos y di gracias a Dios. Díjome que ella era tan grande señora y yo tan bajo, que cualquiera merced que me hiciese sería poco para ella; que aquella ropa suya trajese por su amor, y que ya sabía que lo que yo más quería era libertad, que ella me la mandaría dar. De manera que dentro de doce días ella sanó con la ayuda de Dios, y envió a decir a Zinán Bajá que me hiciese turco y me asentase un gran partido, o si no quería, que luego me diese libertad. Respondió que lo primero no aprovechaba, porque me lo había harto rogado; que mi propósito era venirme en España; que él me traería cuando saliese el junio la armada, y me pornía en libertad.

JUAN: ¿En qué mes la curastes?

PEDRO: En Navidad.

MATA: Y el marido, ¿n'os dio nada?

PEDRO: Todavía me valdría dos docenas d’escudos: que allá, cuando hacen merced los señores, dan un puñado de ásperos, y que sea tan grande que se derramen algunos.

JUAN: No son muy grandes mercedes ésas.

PEDRO: No son sino muy demasiado de grandes para esclavos. Bien paresce que habéis estado poco en galeras de cristianos, para que vierais qué tales las hacen los señores de acá; que con los que no son cautivos, tan largos son en dar como los de acá y más, y aun con los cautivos plugiese a Dios que acá se hiciese la mitad de bien que allá.

JUAN: Fama y honra, a lo menos, hasta se ganaría con la cura.

MATA: ¿Todo eso tenemos a cabo de rato? Pues ¿qué consejos tomastes?

LA FUGA

PEDRO: El que mi tía Celestina, buen siglo haya, daba a Parmeno nunca a mí se me olvidó: desde la primera vez que le oí que era bien tener siempre una casa de respeto y una vieja, adonde si fuese menester tenga acogida en todas mis prosperidades; con el miedo de caer dellas, siempre, para no menester, tuve una casa de un griego, el cual en necesidad me cubriese a mí o a quien yo quisiese, pagándoselo bien, y dábale de comer a él y un caballo muchos meses, no para más de que siempre me tuviese la puerta abierta.

MATA: No creo haber habido en el mundo otro Dédalo ni Ulises sino vos, pues no pudo la prosperidad cegaros a que no mirásedes adelante.

PEDRO: ¿Ulises o qué? Podéis creer como creéis en Dios que yo acabaré el cuento, que no pasó de diez partes una, porque lo de aquél dítelo Homero, que era ciego y no lo vio, y también era poeta; mas yo vi todo lo que pasé, y vosotros lo oiréis de quien lo vio y pasó.

JUAN: Pues ¿qué griego era aquél? ¿Era libre? ¿Era cristiano? ¿A quién estaba subjeto?

PEDRO: Presuponed, entre tanto que más particularmente hablamos, que no porque se llame Turquía son todos turcos, porque hay más cristianos que viven en su fe que turcos, aunque no están subjetos al Papa ni a nuestra Iglesia latina, sino ellos se hacen su patriarca, que es Papa dellos.

MATA: Pero ¿cómo los consiente el Turco?

PEDRO: ¿Qué se le da a él, si le pagan su tributo, que sea nadie judío, ni cristiano, ni moro? En España, ¿no solía haber moros y judíos?

MATA: Es verdad.

PEDRO: Pues de aquellos griegos hay algunos que viven d'espías, de traer cristianos escondidos por que les paguen por cada uno diez ducados y la costa,  hasta llegar en salvo, que es un mes, y si aportan en Raguza o en Corfó, las cibdades les dan cada otros diez ducados por cada uno.

JUAN: La ganancia es buena si la pena no es grande.

PEDRO: No es mayor ni menor de empalar, como he visto hacer a muchos: que al cristiano cautivo que se huye, cuando mucho, le dan una docena de palos, mas al que le sacó empálanle sin ninguna redempción.

MATA: Pues ¿hay quien lo ose hacer con esa pena?

PEDRO: Mil cuentos: la ganancia, el dinero, la necesidad y interese hacen los hombres atrevidos; sé que el que hurta bien sabe que si es tomado le han de ahorcar, y el que navega, que si cae en la mar se tiene de ahogar; mas, no obstante eso, navega el uno y el otro roba. Por cierto, la espía que yo traje había ya hecho diez y nuevo caminos con cristianos, y con el mío fueron veinte.

JUAN: ¿Cómo se llamaba?

PEDRO: Estamati.

MATA: Y ¿qué hacía? ¿De qué os servía?

PEDRO: De mostrarme el camino y servirme en él.

JUAN: Y ¿trajo a vos sólo?

PEDRO: Como yo vi la respuesta que el Papa turco me dio, comencé de pensar en mí quién me mandaba tomar pleito contra el Rey, valiendo más salto de mata que ruego de buenos hombres; yo determiné de huirme, y tomé los libros, que eran muchos y buenos, y dilos envueltos en una manta de la cama a una vecina mía, de quien yo me fiaba, que los guardase, y saqué de una arquilla las camisas y zaragüelles delgados que tenía, labradas de oro, que valdrían algunos dineros, que serían una docena, que me daban turcas porque las curaba, y fuime en casa de la espía y topé en el camino aquel cirujano viejo mi compañero, y contele lo que había pasado, y díjele: “Yo me voy huyendo; si queréis venir conmigo, yo os llevaré de buena gana, y si no y os viniere por mí algún mal no me echéis la culpa”. Fue contento de hacerme compañía, mas quiso ir a casa por lo que tenía, que era cosa de poco precio. Digo yo: “No quiero sino que se pierda; si habéis de venir ha de ser desde aquí; si no, quedaos con Dios”. El pobre viejo, que más valiera que se quedara, fuese conmigo a casa del griego, y allí consultamos en qué hábito nos trairía. Dijo que el mejor, pues yo sabía tan bien la lengua, sería de fraire griego, que llaman  “caloyero”, que es este con que espanto a Mátalas Callando, pues teníamos las barbas que ellos usan, que era también mucha parte. Yo di luego dineros para que me trajeren uno para mí y otro para mi compañero.

JUAN: Pues ¿véndese públicamente?

PEDRO: No, sino que se los tomase a dos fraires y les diese con qué hacer otros nuevos; y trájolos. Dile luego cinco ducados para que me comprase un par de caballos.

MATA: Tenedle, que corre mucho.

PEDRO: ¿Qué decís?

MATA: Que si corrían mucho.

JUAN: No dijo sino una malicia de las que suele.

MATA: Pues cinco ducados dos caballos ¿quién lo ha de creer, aunque fueran de corcho?

PEDRO: Y aun creo que me sisó la quinta parte el comprador. No entendáis caballos para que rúen los caballeros, sino un par de camino, como estos que alquilan acá, que bastasen a llevarnos treinta y siete jornadas, y éstos no valen más allá de a dos o tres escudos.

MATA: ¡Quemado sea el tal barato!

PEDRO: Este griego usaba tenerse en casa escondidos los cautivos un mes o dos beborreando, hasta desmentir y que no se acordasen; mas yo no quise estar en aquel acuerdo, antes aquella noche, a media noche, quise que nos partiésemos, haciendo esta cuenta: como yo ando libre, el primero ni segundo día no me buscarán; pues cuando al

tercero me busquen y envíen tras mí, ya yo les tengo ganadas tres jornadas, y no me pueden alcanzar.

MATA: Sepamos con qué tantos dineros os hallastes al salir.

PEDRO: Obra de cincuenta ducados en oro y una ropa de brocado y otra de terciopelo morado, y las camisas y calzones y otras joyas. El viejo no sé lo que se tenía; creo que lo había empleado todo en piedras, que valen en buen precio. Salimos a la mano de Dios, y la primera cosa que topé en apartándome de las cercas de Constantinopla, que ya quería amanescer, fue una paloma blanca que me dio el mayor ánimo del mundo, y dije a los compañeros: “Yo espero en Dios que hemos de ir en salvamento, porque esta paloma nos lo promete”.

MATA: Y si fuera cuervo, ¿volviéraisos?

PEDRO: No penséis que miro en agüero; aquello creía para confirmación d'esperanza; pero no lo otro para mal. Ibanos dando la espía lección de lo que habíamos de hacer, como nunca habíamos sido fraires, y es que al que saludásemos, si fuese lego, dijésemos, bajando la cabeza: “Metania”, el “Deo gratias” de acá (quiere decir

“penitencia”), que es lo que os dije cuando nos topamos, que interpretaba Juan de Voto a Dios tañer tamboril o no sé qué. A esto responde: “O Theos xoresi”, que es el “por siempre” de acá (quiere decir: “Dios te perdone”); si son fraires a los que saludáis, habéis de decir: “Eflogite, pateres”: “Bendecid, padre”. Eranme a mí tan fáciles estas cosas, como sabía la lengua griega, que no era menester más de media vez que me lo dijeran.

MATA: Y el compañero ¿sabía griego?

PEDRO: Treinta y cuatro años había que estaba casado con una griega de Rodas, y en su casa no se hablaba otra lengua; y él nunca supo nada, sino entendía un poco; pero en hablando dos palabras se conoscía no ser griego, y nunca el Diablo le dejó deprender aquellas palabras. Topamos una vez un turco que entendía griego, y llégase a él, por decirle “metania”, y díjole “asthenia”.

MATA: ¿Qué quiere decir?

PEDRO: Dios te dé una calentura héctica, o, si no queréis, el Diablo te reviente. Como el turco lo oyó, airose lo más del mundo, y dijo: “¿Ne suiler su chupec?”: “¿Qué dijo ese perro?” Yo llegué y digo: “¿Qué había de decir, señor, sino ‘metania’?” El turco juraba y perjuraba que no había dicho tal; en fin, allá regañando se fue. Yo reprehendile diciendo: “Pues ¿una sola palabra que nos ha de salvar o condenar no sois para deprender?” Habiendo caminado siete leguas no más, llegaron a nosotros a caballo dos jenízaros, que, como di[j]e, son de la guardia del Rey, y dijeron: “Cristianos, no quiero de vosotros otra cosa más de que nos deis a beber si lleváis vino”; porque aunque el turco no lo puede beber conforme a su ley, cuando no le ven, muy bien lo bebe hasta emborrachar. Yo llevaba el recado conforme al hábito.

JUAN: ¿Cómo?

PEDRO: ¿Habéis nunca visto fraire caminar sin bota y vaso, aunque no sea más de una legua? Yo eché mano a mi alforja, y mandé al compañero que caminase, que aquello yo me lo haría y le alcanzaría, por que no fuese descubierto por no saber hablar, y comencé de escanciarles una y otra, e iban  caminando junto conmigo en el alcance de los compañeros; preguntáronme dónde venía. Digo: “Constantinopla”.

JUAN: ¿En qué lengua?

PEDRO: Cuando griego, cuando turquesco, que todo lo sabían. Dijéronme: “¿Qué nuevas hay en Constantinopla?” Digo: “Eso a vosotros incumbe, que sois hombres del mundo, que yo, que le he dejado, no tengo cuenta con nueva ni vieja; si de mi monesterio queréis saber, es que el patriarca nuestro está bueno y esta semana pasada se nos murió un fraire”. Preguntome el uno, llegándose a mí, cuántos años había que era fraire. No me supo bien la pregunta, y díjele, haciendo de las tripas corazón, que seis. Preguntome en dónde. Respondí que parte en la mar Negra y parte en Constantinopla. Asiome el otro del hábito, y dijo: “Pues ¿cómo puedes, pobreto, con esta estameña resistir al frío que hace?”

MATA: A fe que metería el asir las cabras en el corral.

PEDRO: Yo le dije que debajo traíamos sayal o paño. Fue la pregunta adelante, y dijeron: “¿Dónde vas agora?” Respondí que a Monte Sancto.

JUAN: ¿Qué es Monte Sancto?

PEDRO: Un monte que terná de cerco cuasi tres jornadas buenas, y es cuasi isla, porque por las tres partes le bate la mar, en el cual hay veinte y dos monasterios de fraires desta mi orden, y en cada uno docientos o trescientos fraires, y ningún pueblo hay en él, ni vive otra gente ni puede entrar mujer, ni hay en todo él hembra ninguna de ningún género de animal; a este monte son sus peregrinajes, como acá Santiago, y por eso no se echa de ver quién va ni viene tanto por aquel camino. Ya que nos juntamos con los compañeros, díjeles: “Y vosotros ¿adónde vais?” Respondió el uno: “En busca de un perro de cristiano que se ha huido a la soltana, el mayor bellaco traidor que jamás hubo, porque le hacían más bien que él merescía y todo lo ha postpuesto y huídose (paresce ser que aquella noche le había dado un dolor de ijada, y habíanme buscado, y como  supieron que había sacado los libros, luego lo imaginaron). Digo: “Y ¿dónde era?”; que del viejo no se hacía caso que se fuera, que estuvieras. Dice: “De allá de las Españas”. Tornele a preguntar: “¿Qué hombre era?” Comenzome a decir todas las señales mías.

JUAN: Pues ¿cómo no os conosció?

PEDRO: Yo os diré; ¿veis esta barba?, pues tan blanca me la puso una griega como es agora negra, y al viejo, la suya blanca como está esta mía, y toda rebujada como veis; el Diablo nos conosciera, que ninguna seña de las que traía veía en mí: la caperuza, el sayo, la ropa, todo se había convertido en lo que agora veis. Díjeles: “Pues, señores, ¿adónde le vais a buscar?” Respondieron: “Nosotros vamos hasta Salonique, que es diez y siete jornadas de aquí, a tomarle todos los pasos; y por mar han despachado también un bergantín para si acaso se huyó por mar”. Yo entonces los digo: “Pues ese mesmo camino, señores, llevo yo”. Ellos dijeron que por cierto holgaban de que fuésemos juntos. La espía y el compañero desmayaron, pensando que ya yo me rindía o estaba desesperado.

MATA: Pues ¿no tenían razón? ¿No era mejor o caminar adelante o quedar atrás?

PEDRO: Ni vos ni ellos no sabéis lo que os decís: atrás no era seguro, porque ellos dejaban toda la gente por donde pasaban avisada, y sobre sospecha éramos presos en cada pueblo; adelante, no bastaban los caballos. ¿Qué más sano consejo que, viendo que no me habían conoscido, hacer del ladrón fiel, y más la seguridad del camino, que es el más peligroso que hay de aquí allá? Si el Rey, por hacerme grande merced, me quisiera dar una grande y segura compañía, no me diera más que aquellos dos de su guarda; es como si acá llevara un alcalde de corte y un alguacil para que nadie me ofendiese: ¿n'os parece que iría a buen recado? Cuanto más que de otra manera nunca allá llegara, porque los jenízaros tienen tanto poder que por el camino que van toman cuantas cabalgaduras topan, sin que se les pueda resistir, y cuando hacen mucha merced, por un ducado o dos las rescatan; en solas siete leguas me habían tomado ya a mí mis caballos, porque todos los caminos por donde yo iba estaban llenos de jenízaros, y por ir en compañía de los otros nadie me osaba hablar.

JUAN: No fue de vos ese consejo. Por vos se puede decir: “Beatus es, Simón Barjona, quia caro nec sanguis non revelavit tibi; sed Pater meus qui in celis est”. Agradecédselo a quien nunca faltó a nadie.

PEDRO: Llegáronse a mí los dos mis compañeros rezagándose, y comenzaron de decirme que para qué había destruido a mí y a ellos. Yo le respondí que poco sabía para haber hecho tantas veces aquel camino. Respondiome: “Si vos solo fuerais, yo bien creo que fuera bien; ¿mas no veis que por este viejo, que ninguna lengua sabe, somos luego descubiertos? ¿Qué haremos? ¿Dónde iremos?” Consolele diciendo no ser inconveniente aunque no supiese la lengua; pero lo que cumplía era que no hablase. Dijo que había necesidad de que se hiciese mudo por todo el camino; donde no, bien podíamos perdonar. Lo que más presto (digo) nos echará a perder es eso, porque es cosa tan común que todos lo hacen en dondequiera cuando no saben la lengua, y se está ya en todas estas tierras mucho sobre el aviso, que dirán: ‘Fraire y mudo, ¿quién le dio el hábito? Guadramaña hay. Él es viejo y estarle ha muy bien que se haga sordo, y cualquiera que le hablare se amohinará de replicar a voces muchas veces lo que ha de decirle, y ansí responderemos nosotros por él. Desto hay tanta necesidad, que en hacerlo o no está nuestra salvación, y con algunas palabrillas que sabe de griego y no tener a qué hablar mucho será mejor encubierto que nosotros”.

MATA: Bien dicen que quien quiere ruido compre un cochino. ¿Qué necesidad teníais vos de salir con nadie sino salvaros a vos?

PEDRO: Oiréis y veréis, que aun esto no es nada: mill veces estuve movido para echarle en la mar por salvarme a mí.

MATA: Ya que hicistes el yerro, urdistes la mejor astucia de vuestra vida; porque hablar con un sordo es un terrible trabajo; al mejor tiempo que os habéis quebrado la cabeza, os sale con un ¿Qué? puesta la mano en la oreja; y al cabo, por no parescer que no oyó, responde un disparate.

PEDRO: Muy bien le paresció al espía; mas cosa fue para el viejo que en tres meses de peregrinación nunca la pudo deprender.

MATA: Pues ¿qué había que deprender?

PEDRO: No más de a no hablar; que para un hombre viejo, y que había sido barbero, es muy oscuro lenguaje y cosa muy cuesta arriba; al mejor tiempo, mill veces que hablábamos en las posadas en conversación, dicho ya que era sordo, como entendía el griego, respondía descuidado, y metía su cucharada que a todos hacía advertir cómo oía siendo sordo. Yendo nuestro camino con los jenízaros, yo les tenía buena conversación, y ellos a mí, como sabíamos bien las lenguas; el espía y el viejo se iban hablando por otra parte; llegamos la noche a la posada, y yo, como sabía las mañas de los turcos, que querían que les rogasen con el vino, hice traer harto para todos, pues ellos no podían ir a la taberna, y para mejor disimular pusímonos a comer un poco apartados dellos, como que cada uno comía por sí, y el griego nunca hacía sino escanciar y darles, hasta que se ponían buenos. Mandele también al griego que los sirviese mejor que a mí y mirase por sus caballos.

JUAN: ¿Hay por allá mesones como por acá?

PEDRO: Mesones muchos hay, que llaman “carabanza”; pero como los turcos no son tan regalados ni torrezneros como nosotros, no hay aquel recado de camas ni de comer; antes en todo el camino no vi “carabanza” de aquellos que tuviese mesonero ni nadie.

MATA: Pues ¿cómo son?

PEDRO: Unos hechos a modo de caballeriza, con un solo tejado encima, y dentro por un lado y por otro lleno de chimeneas y alto a manera de tableros de sastres, aunque no es de madera sino de tierra, donde se aposenta la gente.

MATA: ¿Sin más camas ni recado?

PEDRO: Ni aun pesebres para los caballos, sino entre tantos compañeros toman una chimenea déstas con su cadahalso, y allí ponen su hato, sobre el cual duermen, echando debajo un poco de heno. Una ropa aforrada hasta en pies lleva cada turco de a caballo en camino, la cual le sirve de cama.

JUAN: ¡Oh de la bestial gente!

PEDRO: No es sino buena y belicosa.

MATA: Pues ¿dónde comen las bestias?

PEDRO: A los mesmos pies de sus amos, en el cadahalso o tablado, le echan feno harto, que en aquella tierra es de tanto nutrimento, que si no trabaja la bestia está gorda sin cebada, y cada una lleva consigo una bolsa que llaman “trasta”, que le cuelga de la cabeza como acá suelen hacer los carreteros, y dentro les echan la cebada.

JUAN: Pues si no hay huéspedes, ¿quién les da cebada y todo lo que han menester?

PEDRO: Mill tiendas que hay cerca del mesón, que de cuanto hay les proverán, que por la posada no pagan nada, que es una cosa hecha de limosna para cuantos pasaren, pobres y ricos; en entrando a apearse llegan allí muchos con cebada, leña, arroz, feno y lo que más hay necesidad. A las bestias en aquella tierra tienen bien acostumbradas, que nunca comen de día, sino de noche les ponen tanto que les baste.

MATA: Desa manera tampoco se gastará tanto en el camino como por acá.

PEDRO: El que cada día gasta dos o tres ásperos en comer él y la bestia es mucho, porque la cebada vale barata, y el pan; y el vino no lo beben la gente, con que menos se les da por el comer. Hicimos nuestras camas y echámonos, no con menos frío que agora hace, todos juntos, la alforja frairesca por cabecera y el tejado por frazada, y a primo sueño comienza a tomar el Diablo a mi compañero, y hablar entre sueños, no ansí como quiera, sino con tantas voces y tanto ímpetu y coces como un endemoniado, y decir, levantándose: “¡Mueran los traidores bellacos que nos roban! ¡Ladrones, ladrones!”, y con esto juntamente dar puñadas a una y a otra parte; no solamente despertamos todos, mas pensamos que era verdad que nos mataban; la lengua española en que hablaba escandalizó mucho a los jenízaros que allí dormían, y preguntaron qué era aquello, y yo les dije cómo soñaba.

MATA: La vida os diera hacer del mudo con tan buena condición.

PEDRO: Aun con todo eso no les podía quitar a los turcos de la imaginación el hablar diferentemente de lo que ellos todos, lo cual me dio las más malas noches que en toda mi vida pasé.

JUAN: ¿En qué?

PEDRO: Porque ya no me osaba fiar, sino tenerle de contino asida la mano, para cuando comenzase despertarle presto.

JUAN: Y ¿soñaba desa manera cada noche?

PEDRO: Y aun de día, si se dormía, y no menos feroces los sueños; que aunque he leído muchas veces de cosas de sueños que los médicos llaman turbulentos, y visto algunos que los tienen no tan continuos y tan bravos, contemplad agora y echad seso a montones: ¿qué sintiera un hombre que venía huyendo y estaba entre sus enemigos durmiendo y por sólo el hablar español había de ser conoscido, y las noches de enero largas, y echado en el suelo, sin ropa, y no poder, aunque tenía grande gana, dormir, por no le osar dejar de la mano?

MATA: No me dé Dios lo que deseo si no me paresce que un tal era mérito matarle si se pudiera hacer secretamente; a lo menos echarle en la mar; yo hiciéralo, porque, en fin, muchas cosas hacen los hombres por salvarse; más valía que muriera el uno que no todos. Y ¿cuántos días duró ese subsidio?

PEDRO: Con los jenízaros, trece.

JUAN: Pues ¿trece días vinistes siempre con vuestros enemigos?

PEDRO: Y aun que rescibía hartos sobresaltos cada día.

JUAN: ¿Cómo?

PEDRO: Sentándonos a la mesa, hartas veces daba un suspiro el uno dellos, diciendo: “Hei guidi imanzizis, quim cizimbulur nase mostulu colur”: “¡Ah, cornudo sin fe, quien te topase, que buenas albricias se habría!” ¿Qué os paresce que sintiera mi corazón? No podía ya tener paciencia con el viejo, viendo que de los pensamientos y torres de viento del día procedían los sueños, y lleguéme un día a él, apartado de los jenízaros, y preguntele en qué iba pensando, porque con las manos iba entre sí esgrimiendo. “¿Sabéis (digo) qué querría yo que pensaseis? La miseria del trabajo en que vamos y la longura del camino, y que sois un pobre barbero y no capitán ni hombre de guerra, y de setenta años, y cuando llegaréis, si Dios quiere, en vuestra casa, o vuestra mujer será muerta, o ya que viva, como ha tanto que vos faltáis, no podrá dejar de haberos olvidado, y vuestras hijas por casar y cada dos veces paridas. Esto id vos contemplando de día, que no creo yo que escapa de ser verdad, y soñaréis de lo mesmo”.

MATA: ¡Por Dios que vos le dabais gentil consuelo! Y vos ¿consolábaisos con eso, o pasabais este rosario que traéis a la cinta muchas veces?

PEDRO: Siempre al menos iba urdiendo para cuando fuese menester tejer.

JUAN: ¿Malicias?

PEDRO: No en verdad, sino ardides que cumpliesen a la salvación del camino.

JUAN: Pues ése el mejor era ayuno y oración. ¿Cuántas veces pasabais cada día este rosario?

PEDRO: ¿Queréis que os diga la verdad?

JUAN: No quiero otra cosa.

PEDRO: Pues en fe de buen cristiano que ninguna me acuerdo en todo el viaje, sino sólo le trayo por el bien parescer al hábito.

JUAN: Pues ¡qué herejía es ésa! ¿Ansí pagabais a Dios las mercedes que cada hora os hacía?

PEDRO: Ninguna cuenta tenía con los paternostres que rezaba, sino con sólo estar atento a lo que decía. Luego ¿pensáis que para con Dios es menester rezar sobre taja? Con el corazón abierto y las entrañas daba un arcabuzazo en el cielo que me parescía que penetraba hasta donde Dios estaba; que decía en dos palabras: “Tú, Señor, que guiastes los tres reyes de Levante en Belem, y libraste a Santa Susana del falso testimonio, y a Sant Pedro de las prisiones, y a los tres muchachos del horno de fuego ardiendo, ten por bien llevarme en este viaje en salvamento ‘ad laudem et gloriam omnipotentis nominis tui’”; y con esto, algún paternóster. No fiaría de toda esa gente que trae paternostres en la mano yo mi ánima.

MATA: Cuanto más de los que andan en las plazas con ellos en las manos, meneando los labios y al otro lado diciendo mal del que pasa, y más que lo usan agora, por gala, con una borlaza.

JUAN: Vosotros sois los verdaderos maldicientes y murmuradores, que por ventura levantáis lo que en los otros no hay.

MATA: Buen callar os perdéis, que vos no sois parte en eso.

JUAN: Mejor os lo perdéis vosotros, que cuando no tenéis de qué murmurar dais tras una cosa tan santa, buena y aprobada como los rosarios en la mano del cristiano.

PEDRO: Pues como no sea de derecho divino el rosario, aunque sea de los que el general de los fraires bendició, podemos decir lo que nos paresce.

JUAN: Sí, como no sea contra Dios ni el prójimo.

MATA: Ahora, sús, y con esto acabo. A mí me quemen como a mal cristiano si nunca hombre se fuere al Infierno por rezar ocho ni diez paternostres de más.

JUAN: Pues eso ¿quién lo quita?

MATA: Pues si no lo quita, ¿qué necesidad hay para con Dios de rezar, como dijo Pedro de Urdimalas, sobre taja, habiendo dado Dios cinco dedos en cada mano, ya que queríais cuenta, por los cuales se pueden contar las estrellas y arenas de la mar?

PEDRO: Por los dedos puédese contar, sin que la gente lo vea, debajo de la capa, como quien no hace nada, y no andan ellos tras eso; mas ¡qué de veces saltan desde el “qui esin celis” en el “remissionem pecatorum” cuando ven pasar al deudor!

MATA: Yo veo que Juan de Voto a Dios no puede tragar estas píldoras. Vaya adelante el cuento. Al cabo de los tre[ce] días, ¿dónde aportastes con los turcos?

PEDRO: Llegamos a un pueblo bueno, que se llama la Caballa, que ya es en la mar; porque hasta allí siempre había procurado de no pasar por entre los dos castillos de Sexto y Abido.

MATA: ¿Aquellos que cuenta Boscán?

PEDRO: Los mesmos.

MATA: ¿Dónde están?

PEDRO: A la entrada de la canal que llaman de Constantinopla, los cuales son toda la fuerza del Gran Señor, porque no puede entrar dentro de Constantinopla ni salir nave, galera, ni barca que no se registre allí, so pena que la echaran a fondo, porque han de pasar por contadero.

JUAN: ¿Qué tanto hay del uno al otro?

PEDRO: Una culebrina alcanza, que será legua y media.

JUAN: Y ¿son fuertes?

PEDRO: Todo lo posible, al menos están lo mejor artillados que entre muchos que he visto ay; y de gente no tienen mucha, porque cada y cuando fuere menester dentro de dos días acudirán a ellos  cincuenta mill hombres.

JUAN: Y la Caballa donde llegastes, ¿es deste cabo o del otro?

PEDRO: No sino déste. De allí a Salonique eran tres jornadas, y a Monte Sancto, veinte leguas por mar; yo determiné de no tentar más a Dios, y que bastaban trece jornadas con los enemigos. El camino real es el más pasajero del mundo; yo soy muy conoscido entre judíos y cristianos y turcos; no sea el Diablo que me engañe, y me conozca alguno; más quiero irme por agua a Monte Sancto; y despidime con harto dolor y lágrimas de los jenízaros, que les contentaba la compañía, diciendo que yo quería irme en una barca a mis monesterios, y me pesaba de perder tan buena compañía y los servicios que les había dejado de hacer. Ellos respondieron que por cierto holgaran que el camino y compañía fuera por mucho mayor tiempo, y ansí se fueron. En la posada bien sabían quién yo era, porque conoscían el espía, y había allí un sastrecillo medio remendón, candiote, que también solía ser espía, con los cuales bebimos largo aquella noche.

EN CHÍOS

PEDRO: Había gran miedo de infinitos cosarios que por allí andan; y también la fortuna, aunque grande, era favorable en llevar hacia allá. A media noche fue Dios servido, con grandísimo peligro, que llegamos en el Delfín, que es un muy buen puerto de la mesma isla del Chío, seguros de la mar, mas no de los cosarios, que hay más por allí que en todo el mundo, porque no hay pueblo que lo defienda, y de allí a la cibdad son siete leguas. Rogué a los patrones que nos echasen en tierra, y eché mano a la bolsa y diles obra de un ducado que bebiesen aquel día por amor de mí. Y no le queriendo tomar, les dije que bien podían, porque ido yo a la cibdad sería más rico que ellos. Tornáronlo y avisáronme que, por cuanto había tantos cosarios por allí que tenían emboscadas hechas en el bosque por donde yo había de ir para coger la gente que pasase, mirase mucho cómo iba. Yo fui por un camino orillas del mar, más escabroso y montañoso que en Monte Sancto había visto, y de tanto peligro de los cosarios, que había dos meses que de la cibdad nadie osaba ir por él; y aun os digo más: que cuando llegamos al pueblo todos nos dijeron que diésemos gracias a Dios por todos los peligros de que nos había sacado, y más por aquél, que era mayor y más cierto que todos, porque en más de un año no pasó nadie que no fuese muerto o preso.

MATA: Y ¿allí estabais en tierra de cristianos seguros?

PEDRO: No mucho, porque aunque es de cristianos, y los mejores que hay de aquí allá, cada día hay muchos turcos que contratan con ellos, y si fuesen conoscidos los cautivos que han huido se los harán luego dar a sus patrones; porque, en fin, aunque están por sí, son subjetos al turco y le dan parias cada un año.

JUAN: ¿Adónde cae esa isla?

PEDRO: Cien leguas más acá de Constantinopla y otras tantas de Chipre, y las mesmas del Cairo y Alejandría y Candía; a todas éstas está en igual distancia, y cincuenta leguas de Rodas. Es escala de todas las naves que van y vienen desde Sicilia, Esclavonia, Venecia y Constantinopla al Cairo y Alejandría.

MATA: ¿Qué llamáis escala?

PEDRO: Que pasan por allí y son obligadas a pagar un tanto, y allí toman cuanto bastimento han menester y compran y venden, que la cibdad es de muchos mercaderes.

JUAN: ¿Qué tan grande es la isla?

PEDRO: Tiene treinta y seis leguas al derredor.

JUAN: ¿Cúya es?

PEDRO: Como Venecia, es señoría por sí, y rígese por siete Señores que cada año son elegidos.

JUAN: ¿De qué nación son?

PEDRO: Todos ginoveses, gentileshombres que llaman, de casas las principales de Génova, y hablan griego y italiano. Solía esta isla ser de Génova en el tiempo que mandaban gran parte del mundo, y aun agora le conosce esta superioridad: que la cibdad nombra estos siete Señores y Génova los confirma.

JUAN: ¿Hay más de una cibdad?

PEDRO: No; mas villas y pueblos, más de ciento.

JUAN: ¿Qué tan grande es la cibdad?

PEDRO: De la mesma manera que Burgos, y más galana; no solamente la cibdad, pero toda la isla es un jardín, que tengo para mí ser un paraíso terrenal. Podrá prover a toda España de naranjas y limón y cidras, y no ansí como quiera, sino que todo lo de la vera de Plasencia y Valencia puede callar con ello. Entrando un día en un jardín os prometo que vi tantas caídas que de solas ellas podían cargar una nao, y ansí valen en Constantinopla y toda Turquía muy baratas, por la grandísima abundancia. La gente en sí está subjeta a la Iglesia romana, y entrado dentro, en el traje y usos, no diréis sino que estáis dentro de Génova; mas difieren en bondad, porque aunque los ginoveses son razonable gente, éstos son la mejor y más caritativa que hay de aquí a allá. Aunque saben que serían castigados y quizá destruidos del Turco por encubrir cautivos que se huyen, por estar la más cercana tierra de cristianos, no los dejarán de acoger y regalar, y dándoles bastimento necesario los meten en una de las naves que pasan, para que vengan seguros. Tienen fuera de la cibdad un monesterio, que se llama Sancto Sidero, en el cual hay un fraire no más, y allí hacen que estén los que se huyen todos escondidos, y del público erario mantienen un hombre que tenga cuenta de llevarles cada día pan y vino, carne, pescado y queso lo necesario, y el que estando yo allí lo hacía se llamaba mastre Pedro el Bombardero.

JUAN: ¿Qué tributo pagan esos al Gran Turco?

PEDRO: Catorce mill ducados le dan cada año, y están por suyos con tal que no pueda en toda la isla vivir ningún turco; sino, como venecianos, están amigos con todos, y resciben a cuantos pasan sin mirar quién sea, y tratan con todos.

JUAN: Estos dineros ¿cómo se pagan? ¿De algún repartimiento?

PEDRO: No sino Dios los paga por ellos, sin que les cueste blanca.

MATA: ¿Cómo es eso?

PEDRO: Hay un pedazo de terreno, que será cuatro leguas escasas, donde se hace el almástica, y de allí salen cada año quince o veinte mill ducados para pagar sus tributos.

MATA: ¿Qué es almástica? ¿Cómo es?

JUAN: ¿Nunca habéis visto uno como encienso, sino que es más blanco, que hay en las boticas?

PEDRO: Es una goma que llora el lentisco, como el pino termentina.

MATA: Pues désos acá hay hartos; mas no veo que se haga nada dellos, sino mondar los dientes.

PEDRO: También hay allá hartos que no lo traen; en lo que mucho se engrandesce la potencia del Criador, que en solamente aquel pedazo que mira derecho a mediodía se hace, de tal manera que en toda la isla, aunque está llena de aquellos árboles, no hay señal della. Y más os digo: que si este árbol que trae almástica le quitan de aquí y le pasan dos pies más adelante o atrás de donde comienza el término de las cuatro leguas, no traerá más señal de almástica; y al contrario, tomando un salvaje que nunca la tuvo y trasplantándole allí dentro, la trae como los otros.

MATA: Increíble cosa me contáis.

PEDRO: Podéisla creer, como creis que Dios está en el cielo; porque lo he visto con estos ojos muy muchas veces.

MATA: Y ¿cómo lo hacen?

PEDRO: El pueblo, como por veredas, es obligado a labrarlo y tener el suelo limpio como el ojo, por que cuando lloran los árboles y cae no se ensucie; todos los árboles están sajados y por allí sale, y ningún particular lo puede tomar para vender, so pena de la vida, sino la mesma Señoría lo mete en unas cajas y da con parte dello a Génova y otra parte a Constantinopla; y tienen otra premática: que no se puede vender cada caja, que ellos llaman, menos de cient ducados, sino que antes la derramen en la mar y la pierdan toda.

JUAN: Pues ¿no la hay en otra parte?

PEDRO: Agora no, ni se escribe que la haya habido sino allí y en Egipto; mas agora no paresce la otra, antes el Gran Señor ha procurado lo más del mundo en todas las partes de su imperio probar a poner los árboles sacados de allí, y jamás aprovecha.

JUAN: ¿Qué tiene de aprovechar, si en la mesma isla aun no basta fuera de aquel término?

MATA: ¿De qué sirve?

PEDRO: De muchas cosas: en medicina, y a muchos mandan los médicos mascarla para desflemar, y siempre se está junta, y por eso se llama almástica, porque masticar es mascar. Los turcos, como la tienen fresca, la usan mucho para limpiar los dientes, que los deja blancos y limpios.

MATA: Ya la he visto, agora cayo en la cuenta: un oidor nuestro vecino la mascaba cada día.

JUAN: Esa mesura es. Y ¿cómo llegastes en la  cibdad? ¿Seríais el bien venido?

PEDRO: Llegar me dejaron a la puerta, mas no entrar dentro.

MATA: ¿Por qué?

PEDRO: Por la grande diligencia que tienen de que los que vienen de parte donde hay pestilencia no comuniquen con ellos y se la peguen; y como yo no pude negar dónde venía, mandáronme ir a Sancto Sidero, y allí envió la Señoría uno de los siete que me preguntase quién era y qué quería; y como le conté el caso, díjome que me estuviese quedo en aquel monesterio y allí se me sería dado recado de todo lo necesario; mas de una cosa me advertía de parte de la Señoría: que no saliese a donde fuese visto de algún turco; porque si me conoscían y me demandaban no podían dejar de darme, pues por un hombre no tenía de perderse toda la isla. Llamábase éste Nicolao Grimaldo.

JUAN: ¿Qué quiere decir Grimaldo?

PEDRO: Es nombre de una casa de ginoveses antiguos. Hay tres casas principales en Chío: Muneses, Grimaldos, Garribaldos. Para aquella noche no faltó de cenar, porque mi compañero tenía allí un cirujano catalán pariente, que se llamaba, mase Pedro, hombre valeroso ansí en su arte como por su persona, bien amigo de amigos, y, lo que mejor tenía, bienquisto en toda la cibdad. Yo rogué a uno de aquellos Señores que me llamasen allí a uno de las del año pasado que la Señoría, había enviado por embajador a Constantinopla, para que le quería hablar, el cual a la hora vino.

JUAN: ¿Qué tanto es el monesterio de la cibdad?

PEDRO: Un tiro de ballesta; y conosciome, aunque no a “prima facie”; porque estando yo en Constantinopla camarero de Zinán Bajá, todos los negociantes habían de entrar por mi mano; y como arriba dije, procuraba siempre d’estar bien con todos, y cuando venían negocios de cristianos yo me los aficionaba, deseando que todos alcanzasen lo que deseaban, cada vez que aquel embajador quería hablar con mi amo le hacía entrar. Allende desto, como yo era intérprete de todos los negocios de cristianos, llevaba una carta de la Señoría de Chío para Zinán Bajá, y no iba escrita con aquella crianza y solemnidad que a tal persona se requería; y ciertamente, si yo la leyera como iba, él no negociara nada de lo que quería.

MATA: Pues ¿allá se mira en eso?

PEDRO: Mejor que acá. En el sobreescrito le llamaban capitán general, que es cosa que ellos estiman en poco, sino almirante de la mar, que en su lengua se dice “beglerbei”; tratábanle de señoría, y habíanle de llamar excelencia; y esto de cuatro en cuatro palabras. Como yo vi la carta, con deseo que alcanzasen lo que pidían, leíla a mi propósito, supliendo, como yo sabía tan bien sus costumbres, de manera que quedó muy contento y hubo consejo conmigo de lo que había de hacer, y le hice despachar como quería, avisándole que otra vez usasen de más crianza con aquellos bajaes; y él quedó con toda la obligación posible, ansí por el buen despacho como por la brevedad del negociar; y como me vio y nos hablamos, fue a la cibdad, y juntada la Señoría les dijo quién yo era y lo que había hecho por ellos, y que me podrían llamar liberador de la patria, y como a tal me hiciesen el tratamiento. De tal manera lo cumplieron, que en veintiocho días que allí estuve fui el más regalado de presentes de todo el mundo; tanto, que no consentían que comiese otro pan sino rosquillas. Podía mantener treinta compañeros con lo que allí me sobraba. Mandaron también, para más me hacer fiesta, que los siete Señores se repartiesen de manera que cada día uno fuese a estar conmigo en el monesterio a mantenerme conversación. Pues de damas, como era Cuaresma, que iban a las estaciones, tampoco faltó. Allí hallé un mercader que iba en Constantinopla, el cual llevaba comisión de un caballero de los principales de España para que me rescatase, y pedile dineros y no me dio más de cinco escudos, y otros tantos en ropa para vestirme a mí y a mi compañero.

MATA: Pues ¿qué vestidos hicistes con cinco escudos dos compañeros?

PEDRO: Buenos, a la marineresca; que claro es que no habían de hacerse de carmesí.

MATA: Y en hábito de fraires ¿os festejaban las damas?

PEDRO: Al principio sí; porque un día, el segundo que llegamos, yo estaba al sol tras una pared, y llegaron cuatro señoras principales en riqueza y hermosura, y como vieron a mi compañero, fueron a besarle la mano. Él, de vergüenza, huyó y no se la dio, sino escondiose. Quedaron las señoras muy escandalizadas, y como yo las sentí, salí, y vilas santiguándose. Pregunteles en griego que de qué se maravillaban. Dijo una no sé cuasi que no le alcanzaba un huelgo a otro: “Estaba aquí un fraire y quisimos besar la mano y huyó; creemos que no debe de ser digno que se la besemos”. Digo: “No se maravillen vuestras mercedes deso, que no es sacerdote; yo lo soy”. En el punto que lo dije, arremetieron a porfía sobre cuál ganaría primero los perdones. Yo a todas se la di liberalmente, y a cada una echaba la bendición, con la cual pensaban ir sanctificadas, como lo contaron en la cibdad. Ya andaba el rumor que se habían escapado dos cristianos en hábito de fraires y estaban en Sancto Sidero. Halláronse tan corridas, que fueron otro día allá, y cuando yo salí a saludarlas y darles la mano, una llevaba un palillo, con que me dio un golpe al tiempo que extendí la mano, y armose grande conversación sobre que yo no tenía ojos de fraire; y ningún día faltaron de allí adelante que no fuesen a visitarme con mill presentes y a danzar. Al cabo de un mes partíase una nave cargada de trigo, y el capitán della era cibdadano, y había también otros doce cristianos que se habían dellos rescatado, dellos huido, y mandole la Señoría que nos trajese allí hasta Sicilia, dándoles a todos bizcocho y queso, pero a mí no nada, sino mandaron al capitán que no solamente me diese su mesa, mas que me hiciese todos los regalos que pudiese, haciendo cuenta que traía a uno de los sietes Señores de Chío; y ansí, me embarqué y fuimos a un pueblo de Troya, allí cerca, que se llama Smirne, de donde fue Homero, a acabar de cargar trigo la nave para partirnos.

 

PEDRO: Pues, señores, ya yo estaba en libertad, en Nápoles. ¿Qué más queréis?

MATA: Yo entiendo a Juan de Voto a Dios: quiere saber lo que hay de Nápoles aquí, para no ser cogido en mentira, pues el propósito a que se ha contado el viaje es para ese efecto, después de la grande consolación que hemos tenido con saberlo. Gentil cosa sería que dijese haber estado en Turquía y Judea y no supiese por dónde van allá y el camino de en medio; diríanle todos, con razón, que había dado salto de un extremo a otro sin pasar por el medio, por alguna negromancia o diabólica arte que tienen todos por imposible. A lo menos conviene que de todas esas cibdades principales que hay en el camino hasta acá digáis algunas particularidades comunes entretanto que se escalienta la cama para que os vais a reposar, y yo quiero el primero sacaros a barrera. ¿Qué cosa es Nápoles? ¿Qué tan grande es? ¿Cuántos castillos tiene? ¿Hay en ella muchas damas? ¿Cómo habéis prosiguido el viaje hasta allí? ¡Llevadle al cabo!

PEDRO: Con que me deis del codo de rato en rato, soy dello contento.

MATA: ¿Tanto pensáis mentir?

PEDRO: No lo digo sino porque me carga el sueño. Hallé muchos amigos y señores en Nápoles que me hicieron muchas mercedes, y allí descansé, aunque caí malo siete meses; y no tenía poca necesidad dello, según venía de fatigado. Es una muy gentil cibdad, como Sevilla del tamaño, proveída de todas las cosas que quisiéredes, y en buen precio; tiene muy grande caballería y más príncipes que hay en toda Italia.

MATA: ¿Quiénes son?

PEDRO: Los que comúnmente están ahí, que tienen casas, son: el príncipe de Salerno, el príncipe de Vesiñano, el príncipe d'Estillano, el príncipe de Salmona, y muchos duques y condes; ¿para qué es menester tanta particularidad? Tres castillos principales hay en la cibdad: Castilnovo, uno de los mejores que hay en Italia, y San Telmo, que llaman Sant Martín, en lo alto de la cibdad, y el castillo del Ovo, dentro de la mesma mar, el más lejos de todos.

MATA: Antes que se nos olvide, no sea el mal de Jerusalem, ¿llega allí la mar?

PEDRO: Toda Nápoles está en la mesma ribera, y tiene gentil puerto, donde hay naves y galeras, y llámase el muelle; los napolitanos son de la más pulida y diestra gente a caballo que hay entre todas las naciones, y crían los mejores caballos, que lo de menos que les enseñan es hacer la reverencia y bailar; calles comunes, la plazuela del Olmo, la rúa Catalana, la Vicaría, el Chorillo.

MATA: ¿Es de ahí lo que llaman soldados chorilleros?

PEDRO: Deso mesmo; que es como acá llamáis los bodegones, y hay muchos galanes que no quieren poner la vida al tablero, sino andarse de capitán en capitán a saber cuándo pagan su gente, para pasar una plaza y partir con ellos y beber y borrachear por aquellos bodegones; y si los topáis en la calle, tan bien vestidos y con tanta crianza, os harán picar pensando que son algunos hombres de bien.

MATA: ¿Qué frutas hay las más mejores y comunes?

PEDRO: Melocotones, melones y moscateles, los mejores que hay de aquí a Jerusalem, y unas manzanas que llaman perazas, y esto creed que vale harto barato.

MATA: ¿Qué vinos?

PEDRO: Vino griego, de la montaña de Soma, y latino y brusco, lágrima y raspada.

MATA: ¿Qué carnes?

PEDRO: Volatería hay poca, si no es codornices, que ésas son en mucha cuantidad, y tórtolas y otros pájaros; perdices, pocas, y aquéllas, a escudo; gallinas y capones y pollos, harto barato.

MATA: ¿Hay carnero?

JUAN: ¡Oh, bien haya la madre que os parió, que tan bien me sacáis de vergüenza en el preguntar! Agora digo que os perdono cuanto mal me habéis hecho y lo por hacer!

PEDRO: No es poca merced que os hace en eso.

MATA: Tampoco es muy grande.

PEDRO: ¿No? ¿Perdonar lo que está por hacer?

MATA: Con cuantos con él se confiesan lo suele tener por costumbre hacer cuando ve que se le siguirán algún interese.

PEDRO: No puede dejar de cuando en cuando de dar una puntada.

JUAN: Ya está perdonado; diga lo que quisiere.

PEDRO: Pues desa manera, yo respondo que no solamente en Nápoles, pero en toda Italia no hay carnero bueno, sino en el sabor como acá carne de cabra; lo que en su lugar allá se come es ternera, que hay muy mucha y en buen precio y bonísima.

MATA: ¿Pescados?

PEDRO: Hartos hay, aunque no de los de España, como son congrios, salmones, pescados seciales; déstos no se pueden haber, y son muy estimados si alguno los envía desde acá de presente; sedas valen en buen precio, porque está cerca de Calabria, donde se hace más que en toda la cristiandad; pero paño hay bueno y no muy caro; principalmente raja. De damas, es tierra mal proveída.

MATA: ¿Cómo? ¿No hay mujeres?

PEDRO: Hartas; pero las más feas que hay de aquí allá, y con esto podréis satisfacer a todas las preguntas.

MATA: ¿Qué iglesias hay principales?

PEDRO: Monte Oliveto, Santiago de los Españoles, Pie de Gruta, Sant Laurencio y otras mill. De ahí vine en Roma, con propósito de holgarme allí medio año, y vila tan revuelta, que quince días me paresció mucho, en los cuales vi tanto como otro en seis años, porque no tenía otra cosa que hacer. Désta poco hay que decir, porque un libro anda escrito que pone las maravillas de Roma. Un día de la Ascensión vi toda la sede apostólica en una procesión.

MATA: ¿Vistes al Papa?

PEDRO: Sí, y a los cardenales.

MATA: ¿Cómo es el Papa?

PEDRO: Es de hechura de una cebolla, y los pies como cántaro. ¡La más necia pregunta del mundo! ¿Cómo tiene de ser, sino un hombre como los otros? Que primero fue cardenal y de allí le hicieron Papa. Sola esta particularidad sabed: que nunca sale sobre sus pies a ninguna parte, sino llévanle sobre los hombros, sentado en una silla.

MATA: ¿Qué hábito traen los cardenales?

PEDRO: En la procesión, unas capas de coro, de grana, y bonetes de lo mesmo. A palacio van en unas mulazas, llenas de chatones de plata; cuando pasan por debajo del castillo de Sant Angel les tocan las cherimías, lo que no hacen a otro ningún obispo ni señor; fuera de la procesión, por la cibdad, muchos traen capas y gorras, con sus espadas.

JUAN: ¿Todos los cardenales?

PEDRO: No sino los que pueden servir damas; que los que no son para armas tomare estanse en casa; algunos van disfrazados dentro de un carro triunfal, donde van a pasear damas, de las cuales hay muchas y muy hermosas, si las hay en Italia.

MATA: ¿De buena fama o de mala fama?

PEDRO: De buena fama hay muchas matronas en quien está toda la honestidad del mundo, aunque son como serafines; de las enamoradas, que llaman cortesanas, hay… ¿Qué tantas pensáis?

MATA: No sé.

PEDRO: Lo que estando yo allí vi por experiencia quiero decir, y es que el Papa mandó hacer minuta de las que había,( porque tiene de cada una un tanto), y hallose que había trece mill. Y no me lo creáis a mí, sino preguntadlo a cuantos han estado en Roma, y muchas de a diez ducados por noche, las cuales tenían muchos negociantes echados al rincón de puro alcanzados, y haciendo mohatras cuando no podían simonías; yo vi a muchos arcidianos, deanes y priores que acá había conoscido con mucho fausto de mulas y mozos andar allá con una capa llana y gorra, comiendo de prestado, sin mozo ni haca, medio corriendo por aquellas calles, como andan acá los citadores.

MATA: ¿Capa y gorra siendo dignidades?

PEDRO: Todos los clérigos, negociantes, si no es alguno que tenga largo que gastar, traen capa algo larga y gorra, y plugiese a Dios que no hiciesen otra peor cosa, que bien se les perdonaría.

JUAN: ¿De qué procede que en habiendo estado uno algunos años en Roma luego viene cargado de calonjías y deanazgos y curados?

PEDRO: Habéis tocado buen punto; estos que os digo, que, por gastar más de lo razonable, andan perdidos y cambiando y recambiando dineros que paguen acá de sus rentas, tomán allá de quien los tenga quinientos ducados o mill prestados, por hacerle buena obra, y como no hay ninguno que no tenga juntamente con la dignidad alguna calonjía o curado anejo, por la buena obra rescibida del otro le da luego el regreso, y nunca más el acreedor quiere sus dineros, sino que él se los hace de gracia, y cuando los tuviere sobrados se los pagará.

JUAN: Ésa, simonía es en mi tierra, encubierta.

MATA: ¡Oh, el Diablo! Aunque estotro quiera decir las cosas con crianza y buenas palabras, no le dejaréis.

PEDRO: Pues ¿pensabais que traían los beneficios de amistad que tuviesen con el Papa? Hago’s saber que pocos de los que de acá van le hablan ni tienen trabacuentas con él.

JUAN: Pues ¿cómo consiente eso el Papa?

PEDRO: ¿Qué tiene de hacer, si es mal informado? ¿Ya no responde: “Si sic est fiat”?; más de cuatro que vos conoscéis, cuyos nombres no os diré, que tenían acá bien de comer, comerían allá si tuviesen; que yo pensaba que la galera era el infierno abreviado, pero mucho más semejante me paresció Roma.

MATA: ¿Es tan grande como dicen, que tenía cuatro leguas de cerco y siete montes dentro?

PEDRO: De cerco solía tener tanto, y hoy en día lo tiene; pero mucho más sin comparación es lo despoblado que lo poblado. Los montes es verdad que allí se están, donde hay agora huertas y jardines. Las cosas que, en suma, hay, insignes son: primeramente, concursos de todas las naciones del mundo; obispos de a quince en libra sin cuento.

Yo os prometo que en Roma y el reino de Nápoles que pasan de tres mill obispos de docientos a ochocientos ducados de renta.

MATA: Esos tales serán de Sant Nicolás.

PEDRO: Y aun menos, a mi parescer; porque si no durase tan poco, tanto es obispo de Sant Nicolás como cardenal al menos. Ruin sea yo si no está tan contento como el Papa. Las estaciones en Roma de las siete iglesias es cosa que nadie las deja de andar, por los perdones que se ganan.

JUAN: ¿Cuáles son?

PEDRO: Sant Pedro y Sant Pablo, Sant Juan de Letrán y Sant Sebastián, Sancta María Mayor, Sant Lorencio, Sancta Cruz. Bien es menester, quien las tiene de andar en un día, madrugar a almorzar, porque hay de una a otra dos leguas; al menos de Sant Juan de Letrán a Sant Sebastián.

JUAN: Calles, ¿cuáles?

PEDRO: La calle del Populo, la plaza In agona, los Bancos, la Puente, el Palacio Sacro, el castillo de Sant Angelo, al cual desde el Palacio Sacro se puede ir por un secreto pasadizo.

MATA: ¿Es en Sant Pedro el palacio?

PEDRO: Sí.

JUAN: Sumptuosa cosa será.

PEDRO: Soberbio es por cierto, ansí de edificios como de jardines y fuentes y plazas y todo lo necesario, conforme a la dignidad de la persona que dentro se aposenta.

MATA: Caros valdrán los bastimentos, por la mucha gente.

PEDRO: Más caros que en Nápoles; pero no mucho.

MATA: ¿Tiene mar Roma o no? Esto nunca se ha de olvidar.

PEDRO: Cinco leguas de Roma está la mar, y pueden ir por el río Tíber abajo, que va a dar en la mar, en barcas y en bergantines, que allá llaman “fragatas”, en las cuales traen todo lo necesario a Roma.

JUAN: Cosa de grande majestad será ver aquellas audiencias. ¿Y la Rota?

PEDRO: No es más ni aun tanto que la Chancillería y el Consejo Real. Ansí, tienen sus salas donde oyen. De las cosas más insignes que hay en Roma que ver es una casa y huerta que llaman la Viña del Papa Julio, en donde se ven todas las antiguallas principales del tiempo de los romanos que se pueden ver en toda Roma, y una fuente que es cosa digna de ir de aquí allá a sólo verla; la casa y huerta son tales que yo no las sabré pintar, sino que al cabo de estar bobo mirándola no sé lo que me he visto; digo, no lo sé explicar. Bien tengo para mí que tiene más que ver que las siete maravillas del mundo juntas.

JUAN: ¿Qué tanto costaría?

PEDRO: Ochocientos mill ducados, dicen los que mejor lo saben; pero a mí me paresce que no se pudo hacer con un millón.

JUAN: Y ¿quién la goza?

PEDRO: Un pariente del Papa; pero el que mejor la goza es un casero, que no hay día que no gane más de un escudo a sólo mostrarla, sin lo que se le queda de los banquetes que los cardenales, señores y damas cada día hacen allí.

JUAN: Pues ¿cómo no la dejó al Pontificado? Una cosa tan admirable y de tanta costa más nombrada fuera si siempre tuviera al Papa por patrón.

PEDRO: No sé; más quiso favorescer a sus parientes que a los ajenos.

MATA: ¿Si le había pesado de haberla hecho?

PEDRO: Bien podrá ser que sí.

MATA: Cuánto más triunfante entrara el día del Juicio ese Papa con un carro en el cual llevara detrás de sí cincuenta mill ánimas que hubiera sacado del cautiverio donde vos salís y otras tantas pobres huérfanas que hubiera casado, que no haber dejado un lugar adonde Dios sea muy ofendido con banquetear y borrachear y rufianar. Por eso me quieren todos mal, porque digo las verdades. Estamos en una era que en diciendo uno una cosa bien dicha o una verdad, luego le dicen que es satírico, que es maldiciente, que es mal cristiano. Si dice que quiere más oír una misa rezada que cantada, por no parlar en la iglesia, todo el mundo a una voz le tiene por hereje, que deja de ir el domingo, sobre sus finados, a oír la misa mayor y tomar la paz y el pan bendito; y quien le preguntase agora al Papa Julio por cuánto no quisiera haber malgastado aquel millón, cómo respondería que por mill millones; y si le dejasen volver acá, cómo no dejaría piedra sobre piedra. ¿Qué más hay que ver?, que se me escalienta la boca y no quiero más hablar.

PEDRO: El Coliseo, la casa de Vergilio y la torre donde estuvo colgado; las termas y un hombre labrador de metal encima de un caballo de lo mesmo, muy al vivo y muy antiguo, que dicen que libró la patria y prendió a un rey que estaba sobre Roma y la tenía en mucho aprieto, y no quiso otro del Senado romano sino que le pusiesen allí aquella estatua por memoria. Casas hay muy buenas.

JUAN: El celebrar del culto divino, con mucha más majestad será que acá y más sumptuosas iglesias.

PEDRO: Por lo que dije de los obispos habíais de entender lo demás. No son, con mill partes, tan bien adornadas como acá; antes las hallaréis todas tan pobres que parescen hospitales robados; los edificios, buenos son; pero mejores los hay acá. Sant Pedro de Roma se hace agora con las limosnas de España; pero yo no sé cuándo se acabará, según va el edificio.

JUAN: ¿Es allí donde dicen que pueden subir las bestias cargadas a lo alto de la obra?

PEDRO: Eso mesmo. En Sena hay buena iglesia, y en Milán y Florencia, pero pobrísimas; los canónigos dellas, como racioneros de iglesias comunes de acá; pobres capellanes, más que acá.

JUAN: Con sólo eso basto a cerrar las bocas de cuantos de Roma me quisieren preguntar.

PEDRO: Aunque sean cortesanos romanos, podréis hablar con ellos; y no se os olvide, si os preguntaren de la aguja que está a las espaldas de Sant Pedro, que es de una piedra sola y muy alta, que será como una casa bien alta, labrada como un pan de azúcar  cuadrado. Bodegones hay muy gentiles en toda Italia, a donde cualquier señor de salva puede honestamente ir, y le darán el recado conforme a quien es. Tomé la posta y vine en Viterbo, donde no hay que ver más de que es una muy buena cibdad y muy llana y grande. Hay una sancta en un monesterio que se llama Sancta Rosa, la cual muestran a todos los pasajeros que la quieren ver, y está toda entera; yo la vi, y las monjas dan unos cordones que han tocado al cuerpo santo, y dicen que aprovecha mucho a las mujeres para empreñarse y a las que están de parto para parir; hanles de dar algo de limosna por el cordón, que de eso viven.

MATA: Y vos ¿no trajistes alguno?

PEDRO: Un par me dieron, y diles un real, con lo que quedaron contentas; y díjeles: “Señoras, yo llevo estos cordones por que no me tengáis por menos cristiano que a los otros que los llevan; mas de una cosa estad satisfechas: que yo creo verdaderamente que basta para empreñar una mujer más un hombre que cuantos sanctos hay en el cielo, cuanto más las sanctas”. Escandalizáronse algo, y tuvimos un rato de palacio. Dijéronme que parescía bien español en la hipocresía. Yo les dije que en verdad lo de menos que tenía era aquello, y yo no traía los cordones porque lo creyese, sino por hacerlo en creer acá cuando viniese y tener cosas que dar de las que mucho valen y poco cuestan.

JUAN: Pues para eso acá tenemos una cinta de Sant Juan de Ortega.

PEDRO: Y ¿paren las mujeres con ella?

JUAN: Muchas he visto que han parido.

MATA: Y yo muy muchas que han ido allá y nunca paren.

JUAN: Será por la poca devoción que llevan esas tales.

MATA: No sino porque no lleva camino que por ceñirse la cinta de un sancto se empreñen.

JUAN: Eso es mal dicho y ramo de herejía; que Dios es poderoso de hacer eso y mucho más.

MATA: Yo confieso que lo puede hacer, mas no creo que lo hace. ¿Es artículo de fe no lo creer? Si yo he visto sesenta mujeres que después de ceñidas se quedan tan estériles como antes, ¿por qué lo he de creer?

JUAN: Porque lo creen los teólogos, que saben más que vos.

MATA: Eso será los teólogos como vos y los fraires de la mesma casa; pero asnadas que Pedro de Urdimalas, que sabe más dello que todos, que deso y sudar las imágines, poco crea; ¿qué decís vos?

PEDRO: Yo digo que la cinta puede muy bien ser causa que la mujer se empreñe si se la saben ceñir.

JUAN: Porfiará Mátalas Callando en su necedad hasta el día del juicio.

MATA: ¿Cómo se ha de ceñir?

JUAN: ¿Cómo sino con su estola el padre prior y con aquel debido acatamiento?

PEDRO: Desa manera poco aprovechará.

JUAN: Pues ¿cómo?

PEDRO: El fraire más mozo, a solas en su celda, y ella desnuda, que de otra manera yo soy de la opinión de Mátalas Callando.

JUAN: Como sea cosa de malicias y ruindades, bien creo yo que os haréis presto a una.

PEDRO: Más presto nos aunaremos con vos en la hipocresía. Sabed también que en Viterbo se hacen muchas y muy buenas espuelas, más y mejores, y en mejor precio, que en toda Italia, y no pasa nadie que no traiga su par dellas; tiene también unos baños naturales muy buenos, a donde va mucha gente de Roma, aunque no por mejores tengo los de Puzol, que es dos leguas de Nápoles, en donde hay grandísimas antiguallas: allí está la cueva de la Sibila Cumana y el Monte Miseno, y estufas naturales y la laguna Estigia, adonde si meten un perro le sacan muerto al parescer, y metido en otra agua está bueno, y si un poco se detiene no quedará sino los huesos mondos; y esto dígolo porque lo vi; sácase allí muy gran cuantidad de azufre.

MATA: Y ¿eso se nos había pasado entre renglones, siendo la cosa más de notar de todas? Pues agora se me acuerda, porque decís de azufre, ¿qué cosa es un monte que dicen que echa llamas de fuego?

PEDRO: Eso es en Sicilia, tres o cuatro montes; el principal se llama Mongibelo, muy alto, y tiene tanto calor que los navíos que pasan porjunto a él sienten el aire tan caliente que paresce boca de horno, y una vez entre muchas salió dél tanto fuego, que abrasó cuanto había más de seis leguas al derredor. De allí traen estas piedras como esponjas, que llaman “pumices”, con que raspan el cuero. Hay otros dos, que sellaman Estrómboli y Estrombolillo, y otro Vulcán, que los antiguos llamaban Ethna, donde decían que estaban los cícloples y gigantes.

JUAN: Pues ¿de los mesmos montes, de la concavidad de dentro, sale el fuego?

PEDRO: Perpetuamente están echando humo negro y centellas, como si se quemase algún grandísimo horno de alcalleres, y aquello dicen que es boca del Infierno.

MATA: ¿Qué ven dentro, subiendo allá?

PEDRO: ¿Quién puede subir nunca? Nadie pudo, porque ya que van al medio camino, comienzan a hirmar en tierra quemada como ceniza, y más adelante pueden menos, por el calor grandísimo, que cierto se abrasarían.

MATA: ¿Qué cibdades nombradas tiene Sicilia?

PEDRO: Palermo es de las más nombradas, y con razón, porque, aunque no es grande, es más proveída de pan y vino y carne y volatería y toda caza que cibdad de Italia; Zaragoza también es buena cibdad, Trapana y Mecina.

JUAN: ¿Cae Venecia hacia esa parte?

PEDRO: No; pero diremos della que es la más rica de Italia y la mayor y de mejores casas, y muchas damas; aunque la gente es algo apretada, en el gastar y comer son muy delicados; todo es cenar ellos y los florentines ensaladitas de flores y todas yerbecitas, y si se halla barata, una perdiz la comen o gallina; de otra manera, no.

MATA: ¿Es la que está armada sobre la mar?

PEDRO: La mesma.

MATA: ¡Que es posible aquello!

PEDRO: Es tan posible, que no hay mayor cibdad ni mejor en Italia.

JUAN: Pues ¿cómo las edifican?

PEDRO: Habéis de saber que es mar muerta, que nunca seensoberbece, como esta de Laredo y Sevilla, y tampoco está tan hondo allí que no le hallen suelo. Fuera de la mar hacen unas cajas grandes, a manera de arcas sin cobertor, y cuando más sosegada está la mar métenles dentro algunas piedras para que la hagan ir a fondo, y métenla derecha a plomo, y en tocando en tierra comienzan a toda furia a hinchirla de tierra o piedras o lo que se hallan, y queda firme para que sobre ella se edifique como cimientos de argamasa; y si me preguntáis cómo lo sé, preguntaldo a los que fueron cautivos de Zinán Bajá y Barbarroja, que nos hicieron trabajar en hinchir más de cada cient cajas para hacer sendos jardines que tienen, donde están enterrados, en la canal de Constantinopla, legua y media de la cibdad, y con ser la mar allí poco menos fuerte que la de Poniente, quedó tan perpetuo edificio como cuantos hay en Venecia.

JUAN: Y ¿qué tantas cajas ha menester para una casa?

PEDRO: Cuan grande la quisiere, tantas y más ha menester.

JUAN: Grande gasto será.

PEDRO: Una casa de piedra lodo no se puede acá hacer sin gasto; mas no cuesta más que de cal y canto y se tarda menos.

MATA: Y las calles, ¿son de mar o tienen cajas?

PEDRO: Todo es mar, sino las casas, y adondequiera que queráis ir os llevarán, por un dinero, en una barquita más limpia y entoldada que una cortina de cama; bien podéis si queréis ir por tierra, por unas cajas anchas que están a los lados de la calle, como si imaginaseis que por cada calle pasa un río, el cual de parte a parte no podéis atravesar sin barca; mas podéis ir río abajo y arriba por la orilla

MATA: ¡Admirable cosa es ésa! ¿Quién por poco dinero se querrá cansar?

JUAN: Mas ¿quién quisiera dejar de haber oído esto de Venecia por todo el mundo, y entenderlo tan a la clara de persona que tan bien lo ha dado a entender que me ha quitado de la mayor confusión que puede ser? Jamás la podía imaginar cómo fuese cada vez que oía que estaba dentro en la mar.

MATA: ¿Acuerdáseos de aquel cuento que os contó el duque de Medinaceli del pintor que tuvo su padre?

JUAN: Sí, muy bien, y tuvo mucha razón de ir.

PEDRO: ¿Qué fue?

JUAN: Contábame un día el Duque, que es mi hijo de confesión, que había tenido su padre un pintor, hombre muy perdido.

MATA: No es cosa nueva ser perdidos los pintores; más nueva sería ser ganados ellos, y los esgrimidores y maestros de danzar y de enseñar leer a niños. ¿Habéis visto alguno déstos ganado en cuanto habéis peregrinado?

PEDRO: Yo no; dejalde decir.

JUAN: Tan pocos soldados habréis visto ganados; y, como digo, fuese, dejando su mujer y hijos, con un bordón en la mano a Santa María de Loreto y a Roma, viendo a ida y a venida, como no llevaba prisa, las cosas insignes que cada cibdad tenía, y en toda Italia no dejó de ver sino a Venecia; estuvo por allá tres o cuatro años, y volviose a su casa; y el Duque dábale de comer como medio limosna, y el partido mesmo que antes tenía, y mandole, como daba tan buena cuenta de todo lo que había andado, que cada día, mientras comiese, le contase una cibdad de las que había visto, qué sitio tenía, qué vecindad, qué cosa de notar. Él lo hacía, y el Duque gustaba mucho, como no lo había visto. Y decía: “Señor, Roma es una cibdad desta y desta manera; tiene esto y esto”. Acabado de comer, el Duque le prevenía diciendo: “Para mañana traed estudiada tal cibdad”. Y traíala, y aquel día lo señalaba para otro. Mi fe, un día díjole: “Para mañana traed estudiada a Venecia”. El pintor, sin mostrar flaqueza, respondió que sí haría; y salido de casa, viose el más corrido del mundo por habérsela dejado. No sabiendo qué se hacer, toma su bordón, sin más hablar a nadie, y camina para Francia y pásase en Italia otra vez, y vase derecho a Venecia, y mírala toda muy bien y particularmente, y vuélvese a Medinaceli como quien no hace nada, y llega cuando el Duque se asentaba a comer muy descuidado, y dice: “En lo que vuestra Señoría dice de Venecia, es una cibdad de tal y tal manera, y tiene esto y esto y l’otro”. Y comienza de no dejar cosa en toda ella que no le diese a entender. El Duque quedose mudo santiguando, que no supo qué se decir, como había tanto que faltaba.

PEDRO: El más delicado cuento que a ningún señor jamás aconteció es ése en verdad; él merescía que le hiciesen mercedes.

JUAN: Hízoselas conforme a buen caballero que era, porque le dio largamente de comer a él y a toda su casa por su vida.

MATA: Pues a fe que en la era de agora pocos halléis que hagan mercedes de por vida; antes os harán diez mercedes de la muerte que una de vida. De Viterbo, ¿adónde vinistes?

 

PEDRO: A Sena y su tierra, la cual no hay nadie que la vea que no haga los llantos que Jeremías por Jerusalem: pueblos todos quemados y destruidos, de edificios admirables de ladrillo y mármol, que es lo que más en todo el Senes hay, y no pocos y como quiera, sino de a mill casas y a cuatrocientas y en gran número, que no hallarais quien os diera una jarra de agua; los campos, que otro tiempo con su gran soberbia florescían abundantísimos de mucho pan, vino y frutas, todos barbechos, sin ser en seis años labrados; los que los habían de labrar, por aquellos caminos pidiendo misericordia, peresciendo de la viva hambre, hécticos, consumidos.

MATA: Y eso todo ¿de qué era?

PEDRO: De la guerra de las años de cincuenta y dos, cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cuando por su propia soberbia se perdieron. La cibdad es cosa muy de majestad; las casas y calles, todo ladrillo. Una fortísima fortaleza se hace agora, con la cual estarán subjetos a mal de su grado. Hay que ver en la cibdad, principalmente, damas que tienen fama, y es verdad que lo son, de muy hermosas; una iglesia que llaman el Domo, que sólo el suelo costó más que toda la iglesia.

JUAN: ¿Es de plata o de qué?

PEDRO: De polidísimo mármol, con toda la sutileza del mundo asentado, y todo esculpido de mill cuentos de historias que en él están grabadas, que verdaderamente se os hará muy de mal pisar encima. En Italia toda no hay cosa más de ver de templo.

MATA: Pues ¡qué necedad era hacer suelo tan galán!

PEDRO: Soberbia que reinó siempre mucha en los seneses. Una plaza tiene también toda de ladrillo, que dubdo si hay de aquí allá otra tal; y una fuente, entre muchas, dentro de la cibdad, que sale de una peña por tres ojos o cuatro, que cada uno basta a dar agua a una rueda de molino.

MATA: ¿Está junto a la mar?

 

PEDRO: No sino doce leguas hasta Puerto Hércules y Orbitelo. Luego fui en Florencia, cibdad, por cierto, en bondad, riqueza y hermosura no de menos dignidad que las demás, cuyas calles no se pueden comparar a ningunas de Italia. La iglesia es muy buena, de cal y canto toda, junto a la cual está una capilla de Sant Juan, donde está la pila del baptismo, toda de obra musaica de las buenas y costosas piezas de Italia, con cuatro puertas muy soberbias de metal y con figuras de bulto.

MATA: ¿Qué llaman obra musaica?

PEDRO: Antiguamente, que agora no se hace, usaban hacer ciertas figuras todas de piedrecitas cuadradas como dados y del mesmo tamaño, unas doradas, otras de colores, conforme a como era menester.

JUAN: No lo acabo bien de entender.

PEDRO: En la pared ponen un betún blanco.

JUAN: Bien.

PEDRO: Y sobre él asientan un papel agujerado con la figura que quieren, que llaman padrón, y déjala allí señalada. Ya lo habréis visto esto.

JUAN: Muchas veces los brosladores lo usan.

PEDRO: Ansí, pues, sobre esta figura que está señalada asientan ellos sus piececicas cuadradas, como los vigoleros las taraceas.

JUAN: Entiéndolo agora muy bien. Pero será de grandísima costa.

PEDRO: En eso yo no me entremeto, que bien creo que costará.

MATA: Muchas veces había oído decir obra musaica, y nunca lo había entendido hasta agora; y apostaré que hay más de mill en España que presumen de bachilleres que no lo saben.

PEDRO: Con cuan ricos son los florentines, veréis una cosa que os espantará, y es que si no es el día de fiesta, ninguna casa de principal ni rico veréis abierta, sino todas cerradas con ventanas y todo, que os parescerá ser inhabitada.

JUAN: Pues ¿dónde están? ¿Qué hacen?

PEDRO: Todos metidos en casa, ganando lo que aquel día han de comer, aunque sean hombres de cuatrocientos mill ducados (que hay muchos dellos); quién, escarmenando lana con las manos; quién, seda; quién hace esto de sus manos; quién, aquello, de modo que gane lo que aquel día ha de comer; que tampoco es menester mucho, porque todo es ensaladillas, como dije de los venecianos. De pan y vino, cebada y otras cosas es mal proveída, porque es todo de acarreo, y por eso vale todo caro. De sedas, paños y rajas es muy bien bastecida, y barato, y otras muchas mercancías. Tiene buen castillo y huertas y jardines. El palacio del Duque es muy bueno, a la puerta del cual está una medalla de metal con una cabeza de Medusa, cosa muy bien hecha y de ver. Una leonera tiene el Duque mejor que ningún rey ni príncipe, en la cual veréis muchos leones, tigres, leopardos, onzas, osos, lobos y otras muchas fieras. Ansí en Florencia como en todas las grandes cibdades de Francia y Italia tienen todos los que tienen tiendas, de cualquiera cosa que sea, unas banderetas a la puerta con una insignia, la que él quiere, para ser conoscido, porque de otra arte sería preguntar por Pedro en la Corte, y ansí cada uno

dice: “Señor, yo vivo en tal calle, en la insignia del Cisne, en la del León, en la del Caballo”, y ansí.

JUAN: ¿Es deso unas figuras que traen todos los libros en los principios, que uno trae la Fortuna, otro no sé qué?

PEDRO: Lo mesmo; eso significa que donde se vende o se imprimió tienen aquella insignia.

JUAN: Agora digo que tiene razón Mátalas Callando, que os podrían echar acá en España a todos sendas albardas, que no sabemos tener orden ni concierto en nada. ¿Qué cosa hay en el mundo mejor ordenada?

PEDRO: Pues aun en el reloj pusieron los florentines orden, que porque daba veinticuatro y los oficiales se detenían en contar y perdían algo de sus jornales, hicieron que no diese sino por cifra de seis en seis.

JUAN: Eso me haced entender, por amor de Dios, porque algunos de los soldados que de allá pasan blasonan del arnés: “Fuimos los nuestros a las quince horas a cierta correduría, y hiciéronnos la escolta tantos y volvimos a las veinte”. El reloj de Italia y acá ¿no es todo uno, o es diverso sol el de allá que el de acá?

PEDRO: Uno mesmo es, como la luna di Salamanca decía el estudiante; pero Italia, de lo que los antiguos astrólogos tenían y de lo que agora tenemos en España, Francia y Alemania difieren en la manera del contar el día natural, que se cuenta noche y día, son veinte y cuatro horas. Éste nosotros contamos de medio día a medio día, como los matemáticos; la mitad hacemos media noche, y la otra mitad, de allí al día, a medio día. Estas veinte y cuatro horas los italianos las cuentan de como el sol se pone hasta que otro día se ponga, y ansí como nosotros decimos a mediodía que son las doce, que es la mitad de veinte y cuatro, ansí ellos, en el puncto que el sol se pone, dicen que son las veinte y cuatro; y como nosotros una hora después de medio día decimos que es la una y cuando da las cuatro quiere decir que son cuatro horas después de medio día, ansí en Italia, si el reloj da una significa que es una hora después de puesto el sol, y si las cuatro, cuatro horas después de puesto el sol.

JUAN: Y si da veinte, ¿qué significa?

PEDRO: Que ha veinte horas que se puso el sol el día pasado.

JUAN: Mucha retartalilla es ésa.

PEDRO: Más tiene cierto que el nuestro.

JUAN: Hoy a las dos del día en nuestro reloj, cuántas serán en el de Italia?

PEDRO: Las veinte y una.

JUAN: ¿Por qué?

PEDRO: Porque agora son quince de enero, y el sol, a nuestra cuenta, se pone a las cinco; pues de las dos a que’l sol se ponga, ¿cuántas horas hay?

JUAN: Tres.

PEDRO: Quitad aquéllas de veinte y cuatro; ¿cuántas quedarán?

JUAN: Veinte y una.

PEDRO: Pues tantas son.

MATA: Yo, con cuan asno soy, lo tengo entendido, y vos nunca acabáis. Si no, preguntadme a mí.

JUAN: ¿Qué hora es en este puncto que estamos?

MATA: Las siete y media.

JUAN: ¿Cómo?

MATA: Porque media hora ha que tañeron los fraires a media noche, y de las cinco que el sol se puso acá, son siete horas y media.

PEDRO: Tiene razón.

LA VIDA EN TURQUIA

LA RELIGIÓN

JUAN: Pues no estamos muy ocupados al presente, me saquéis de una duda en que me tiene puesto mi entendimiento, y es que cuando un turco pide a un cristiano se vuelva a su perversa secta, de qué suerte se lo pide y el orden que tienen, que estarán seguros de él para le tomar y la legalidad y juramento que conforme a su secta le toman.

PEDRO: Toda su secta consiste en que, alzado el dedo, diga tres veces estas palabras; aunque no se circuncidase, queda atado de manera que si se volviese atrás le quemarán: “La illa he hilda da Mahamed resulula”.

JUAN: ¿Qué quiere decir?

PEDRO: Que Dios es criador de todas las cosas, y no hay otro sino Él y Mahoma junto a Él, su Profeta, que en su lengua se dice “acurzamam penganber”: “último profeta”.

JUAN: Y ¿qué confesión tienen?

PEDRO: Ir limpios cuando van a hacer su oración, que llaman “zalá”, y muy lavados; de manera que si han pecado se tienen de lavar todos con unos aguamaniles, arremangados los brazos; y si han orinado o descargado el vientre, conviene que vayan lavadas lo primero las partes bajeras.

JUAN: ¿Y si es invierno?

PEDRO: Con agua caliente; no puede nadie ir a la necesaria si no lleva consigo un jarro de agua con que se limpie, como nosotros con paño. Si con papel se limpiasen, es uno de los más graves pecados que ellos tienen, porque dicen que Dios hizo el papel y es malo hacer poco caso dél; antes si topan acaso un poco de papel en el suelo, con gran reverencia lo alzan y lo meten en un agujero, besándole y poniéndolo sobre su cabeza.

JUAN: ¿No hay más fundamento deso?

PEDRO: No cabe demandarles razón de cosa que hagan, porque lo tienen de defender por armas y no disputar. Lo mesmo hacen si topan un bocado de pan, diciendo que es la cara de Dios. La boca, brazos y narices y cabeza se han de lavar tres veces, y los pies.

JUAN: ¿Qué iglesias tienen?

PEDRO: Unas mezquitas bien hechas, salvo que ni tienen sanctos ni altar. Aborrescen mucho las figuras, teniéndolas por gran pecado. Están las mezquitas llenas de lámparas. En lugar de torre de campanas tienen una torrecita en cada una mezquita, muy alta y muy delgada, porque no usan campanas, en la cual se suben una manera de sacerdotes inferiores, como acá sacristanes, y tapados los oídos, a las mayores voces que pueden llaman la gente con este verso: “Exechnoc mach Iaila he hillala, calezala calezala”, etcétera. No se les da nada, si no son sacerdotes, ir a las mezquitas como acá, sino donde se hallan hacen su oración, y los señores siempre tienen en sus casas sacerdotes que les digan sus horas.

JUAN: ¿Cuántas veces al día lo hacen?

PEDRO: Cinco, con la mayor devoción y curiosidad; que si ansí lo hiciésemos nosotros, nos querría mucho Dios. La primera oración es cuando amanesce, que se llama “sala namazi”; la segunda, a mediodía, “uile namazi”; la tercera, dos horas antes que el sol se ponga, “iquindi namazi”; la cuarta, al punto que se pone, “acxam namazi”; la postrera, dos horas de noche, “iatsi namazi”. De tal manera entended que oran estas cinco veces, que no queda ánima viva de turco ni turca, pobre ni rico, desde el Emperador hasta los mozos de cocina, que no lo haga.

JUAN: ¿Tienen relojes, o cómo saben esos sacerdotes la hora que es para llamar la gente?

PEDRO: Para sí tienen los de arena; mas para el pueblo no los hay, como no haya campanas.

JUAN: Pues ¿cómo sabe la gente qué hora es?

PEDRO: Por las oraciones, poco más o menos. Cuando a la mañana oyen gritar, ya saben que amanesce; cuando a mediodía, también saben qué hora es; y ansí de las otras horas; de manera que si quiero saber qué hora es, conforme poco más o menos de día, pregunto: “¿Han cantado a mediodía?” Respóndenme: “Presto cantarán” o “Rato ha que cantaron”. Y no penséis que cantan en una o dos mezquitas, sino en trecientas y más, que hunden la cibdad a voces más que campanas. Lo mesmo hago de las otras horas; pregunto si han cantado al “quindi”, que es la oración dos horas antes que el sol se ponga, y conforme aquello sé la hora que es. Congregados todos en la mezquita, viene el que llamaba, y comienza el mesmo salmo rezado, y todos se ponen en pie muy mesurados, vueltos hacia mediodía, y las manos una sobre otra en la cintura, mirando al suelo. Este sacerdote que canta en lo alto se llama “meizín”; luego se levant[a] otro sacerdote de mayor calidad, que se llama “imám”, y dice un verso, el cual responde el “meizín”, y acabado el verso, todos caen de hocicos en tierra y la besan, diciendo: “Saban Alá, saban Alá, saban Alá”, que es: “Señor, misericordia”; y estanse así sobre la tierra hasta que el “imám” torne a cantar, que todos se levantan; y esto hacen tres o cuatro veces. Últimamente [el] “imám” comienza, estando todos de rodillas en tierra, a decir una larga oración por la cual ruega a Dios que inspire en los cristianos, judíos y los otros (a su manera de hablar, infieles) que tornen a su secta, y oyendo estas palabras, todos alzan las manos al cielo, diciendo muchas veces: “Amin amin”, y tócanse todos los ojos y barba con las manos, y acábase la oración.

JUAN: Y ¿cinco veces hacen todo eso cada día?

PEDRO: Tantas. Mirad qué higa tan grande para nosotros, que no somos cristianos sino en el nombre.

JUAN: ¿Qué fiestas celebran?

PEDRO: El viernes cada semana, porque dicen que aquel día nació Mahoma. Tienen también dos pascuas; la mayor dellas es en la luna nueva de agosto, que dura tres días, y toda una luna antes tienen su cuaresma, que dura un mes, y la llaman “ramazán”.

JUAN: Y ¿ayunan esos días?

PEDRO: Todos a no comer hasta que vean la estrella; pero entonces pueden comer carne y cuanto quisieren toda la noche.

JUAN: Y ¿qué significa ese “ramazán”.

PEDRO: Los treinta días que Mahameto estuvo en ayunas y oraciones esperando que Dios le enviase la ley en que habían los hombres de vivir, y la pascua es cuando bajó del cielo un libro en el cual está toda

su ley, que llaman “Coraham”.

JUAN: ¿Con quién dicen que se le envió Dios?

PEDRO: Con el ángel Gabriel. Tienen este libro en tanta veneración, que no pueden tocar a él sino estando muy limpios y lavados o con un paño envuelto a las manos. El que le tiene de leer es menester que tenga resonante voz, y cuando lee no le puede tener más abajo de la cintura, y está moviendo todo el cuerpo a una y otra parte. Dicen que es para más atención. Los que le oyen leer están con toda la posible atención, abiertas las bocas.

JUAN: De manera que ellos creen en Dios.

PEDRO: Sí, y que no hay más de uno, y sólo aquél tiene de ser adorado, y de aquí viene que aborrescen tanto las imágines, que en la iglesia, ni en casa, ni en parte ninguna no las pueden tener, ni retratos, ni en paramentos.

JUAN: ¿Qué contiene en sí aquel “Alcorám”?

PEDRO: Muchas cosas de nuestra fe, para mejor poder engañar. Ocho mandamientos: amar a Dios, al prójimo, los padres, las fiestas honrarlas, casarse, no hurtar ni matar, y ayunar el “ramazán” y hacer limosna. Ansimesmo todos los siete pecados mortales les son a ellos pecados en su “Coraham”. Y dice también que Dios jamás perdona a los que tienen la maldición de sus padres. Tienen una cosa, que no todos pueden entrar en la mezquita, como son: homicidas, borrachos y hombres que tienen males contagiosos, logreros, y lo principal las mujeres.

JUAN: ¿Las mujeres no pueden entrar en la iglesia?

PEDRO: Muy pocas veces, y éstas no todas. Cantoneras en ninguna manera, ni mujeres que no sean casadas a ley y bendición suya; vírgenes, y viudas después de cinco meses, pueden entrar; pero han de estar en un lugar apartado y tapadas, donde es imposible que nadie las vea, porque dicen que les quitan la devoción.

JUAN: Ponerlas donde nadie las pueda ver en ninguna manera, bien hecho me paresce; mas vedarles que no entren dentro, no. Y ¿hacen sacrificios?

PEDRO: La pascua grande, que llaman “bairam biuc”, son obligados todos a hacer cualquier sacrificio de vaca o carnero o camello, y repartirlo a los pobres, sin que les quede cosa ninguna para ellos, porque de otra manera no aprovecha el sacrificio. Cuando están malos mucho, usan, según la facultad de cada uno, sacrificar muchos animales, que llaman ellos “curban”, y darlos por amor de Dios. Los príncipes y señores, cuando se ven en necesidad, degüellan un camello, y dicen que la cosa que más Dios oye es el gemido que da cuando le degüellan, y en todo dicen que, ansí como Dios libró a Isach de no ser degollado, quiera librar aquel enfermo.

JUAN: ¿El mesmo “Alcorán” les manda que den limosna?

PEDRO: Hallan escrito en él que si supiesen la obra que es dar limosna cortarían de su mesma carne para dar por Dios, y si los que la piden supiesen el castigo que por ello les está ordenado comerían primero sus propias carnes que demandarla; porque dice la letra: “Ecsa de chatul balla ah”.

JUAN: ¿Qué quiere decir?

PEDRO: Que la limosna quita al que la da los tormentos y tribulaciones que le están aparejados, y caen, justamente con la limosna, sobre el pobre que la rescibe, y por experiencia ven que nunca están sanos los pobres.

JUAN: Y el matar ¿también lo tienen por pecado?

PEDRO: Y de los más graves; porque dice el “Coraham” que el segundo pecado del mundo fue el de Caím, y por eso el primero que irá al Infierno el día del juicio será él. Y cuando Dios le echó la maldición, se entendió por él y todos los homicidas.

JUAN: ¿Confiesan Infierno y Juicio?

PEDRO: Y aun Purgatorio.

JUAN: ¿Quién dicen que ha de juzgar?

PEDRO: Dios. Dicen que está un ángel en el cielo que tiene siempre una trompeta en la mano, y se llama Israfil, aparejado para si Dios quisiese que fuera el fin del mundo, tocaría y luego caerían muertos los hombres todos y los ángeles del cielo.

JUAN: Siendo los ángeles inmortales ¿han de morir?

PEDRO: Cuestión es que ellos disputan entre sí muchas veces; pero concluyen con que dice el “Coraham” que Dios dijo por su boca que todas las cosas mortales han de haber fin, y no puede pasar la disputa adelante, como ni en las otras cosas. Y hecho esto, verná un tan gran terremoto, que desmenuzará las montañas y piedras; y luego Dios tornará a hacer la luz, y della los ángeles, como hizo la primera vez, y verná sobre todo esto un rocío, que se llama “rehemetzu”, “lluvia de misericordia”, y quedará la tierra tornada a masar, y mandará Dios, de allí a cuarenta días, que torne el ángel a sonar la trompeta, y al sonido resucitarán todos los muertos, desde Abel hasta aquel día; unos con las caras que resplandezcan como sol, otros como luna, otros muy obscuras y otros con gestos de puercos, y gritarán diciendo: “Nesi, nesi”. “¡Ay de mí, mezquino!”

JUAN: ¿Qué significan esas caras?

PEDRO: Los que las tienen resplandecientes son los que han hecho bien; los otros, mal; y Dios preguntará por los emperadores, reyes, príncipes y señores que tiranizaban, y no les calerá negar, porque los miembros todos hablarán la verdad. Allí verná Moisén con un estandarte, y todos los judíos con él, y Cristo, hijo de María virgen, con otro, debajo del cual estarán los cristianos; luego Mahoma con otra bandera, debajo la cual estarán todos los que le siguieron. Todos los que de éstos habrán hecho buenas obras ternán buen refrigerio debajo la sombra de sus estandartes, y los que no, será tanto el calor que habrá aquel día, que se ahogarán dél; no se conoscerán los moros de los cristianos ni judíos que han hecho bien, porque todos ternán una misma cara de divinidad. Y los que han hecho mal, todos se conoscerán. A las ánimas que entrarán en el paraíso dará Dios gentiles aposentos y muy espaciosos, y habrá muchos rayos del sol sobre los cuales cabalgarán para andar ruando por el cielo sin

cansarse, y comerán mucha fruta del paraíso, y en comiendo un fruto hará Dios dos, y beberán para matar la sed unas aguas dulces como azúcar y cristalinas, con las cuales les crescerá la vista y el entendimiento, y verán de un polo a otro.

MATA: Y si comen y beben, ¿no cagarán el Paraíso?

PEDRO: Maravillábame cómo no salíais ya; toda la superficie ha de ir por sudor de mill delicados manjares que tiene de comer, y han de tener muchas mozas vírgines de quince a veinte años, y nunca se tienen de envejecer, y los hombres todos tienen de ser de treinta, sin mudarse de allí.

JUAN: ¿Han de tener aceso a las vírgines?

PEDRO: Sí, pero luego se tienen de tornar a ser vírgines. Moisés y Mahoma serán los mejor librados, que les dará Dios sendos principados que gobiernen en el cielo.

JUAN: Pues si tienen que los cristianos y judíos que han hecho buenas obras van al cielo, ¿para qué ruegan a nadie que se haga turco?

PEDRO: Entienden ellos que todos los judíos que vivieron bien hasta que vino Cristo, y todos los buenos cristianos hasta que vino Mahoma, son los que van al cielo.

JUAN: Mas ¿no los que hay después que vino Mahoma, aunque hagan buenas obras?

PEDRO: Esos no. Los que irán condenados llevará cada uno escrito en la frente su nombre y en las espaldas cargados los pecados. Serán llevados entre dos montañas, donde está la boca del Infierno; y de la una a la otra hay una puente de diez leguas de largo, toda de hierro muy agudo y llámase “serrat cuplisi”, “puente de justicia”. Los que no son del todo malos caerán en el Purgatorio, donde no hay tanto mal; los otros todos irán la puente abajo al Infierno, donde serán atormentados; en medio de todos los fuegos hay un manzano que siempre está lleno de fruta, y cada una paresce una cabeza de demonio; llámase “zoacum agach”, “árbol de amargura”, y las ánimas, comiendo la fruta, pensando de refrescarse, sentirán mayor sed y grande amargura que los atormente. Llenos de cadenas de fuego serán arrastrados por todo el Infierno. Y los que llamaren a Dios por tiempo al fin saldrán, aunque tarde; los que le blasfemaren quedarán por siempre jamás. Veis aquí todo lo que cerca desto tienen de fe de su “Alcorán”.

JUAN: Una merced os pido, y es que pues no os va nada en ello, que no me digáis otra cosa sino la verdad; porque no puedo creer que siendo tan bárbaros tengan algunas cosas que parezcan llevar camino.

PEDRO: ¿No sabéis que el Diablo los ayudó a hacer esta secta?

JUAN: Muy bien.

PEDRO: Pues cada vez que quiere pescar es menester que lo haga a vueltas de algo bueno. Si hicieseis juntar todos los letrados que hay en Turquía, no os dirán un puncto más ni menos desto que yo os digo, y fiaos de mí, que n'os diré cosa que no la sepa primero muy bien.

JUAN: Tal confianza tengo yo. Sepamos del estado sacerdotal. ¿Tienen papa y obispos?

PEDRO: Ocho maneras hay de sacerdotes. Primeramente el mayor de todos, como acá el Papa, se llama el “cadilesquier”; luego es el “muftí”, que no es inferior ni subjeto a este otro, sino como si hubiese dos papas; el tercero es el “cadí”; cuarto, los “moderiz”, que son provisores de los hospitales; quinto, el “antipi”, que dice el oficio los días solenes, puesto sobre una escala y una espada desnuda en la mano, dando a entender lo que arriba dije, que no se tiene de poner su ley en disputa, sino defenderla con las armas. El sexto es el “imám”, que son los que dicen el oficio al pueblo cada día. El postrero, “mezín”, aquellos que suben a gritar en las torres. El “cadilesquier” eligen que sea un hombre el más docto que puedan y de mejor vida, al cual dan grandísima renta, para que no pueda por dinero torcer la justicia; éste es allá como si dijésemos presidente del Consejo Real, y déste y de lo que en el Consejo se hace se apela para el “muftí”, que no entiende sino en lo eclesiástico. También tiene éste gran renta por la mesma causa.

JUAN: ¿Tanta como acá el Papa?

PEDRO: Ni aun la mitad. ¿No le basta a un hombre que se tiene de sentar él mesmo cada día a juzgar, y le puede hablar quienquiera, cient mill ducados?

JUAN: Y sobra. Pero ¿no tiene su Consejo que haga la audiencia y ellos se estén holgando?

PEDRO: Eso sólo es en los señores d'España, que en los demás que yo he andado todos los príncipes y señores del mundo hacen las audiencias como acá los oidores y corregidores. En Nápoles si queréis pedir una cosa de poca importancia algún contrario vuestro, lo haréis delante el mermo Virrey, y en Sicilia lo mesmo, y en Turquía lo mesmo.

MATA: Ése me paresce buen uso, y no poner corregidores pobres, que en ocho días quieren, a tuerto o a derecho, las casas hasta el techo.

PEDRO: El “cadí”, que es el inferior a éstos, está como son acá los provisores de los obispos, administrando su justicia de cosas bajas, porque las de importancia van a los superiores. Ante éstos se hacen las cartas de dotes, castiga los borrachos, da cartas de horros a los esclavos, conosce también de los blasfemos.

JUAN: ¿Qué meresce quien blasfema?

PEDRO: De Dios, cient palos; de Mahoma, muerte.

JUAN: Pues ¿en más tiene a Mahoma que a Dios?

PEDRO: Dicen que Dios es grande y puede perdonar y vengarse; mas Mahoma, un pobre profeta, ha menester amigos que miren por su honra.

JUAN: ¿Están dotadas las mezquitas como nuestras iglesias?

PEDRO: Todas, pero las dignidades de “cadilesquier”, “muftí” y “cadí” el Rey lo paga; las otras maneras de sacerdotes tienen sus rentas en las mezquitas; quién tres reales, quién cuatro y quién uno al día; y si esto no basta, como todos son casados y en el hábito no difieren de los seglares, hacen oficios mecánicos; ganan mucho, como allá no hay emprentas, a escribir libros, como el “Alcoram”, el “Musaf” y otros muchos de cauciones.

JUAN: Caros valdrán, desa manera.

PEDRO: Un “Alcoram”, comúnmente vale ocho ducados; cuando murió el médico del Gran Turco, Amón, se apreció su librería en cinco mill ducados, por ser toda de mano, y le había costado, según muchas veces le oí jurar, ocho mill, y cierto los valdría, aunque yo para mí no daría cuatro reales.

MATA: Tampoco daría él dos por la vuestra.

PEDRO: Cuanto más por la que agora tengo.

LA PEREGRINACIÓN A LA MECA

PEDRO: La otra es en fin de octubre, que llaman de los peregrinos que van a la Meca, la cual ellos celebran allá.

JUAN: ¿Que usan también como nosotros peregrinaje?

PEDRO: Y muy solemne. Hallan escrito en sus libros que quien una vez va a la Meca en vida Dios no permite que se condene, por lo cual ninguno que puede lo deja de hacer; y porque es largo el camino se parten seis meses antes, para poderse hallar allá a tiempo de celebrar esta su fiesta, y conciértanse muchos de ir juntos, y los pobres, mezclados con los ricos, dan consigo en el Cairo, y de allí van por un camino muy desierto, llano y arenoso en tanta manera, que el viento hace y deshace montañas de arena y peligran muchos, porque los toma debajo, y de aquí se hace la carne momia, según muchos que la traen me contaban, que en Constantinopla todas las veces que quisiéredes comprar docientos y trecientos cuerpos destos hombres los hallaréis como quien compra rábanos. Han menester llevar camellos cargados de agua y provisión, porque a las veces en tres días no hallan agua; son los desiertos de Arabia, y ningún otro animal se puede llevar por allí sino el camello, porque sufre estar cuatro y cinco días sin beber ni comer, lo que no hacen los otros animales.

MATA: Por mi vida que estoy por asentar ésa: cinco días sin comer ni beber y trabajar.

PEDRO: Tiempo del año hay en el invierno que sufren cuarenta días, porque os espantéis de veras, y porque he sido señor de cinco camellos que del Gran Turco tenía para mi recámara; y si fuese menester salir en campo, os quiero contar, pues no es fuera de propósito, qué carguerío es el del camello, y también porque pienso haber visto tantos como vosotros ovejas, que mi amo sólo tenía para su recámara dos mill, y no le bastaban.

MATA: Camaleones diréis, de los que se mantienen del viento; porque camellos comerán mucha cebada siendo tantos.

PEDRO: No acabaremos hogaño; sea como vos quisiéredes; decídoslo vos todo.

JUAN: Dejadle ahora decir.

MATA: Por mí, diga lo que quisiese.

PEDRO: Ningún carguerío por tierra hay mejor que el del camello, porque tiene estas propiedades: aunque la jornada sea de aquí a Jerusalem, no tenéis de cargarle más de una vez.

MATA: ¿Nunca se descarga?

PEDRO: Jamás en toda la jornada, sino él se echa a dormir con su carga y se levanta cuando se lo mandaren; pero no le habéis de echar más carga de aquella con que se pueda bien levantar; ni tenéis a qué ir al mesón, sino en el campo se echan cuando se lo mandéis; andan recuas de diez y doce mill, y en casa de los señores, camellero mayor no es de los menores cargos.

MATA: Por cuanto tengo, que no es nada, no quisiera dejar de saber ese secreto.

PEDRO: Pues callad y diréos otro mayor al propósito que se levantó; si le habéis de dar dos celemines de cebada cada día, y le dais de una vez media hanega, la comerá como vos una pera, y por aquellos tres días no tengáis cuidado de darle nada, y a beber lo mesmo, y si queréis probar con una entera, maldito el grano deje, y si dos le saliesen, que no les huirían el campo; allá tienen ciertas bolsas de donde los tornan a rumiar como cabras; y no habléis más sobre esto, que es más viejo y común que el repelón entre los que han visto camellos y tratádolos. Llegan por sus jornadas los peregrinos a la Medina, que es una cibdad tres jornadicas de la Meca, y allí los salen a rescibir, y hay muchos persianos y indios que han venido por las otras partes. Otro día que han llegado y la pascua se acerca, hacen reseña de toda la gente, porque dicen que no se puede celebrar la pascua si son menos de sesenta mill, y la víspera de la pascua o tres días antes van todos a una montaña, cerca de la Meca y desnúdanse, y aunque vean algún piojo o pulga no le pueden matar, y llámase la montaña Arafet Agi; y métense en un río, el agua hasta la garganta, y están allí entre tanto que les dicen ciertas oraciones.

JUAN: ¿A qué propósito?

PEDRO: Porque Adán, después que pecó, en aquel río hizo otro tanto, y Dios le perdonó; y vestidos van a la Meca de mañana, y lo primero tocan los que pueden al Alcorán a la sepultura de Mahoma, y dicen sus solenes oficios, que tardan tres horas, y luego todos los que han podido tocar el sepulcro van corriendo a la montaña, como bueyes cuando les pica la mosca.

JUAN: ¿Para qué?

PEDRO: Porque con aquel sudor caen los pecados, y para dar lugar los que han tocado a los que no.

JUAN: ¿Muéstranles el cuerpo?

PEDRO: No más del sepulcro, y un zapato dorado suyo, llamado “isaroh , que está colgado, y cada uno va a tirar dos piedras en un lugar redondo, que está allí cerca, donde dicen que el Diablo aparesció a Ibrahim cuando edificaba aquel templo, por ponerle miedo y que no lo edificase. Y el Abraham le tiró tres piedras y le hizo huir; y encima el monte hacen grandes sacrificios de carneros, y si acaso entrase algún esclavo allí, era libre. Tornan otra vez a la

Meca, y hacen grandes oraciones, rogando a Dios que los perdone y ayude, como hizo a Ibrahim cuando edificaba aquel templo; y con esto se parten y van a Jerusalem, que en su lengua dice Cuzum Obarech, y hacen allí otra oración a su modo donde está el  sepulcro de Cristo.

JUAN: Pues ¿qué tienen ellos allí que hacer?

PEDRO: ¿No os tengo dicho que lo tienen también en mucha veneración? No ternían por acepto el peregrinaje si no fuesen allá.

JUAN: ¿Abraham dicen que edificó aquel templo?

PEDRO: Hallan escrito en sus libros que Dios le mandó a Abraham que le edificase allí una casa donde viniesen los pecadores a hacer penitencia, y lo hizo; y más que las montañas le traían la piedra y lo que era menester. A una esquina de la Meca está un mármol que dice que mandó Dios a Abraham traer y poner allí, medio blanco medio negro, el cual todos adoran y tocan los ojos y algunos librillos a él como reliquias.

JUAN: ¿Qué misterio tiene?

PEDRO: Dice que es el ángel de la guardia de Adán y Eva, y porque los dejó pecar y no los guardó bien Dios le convirtió en mármol, y estará allí haciendo penitencia hasta el día del Juicio.

JUAN: ¿Cómo está el sepulcro?

PEDRO: Sus mesmos discípulos le hicieron muy hondo, y metido en una caja le pusieron dentro; después hicieron una como tumba de mármol, con una tabla de lo mesmo a la cabecera y otra a los pies, escrito en ellas cómo aquélla es su sepultura, y allí adoran todos. Está cubierta encima con un chamelote verde. Los armenos habían una vez hecho una mina de más de media legua para hurtarles el cuerpo, y fueron descubiertos y justiciados, lo cual cuentan por gran milagro que hizo Mahoma.

JUAN: Mejor cuento fuera si le cogieran su profeta.

PEDRO: Y por esto le hicieron unos hierros que ciñen toda la sepultura por bajo y arriba. Dejó dicho cuando murió que no había de estar allí más de mill años y éstos no había de durar la secta, sino que habría fin, y de allí se había de subir al cielo. Destos que vuelven de la Meca muchos toman por devoción andar con unos cueros muy galanes que hacen aposta, llenos de agua, que cabrán dos cántaros, acuestas y con una taza de fuslera muy limpia, dando a beber a todos cuantos topan y convidándolos a que lo quieran hacer por fuerza, por que en acabando de beber digan gracias a Dios.

MATA: ¿Qué les dan por eso?

PEDRO: Nonada quien no quiere; mas algunos les dan, y lo toman.

JUAN: ¿Hacen cuando mueren, en sus testamentos, mandas grandes, como acá, de hospitales, o no saben qué cosa son?

PEDRO: No menos soberbias mandas hacen que nosotros, sino más, y en vida son más limosneros. Los cuatro emperadores que ha habido donde están enterrados han dejado aquellas cuatro mezquitas, tan magníficas, con sus hospitales, como os dije; otros bajaes, sin éstos, han hecho muchos hospitales; hacen también mesones por todos los pueblos y desiertos, que llaman “carabanzas”, por amor de Dios. Adrezan caminos, traen fuentes a donde ven que hay falta de agua, necesarias para andar del cuerpo; han hecho muchas tan vistosas, que pensaréis ser algunos palacios, diciendo que es limosna si por allí toma la prisa a alguno hallar donde lo hacer su placer, y no es posible que no diga después: ¡Bien haya quien te hizo! No solamente tienen por mucho mérito hacer bien a los prójimos, pero aun a los animales salvajes, de donde muchos se paran a echar pan a los peces en el mar, diciendo que Dios lo rescibe en servicio. Toda Constantinopla está llena de perros que no son de nadie, sino por detrás de aquella cercas, junto al palacio del Gran Turco, hay tantos como hormigas; porque si una perra pare tienen por pecado matarle los hijos, y desta manera multiplican como el diablo. Lo mesmo hay de gatos, y todos, como no son de nadie ni duermen en casa, están llenos de sarna. La limosna que muchos hacen es comprar una docena o dos de asaduras o de panes y ponerse a repartírselos. Cuando está alguno malo, meten dentro de una jaula muchos pájaros, y para aplacar a Dios ábrenla y déjanlos salir a todos. Otras muchas limosnas hacen harto más que nosotros, sino que como cada uno viene de la feria cuenta según que le va en ella, disfámanlos si no lo hicieron bien con ellos, y dicen que son crueles y avaros y mill males.

JUAN: ¿Cómo se han en los mortuorios?

PEDRO: Ya os dije en el enterramiento de mi amo lo que había. Si es hombre, lávanle hombres; si mujer, mujeres, y envuelto en una sábana limpia le meten en un ataúd y llévanle cantando; y si es pobre, pónenle en una parte donde pasa gente, y allí piden a cuantos pasan limosna para pagar a los que cantan, y le entierran en el campo, y como es ansí, le ponen los mármoles en la sepultura. Las mujeres no van con el cuerpo; mas acostumbran ir muchas veces entre año a visitar las sepulturas, y allí lloran.

LAS BODAS

MATA: A propósito vernían tras los mortuorios las bodas; digo, si a ellos les paresce.

JUAN: Sea ansí.

PEDRO: A mí no se me da más uno que otro, si todo se tiene de decir. Llámase en su lenguaje el matrimonio “eulemet”, y es muy al revés de lo que acá usamos; porque él tiene de dar el dote a ella, como quien la compra, y los padres della ninguna cosa a él más de lo que heredara, y si tiene algo de suyo que se lleva consigo; y sobre todo esto, no la tiene de haber visto hasta que no se pueda deshacer el matrimonio y haya pagádole todo el dote, el cual rescibe el padre de la novia antes que salga de casa, y cómprale a la hija vestidos y joyas dello. La madre va de casa en casa convidando mujeres para la boda, cuantas su posibilidad basta. Llevan una colación muy grande casa de la novia, con trompetas y atambores, donde hallan que están allegadas ya todas las mujeres, las cuales salen a rescibir el presente

que el esposo envía, y otro día de mañana tornan y comen en la boda con la esposa; porque el esposo no se halla allí en ninguna fiesta, sino se está en casa.

MATA: De manera que ¿sin él se hace la boda?

PEDRO: Toda, mi fe. Acabado el banquete que tienen entre sí las mujeres la llevan al baño y lávanla toda muy bien, y con alheña le untan los cabellos como hacen acá las colas y crines de los caballos, y las uñas y manos todas labradas de escaques con la mesma alheña, y las piernas hasta la rodilla; y las mujeres, por librea, en lugar de guantes, se untan con la alheña el dedo pulgar de la mano derecha, y la media mano que llevan de fuera, que parescen rabaño de ovejas almagradas. Quitada la alheña desde una hora queda un galán color de oro; cuando viene la esposa de la estufa siéntanla en medio y comienzan de cantar mill canciones y sonetos amorosos y tocar muchos instrumentos de música, como arpas y guitarras y flautas, y entended que no puede haber en esta fiesta hombre ninguno.

MATA: Pues ¿quién tañe?

PEDRO: Ellas mesmas son muy músicas; dura esta fiesta de bailar y voltear hasta media noche, y en oyendo el gallo cantar, todas alzan un alarido que dice: “cachialum”, “huyamos”, y vanse a dormir y vuelven a la mañana a esperar el pariente del novio más cercano, que es el padrino, que viene por la esposa para llevarla a casa del marido.

JUAN: ¿Cómo se llama el padrino en turquesco?

PEDRO: “Sagdich”, el cual va con grande acompañamiento de caballos, y entrellos lleva uno vacío, el más gentil de todos y mejor enjaezado, en que ella venga, y muchas acémilas en que venga su ajuar, que todavía les dan los padres, y las mujeres que están con ella no le dejan entrar en casa si no hace primero cortesía de una buena colación; y toma su novia, acompañada de gran caballería, ansí de mujeres como de hombres, y muchos instrumentos de músicas. La novia lleva un velo colorado en el rostro, y llegados a casa del esposo se apean sobre alombras y ricos paños, y déjanla allí y vuélvense a la noche. El “segdich” desnuda a él y una mujer a ella, y métenlos en la cama; lleva ella unos calzones con muchos nudos, los cuales no se deja desatar si primero no le promete las arras; a la mañana los llevan al baño a lavarse.

JUAN: ¿No hay más bendiciones désas ni cosas eclesiásticas?

PEDRO: No más de que el “cadí” hace una carta de dote, en que da fe que Ulano se casó con Ulana tal día, y le da tanto de “chibín”, que es el dote, y por esto les rapa un ducado. Los parientes, como se usa acá en algunas partes, les empresentan algunos dineros o ropas a los recién casados.

JUAN: Parésceme que el esposo hace pocas fiestas.

PEDRO: Hasta un día después de la boda es verdad; pero después pone muchos premios y joyas para los que mejor corrieren a pie y a caballo. El padrino hace poner un árbol, como acá mayo, el más alto que halla, a la puerta del novio, y encima un jarro de plata, y que todos los que quisieren le tiren con los arcos, y el que le acertare primero con la saeta es suyo.

JUAN: ¿Permiten divorcio?

PEDRO: Habiendo causa manifiesta sí; pero es obligado el marido a darle todo el dote y arras que le mandó y cuanto ella trajo consigo, y vase con esto casa de sus padres; y no puede ser tornada a demandar otra vez dél si no fuere haciendo nuevo dote, y con todo esto, si la quiere, ha de tener un turco primero que hacer con ella delante dél.

MATA: Pocos las querrán desa manera segunda vez.

PEDRO: Entre los mesmos cristianos que están allá se permite una manera de matrimonio al quitar, como censo, la cual hallaron por las grandes penas que les llevaban los turcos si los topaban amancebados; y es desta manera: que si yo me quiero casar, tomo la mujer cristiana que me paresce, digo si ella quiere también, y vamos los dos casa del cadí, y dígole: “Señor, yo tomo ésta por mujer y le mando de quibín cincuenta escudos”, o lo que quiero, según quien es; y el cadí pregunta a ella si es contenta, y dice que sí; háceles luego su carta de dote y danle un ducado y llévala a casa. Están juntos como marido y mujer hasta que se quieran apartar o se arrepientan, por mejor decir. Si él la quiere dejar, hale de dar aquel dote que le mandó, y váyase con Dios; si ella le quiere dejar a él, pierde aquello y vase sin nada, comido por servido, y desta manera están casados cuantos mercaderes venecianos y florentinos hay allá, y cristianos muchos que han sido cautivos y son ya libres, viendo que hay mejor manera de ganar de comer allá que acá, luego toman sus mujeres y hacen casa y hogar; hacen esta cuenta: que aunque vengan acá, como están pobres, no los conoscerá nadie. El embajador de Francia se casó estando yo allí desta manera.

MATA: Y vos, padre, ¿por qué no os casastes?

PEDRO: Porque me vine al mejor tiempo; que de otra manera, creed que lo hiciera por gozar de barato, que hartas me pidían.

MATA: ¡Hi de puta, si acá viniese una bula que dispensase eso, cómo suspendería a la Cruzada!

PEDRO: Más querría ser predicador estonces que arzobispo de Toledo.

JUAN: Pocos son los que las dejarían de tomar, y aun dobladas para si la una se perdiese. Estos cristianos ¿no se casan por el patriarca suyo?

PEDRO: Los que se casan a ley y a bendición sí, porque lo hacen como acá nosotros; pero los forasteros que están ahí, más lo hacen por las penas que les llevan si los topan que por otra cosa.

 

LA JUSTICIA

JUAN: Vámonos poco a poco a la justicia, si no hay más que decir del matrimonio.

PEDRO: Ni aun tanto. La justicia del turco conosce igualmente de todos, ansí cristianos como judíos y turcos. Cada juez de aquellos principales tiene en una mesa una cruz, en la cual toma juramento a los cristianos, y una Biblia para los judíos. El “cadilesquier”, dejado aparte el Consejo Real, es la suprema justicia, medio eclesiástica. Si es cosa clara, examina sus testigos y oye sus partes, y guarda justicia recta; si es caso criminal, remítele al “subaxí”, que es gobernador, y ansí matan al homicida, ahorcan al ladrón, empalan al traidor, y si uno echa mano a la espada para otro, aunque no le hiera, le prenden y, desnudo, le pasan cuatro o cinco cuchillos por las carnes, como quien cose, y le traen a la vergüenza; y deste miedo he visto muchas veces darse de bofetones y tener las espadas en las cintas y no osar echar mano a ellas, y en cerca de cuatro años que estuve en Turquía no vi matar y herir más de a un hombre, que era cristiano y muy principal, llamado Jorge Chelevi. Y este “subaxí” tiene poder sobre todas las mujeres que no son honestas.

JUAN: Y si los testigos son falsos, ¿sácanles los dientes?

PEDRO: Los dientes no; pero úntanle la cara toda con tinta, y pónenle sobre un asno al revés, y danle por freno la cola, que lleve en la mano, y con esto le traen a la vergüenza, y el asno lleva en la frente un rótulo del delito y vanle tirando naranjas y  berenjenas, y vuelto a la cárcel le hierran en tres partes, y no vale más por testigo: en cosas de pena pecuniaria luego os meten en la cárcel; el que debe, de cabeza en un cepo hasta que pague, y otras veces le hacen un cerco con un carbón que no salga de allí sin pagar, so grandes penas. La más común de todas las justicias en casos criminales, como no los hayan de matar ni avergonzar por la tierra, es darles de palos allí luego, frescos, casa del mesmo juez: porque riñó, porque se emborrachó, porque blasfemó livianamente; porque de otra manera le queman vivo.

JUAN: ¿En dónde le dan los palos?

PEDRO: En las plantas de los pies. Toman una palanca y en medio tiene un agujero, del cual está colgado un lazo, y por aquél mete los pies; y echánle en tierra, y dos hombres tienen la palanca de manera que los pies tiene altos y el cuerpo en tierra; cada juez y señor tiene una multitud de porteros, que traen, como acá varas, unos bastones en la mano; y éstos le dan uno de un lado y otro de otro los palos que la sentencia manda; por cada palo que les dan han de pagar un áspero a los que les dan, y ansí se le dejan después de haber pagado.

JUAN: ¡Válame Dios! Y ¿no le mancan?

PEDRO: Allá va cojeando, y le llevan acuestas; por tiempo se sana, pero muchos veréis que siempre andan derrengados; tal vez hay que se quiebren de aquellos bastones en uno diez y veinte como dan medio en vago. Cuando Zinán Bajá, mi amo, era virrey, no lo tengáis a burla, que por Dios verdadero ansí venían cada semana cargas de bastones a casa como de leña, y más se gastaba ordinariamente. Hay cada día muchos apaleados en casa de cada juez. Un día que Zinán Bajá me hizo juez, yo ejecuté la mesura justicia.

MATA: ¿No había otro más hombre de bien que hacer juez, o por qué lo hizo?

PEDRO: Era caso de medicina: demandaba una vieja griega cristiana a un médico, el de mejores letras, judío, que allí había, que le pagase a su marido, que se le había muerto; lo cual probaba porque un otro médico judío catalán, enemigo suyo, decía que él defendería ser ansí. El bellaco del catalán era el más malquisto que había en la cibdad, y conmigo mesmo había reñido un día sobre la cura de un caballero. Por ser muy rico salía con cuanto quería, y todos le tenían miedo. Mi amo remitiome a mí aquella causa, que mirase cuál tenía razón, y senteme muy de pontifical, y llamadas las partes, el catalán alegaba que no sé qué letuario que le había dado era contrario. El otro daba buena cuenta de sí. Como yo vi que iba sobre malicia, mandé llamar a los porteros y un alguacil, que se llama “chauz”, y mandele dar cient palos, y que por cada uno pagase un real a los que se los diesen, lo cual fue muy presto ejecutado, con la cobdicia del dinero. Como el Bajá oyó las voces que el pobre judío daba, preguntó qué fuese aquello. Dijéronle: “Señor, una justicia que el cristiano ha mandado hacer”. Hízome llamar presto, y díjome algo enojado: “¡Perro! ¿Quién te ha mandado a ti dar sentencia?” Yo respondí: “Vuestra Excelencia”. Díjome: “Yo no te mandé sino que vieses lo que pasaba para informarme”. Yo le dije: “Señor, Vuestra Excelencia, así como así, lo había de hacer: ¿qué se pierde que esté hecho?” Con esto se reyó, y quedose con sus palos. Holgáronse tanto los judíos de ver que no había aquel bellaco jamás hallado quien le castigase, que por la calle donde yo iba me besaban los judíos la ropa. En el tiempo que Zinán Bajá gobernaba tenía los mejores descuidos de justicia del mundo todo.

JUAN: ¿En qué?

PEDRO: Muchas veces se iba disfrazado a los bodegones a comer por ver lo que pasaba; cada noche rondaba toda la cibdad para que no pegase nadie fuego; como las casas son de madera, pequeñas, sería malo de matar; y si después que tocan unos  atambores a que nadie salga topaba alguno fuera de casa, luego le colgaba en la mesma parte. Hacía barrer las puertas a todos los vecinos; y si pasando por la calle veía alguna puerta sucia, luego hacía bajar allí la señora de la casa y las mozas y a todas les daba, en medio de la calle, de palos; yendo yo con él un día le vi hacer una cosa de príncipe, y es que vio un judío con unas haldas largas y todo lleno de rabos, como que los tenía del otro año, secos, y los zapatos y calzas ni más ni menos, y llamole y preguntole si era vecino del pueblo; dijo que sí; y si era casado; dijo que sí; y si tenía casa; a todo respondió que sí. Dice: “Pues anda allá, muéstrame tu casa, que la quiero saber”. El judío se fue con él y se la mostró, y mandó llamar a su mujer y preguntole si era aquél su marido; dijo ella: “Sí, señor”; dice: “¿Date de comer y lo que has menester todo?”; respondió: “Por cierto, señor, muy cumplidamente”. Volviose después a los porteros que iban tras dél y díjoles: “Dalde en medio esta calle cient palos a la bellaca, pues dándole todo lo que ha menester su marido, no es para limpiarle las cazcarrias”. No lo hubo acabado de decir cuando fue puesto por obra.

MATA: Ruin sea yo si de chancillería se cuente puncto de más recta justicia ni más gracioso. Y a propósito, ¿esa gente llamáis bárbara? Nosotros lo somos más en tenerlos por tales.

PEDRO: Su vicio era andarse todo el día solo por las calles, disfrazado, mirando lo que pasaba para cogerlos en el hurto, visitando muy a menudo los pesos y medidas.

JUAN: Y al que lo tiene falso ¿qué le hacen?

PEDRO: Toman una tabla como mesa, y al derredor colgados muchos cencerros y campanillas, y hácenle por medio un agujero, cuanto pueda sacar la cabeza, para que la lleve encima de los hombros, y tráenle ansí por las calles entiznada la cara y con una cola de raposo en la caperuza.

JUAN: Todas son buenas maneras de justicia ésas, y agora los tengo por rectos.

PEDRO: Mas decildes que no la guarden, veréis cómo les irá; maldito el pecado venial hay que sea perdonado en ningún juez; a fe que allí no aprovechan cartas de favor, y la mejor cosa que tienen es la brevedad en el despachar; no hayáis miedo que dilaten como acá para que, por no gastar, el que tiene la justicia venga a hacer concierto

de puro desesperado; en Consejo Real y en las otras abdiencias hay esta costumbre: que ningún juez se puede levantar de la silla si primero no se dice tres veces: “¿quim maz lahatum bar?”, “¿quién quiere algo?”

MATA: ¿Aunque sea la hora de comer?

PEDRO: Aunque le amanezca allí otro día.

JUAN: ¿Juzgan por sus letrados y escribanos?

PEDRO: Sus libros tienen los jueces, y letrados hay como acá; pero no tanta barbarería y confusión babilónica; quien no tiene justicia, ninguno hallará que abogue por él a traer sofísticas razones; pocos libros tienen; lo más es arbitrario.

MATA: No habrá allá pleitos de treinta años y cuarenta, como acá.

PEDRO: No, porque niegan haber más de un Infierno; y si eso tuviesen, eran obligados a confesar dos. Cuando el pleito durare un mes, será lo más largo que pueda ser, y es por el buen orden que en todas las cosas tienen. Si yo quiero pedir una cosa la cual tengo de probar con testigos, es menester que cuando pido la primera vez tenga los testigos allí trabados de la halda, porque en demandando preguntan: “¿Tienes testigos?”; en el mesmo instante se ha de responder: “Sí, señor; helos aquí”; y examínanlos de manera que cuando me voy a comer ya llevo la sentencia en favor o contra mí.

JUAN: ¿Cómo lleváis los testigos si primero el juez no los manda llamar?

PEDRO: Cada uno de aquellos “cadís” o “subaxís” tiene porteros muchos, como os tengo dicho, y llamadores y citadores, y otros que llaman “cazazes”, como acá porquerones, y todos éstos tienen poder, como se lo paguéis, de llevar de los cabezones a cuantos le mandaréis, si no quieren ir de grado.

MATA: ¡Oh bendito sea Dios, que sean los infieles en su secta sanctos y justicieros y nosotros no, sino que nos contentemos con sólo el nombre!

EL SULTÁN

JUAN: ¿Cómo se hace el Consejo Real?

PEDRO: En Turquía todos son esclavos, sino sólo el Gran Turco, y déstos, tres más privados hace bajaes, que, como dicho tengo, es dignidad de por vida, los cuales tres bajaes son los mayores señores que allá hay; tienen de renta para su plato cada cincuenta mill ducados, sin muchas cibdades y provincias que tienen a cargo, y los presentes que les dan, que valen más de docientos mill. Dentro el “cerraje” del Gran Turco hay una sala donde se tiene el Consejo,

dentro la cual hay un trono, todo hecho de gelosías, que cae dentro a los aposentos del Emperador, y de allí habla lo que han de hacer, y cuando piensan que está allí no está, y cuando piensan que no está, está. Por manera que ninguno osa hacer otra cosa que la que es de justicia. Los tres bajaes son los que gobiernan el Imperio, como si dijésemos acá del Consejo de Cámara, y con éstos se sientan los dos “cadilesquieres”, y a la mano izquierda se sientan los “tephterdes”, que es como contadores mayores, y ansí hacen su abdiencia, que llaman “diván”, con toda la brevedad y rectitud que pueden; y si por caso ellos o los otros jueces hacen alguna sinjusticia, aguardan a que el Gran Turco vaya el viernes a la mezquita, y ponen una petición sobre una caña por donde ha de pasar, y él la toma y pónesela en la toca que lleva, y en casa la lee y remedia lo que puede, para mal de alguno, y acabado el Consejo se da orden de comer allí donde están, y si acaso hay mala información de algún capitán, mándale empresentar al Rey una ropa de terciopelo negro, la cual le significa el luto, de manera que sin alboroto en el Consejo secreto le llaman, y el Gran Turco le hace una reprehensión, y para que se enmiende en lo de por venir, luego del pie a la mano le hace cortar la cabeza y envíale a casa. Estos bajaes no tienen para qué ir a la guerra sino yendo la mesma persona del Gran Señor.

MATA: Soberbia cosa será de ver el palacio del Emperador.

PEDRO: No le hay en cristianos semejante. En medio tiene un jardín muy grande, y conforme a tan gran señor; está a la orilla del mar, de suerte que le bate por dos partes, y allí tiene un corredorcico todo de jaspe y pórfido, donde se embarca para irse a holgar. Dentro el jardín hay una montaña pequeña, y en ella un corredor con más de docientas cámaras, a donde solían posar los capellanes de Sancta Sofía. Todo esto cercado como una cibdad, y tiene seis torres fuertes llenas de artillería, y aun de tesoro, que no hay tanto en todo el mundo como él solo tiene; y todo al derredor bien artillado; los aposentos y edificios que hay dentro no hay para qué gastar papel en decirlos.

MATA: Quien tan grande cosa tiene, no podrá dejar de tener gran corte.

PEDRO: Ésa os contare brevemente; pero sabed primero que todos los señores, ansí el Rey como bajaes, tienen dentro de sus casas toda su corte por gran orden puesta, que el cocinero duerme en la cocina, y el panadero en el horno, y el caballerizo en el establo; y todos los oficios mecánicos de sastres, zapateros, herreros y plateros, todo se cierra dentro de casa, juntamente con los gentileshombres, camareros y tesoreros y mayordomos.

JUAN: No deben de ser gente muy regalada, si todos caben dentro una casa cuantos habéis nombrado.

PEDRO: Haced cuenta que es un monesterio de los frailes de San Francisco, y aun ojalá tuviesen cada uno su celda, que serían muy contentos. Tres pajes son en la cámara del Gran Turco los más privados de todos. El primero, que le da la copa y siempre cuando sale fuera le lleva un fieltro para si lluviere. El  segundo lleva detrás dél un vaso con agua para que se lave dondequiera que se halle, para hacer oración. El otro lleva el arco y la espada. Hácenle de noche cuando duerme la guarda con dos blandones encendidos. Hay, sin éstos, quince pajes de cámara, que también se mudan para hacer la guarda, y cuarenta guardarropas; hay también tres o cuatro tesoreros y otros muchos pajes, que sirven en la contaduría; los más preminentes oficios, tras éstos, son: portero mayor, que se llama “capichi bajá”, y su teniente déste; y sin éstos, otros trescientos porteros; cocinero y despensero mayor son tras esto, en casa del Rey y los demás príncipes, prominentes oficios, y tienen en algo razón, pues por su mano ha de pasar lo que comen todo. El cocinero mayor tiene debajo de sí más de ciento y cincuenta cocineros, entre grandes y chicos, y el despensero otros tantos; y llaman al cocinero “aschi baxí”, y al despensero “quillergi baxí”. El panadero y caballerizo también son dest'arte. El sastre, que llaman “terezi baxá”, tiene otros tantos.

MATA: ¿Cómo tienen tantos?

PEDRO: Yo os diré: como, por nuestros pecados, cada día llevan tantos prisioneros por mar y por tierra, del quinto que dan al Emperador, y de otros muchos que le empresentan, los muchachos luego los reparte para que deprendan oficios: a la cocina, tantos, y a la botillería, tantos, y ansí; y la pestilencia también lleva su parte cada año, que no se contenta con el quinto ni aun con el tercio veces hay. El principal cargo en la corte después de los bajaes es “bostangi baxí”, jardinero mayor, por la privanza que tiene con el Gran Turco de hablar con él muchas veces; y cuando va por la mar, éste lleva el timón del bergantín; tiene debajo de sí éste doscientos muchachos, que llaman jardineros, a los cuales no les enseñan leer ni escribir, sino esto sólo, y el que déstos topa el primer fruto para empresentar al Turco tiene sus albricias.

MATA: ¿Qué ha de hacer de tanto jardinero?

PEDRO: Estos docientos entended que son del jardín del palacio, que de los otros jardines más son de cuatro mill.

MATA: ¿Jardineros?

PEDRO: Sí; bien nos contentaríamos todos tres si tuviésemos la renta que el Gran Turco de solos los jardines. La primera cosa que cada señor hace es un jardín, el mayor y mejor que puede, con muchos

cipreses dentro, que es cosa que mucho usan; y como ha cortado la cabeza a tantos bajaes y señores, tómales todas las haciendas y cáenle jardines hartos; y de aquellos cagas grandes que tiene por guarda de las mujeres y pajes hace grandes señores, y como son capados y no pueden tener hijos, en muriendo queda el Turco por heredero universal. Berzas y puerros y toda la fruta se vende como si fuese de un hombre pobre, y se hacen cada año más de cuatro mill ducados de tres que yo conozco, que el uno tiene una legua de cerco.

MATA: ¿De qué nación son esos mozos?

PEDRO: Todos son hijos de cristianos, y los privados que tiene en la cámara y en casa, también.

JUAN: Espántame decir que todos sean allá esclavos, sino el Rey.

PEDRO: Todos lo son, y muchas veces veréis uno que es esclavo del esclavo del esclavo; acemileros, camelleros y gente de la guarda del Gran Turco y otros oficiales necesarios, entended que hay, como acá tienen nuestros reyes, sin que yo los cuente médicos, y barberos, y aguadores, y estufas.

JUAN: ¿Cuántos serán aquellos eunucos principales que hay dentro el cerraje?

PEDRO: Más de ciento, de los cuales hay diez que tienen cada día de paga cuatro ducados, y otros tantos de a dos, y los demás a ducado, y vestidos de seda y brocado.

MATA: Y ésos ¿pueden salir á pasear por la cibdad ?

PEDRO: Ninguno, ni de cuantos pajes he contado, que son más de docientos, puede salir ni asomarse a ventana mas que las mujeres, porque son celosos, y, como creo que os dije otra vez ayer, todos, desde el mayor al menor, cuantos turcos hay son bujarrones, y cuando yo estaba en la cámara de Zinán Bajá los vía los muchachos entre sí que lo deprendían con tiempo, y los mayores festejaban a los menores.

JUAN: Y cuando esos pajes son grandes, ¿qué les hacen? ¿Múdanlos?

PEDRO: Luego los hacen “espais”, que son como gentileshombres de caballo, y les dan medio escudo al día, y caballo y armas, y mándanles salir del cerraje, metiendo en su lugar otros tantos muchachos. Allí les van cada día los maestros a dar lición de leer y escribir y contar.

SANTA SOFÍA

PEDRO: Justiniano Magno, duodécimo emperador de Constantinopla, edificó el templo de Sancta Sofía, el más magnífico, sumptuoso y soberbio edificio que pienso haber en Asia, Africa ni Europa; y cuando soltán Mahameto tomó a Constantinopla, hízole hacer, quitando todas las imágenes y figuras, mezquita suya, adonde el Gran Señor va todos los viernes a su oración, y quedole el nombre de Sancta Sofía. Toda la han derribado, que no ha quedado más de la capilla principal y dos claustras, para edificar allí casas.

JUAN: ¿Qué más había de tener de dos claustras?

PEDRO: Más de cuatro villas hay en España menores que solía ser la iglesia; tenía trecientas puertas de metal y una legua pequeña de cerco.

JUAN: ¿Qué obra tiene? ¿De qué está hecha?

PEDRO: Yo quería pintárosla cuando hablase de Constantinopla; pero, pues viene a propósito, dicho se estará: no puedo decir con verdad cómo estaba primero, porque yo no la vi, sino de oídas; mas viendo los cimientos por donde iba y lo que agora hay, se puede sacar lo que entonces era. Las dos claustras son todas de mármol blanco, suelo y paredes, y la techumbre, de obra musaica; tienen diez y ocho puertas de metal. El mármol no está asentado como acá, sino muy pulido, a manera de tablero de ajedrez.

MATA: Eso me dad a entender que las paredes se hagan de aquella hechura.

PEDRO: Los mármoles sierran allá como acá los maderos y hacen tan lindas y tan delgadas tablas dél como de boj, lo cual es uno de los más grandes trabajos que a los cristianos les dan.

MATA: La sierra debe de ser de requesón, porque otra cosa no bastar[á] a hender ni cortar los mármoles, como nos queréis hacer en creer.

PEDRO: La sierra, por que hagáis milagros, corta sin dientes ni aguzarla, y porque me habéis detenido mucho en esto, os lo quiero presto dar a entender. Con aquellas sierras, en la señal que hacen, echando arena y agua se corta con la mesma arena, y es menester que uno esté de contino echando arena.

JUAN: Donde sacan el jaspe, en Sancto Domingo de Silos, me han dicho que se hace eso.

PEDRO: Créolo; de manera que primero hacen de obra gruesa la pared; después asientan encima aquellas losas, no más ni menos que los escaques en un tablero de ajedrez, o como acá ladrillos. La capilla principal no tiene en toda ella mármol ninguno, sino todo es jaspe y pórfido.

MATA: ¿El suelo también?

PEDRO: Todo.

MATA: No será muy grande, desa manera.

PEDRO: Cabrán dentro diez y siete mill ánimas, las cuales cada día de viernes se ven salir, porque sólo aquel día se dice el oficio con solemnidad, de que el Rey o quien está en su lugar se tiene de hallar presente.

MATA: ;Ay, ojo! ¡Ay, que me ha caído no sé qué! ¿En una capilla de jaspe y pórfido diez y siete mill ánimas? Vos, que estáis más cerca, tiradle del hábito, y paso, porque se le romperéis todo.

PEDRO: El contar a bobos como vos cosas tales es causa del admirar. ¿Habéis nunca estado en Salamanca?

MATA: ¿Pues no? ¿Por qué lo preguntáis?

PEDRO: ¡Qué boquiabierto debíais d'estar cuando vistes el reloj!, porque para tales entendimientos como el vuestro y otros tales aquello es una sutil invención y grande artificio. Pues más os hago saber: que con ser cuan grande es, que bien terná un tiro de arcabuz de parte a parte, en medio no tiene pilar ninguno, sino el crucero de obra musaica, que paresce que llega al cielo; al derredor todo es corredores de columnas de pórfido y jaspe, sobre que se sustenta la capilla, uno sobre otro. Estoy por decir que en solas las ventanas pueden estar más de doce mill ánimas, y es ansí.

JUAN: ¿Cómo están esos corredores? ¿Todos al derredor de la capilla?

PEDRO: Sí, y unos sobre otros, hasta que llega a lo más alto.

JUAN: Admirable cosa es ésa. ¿Y dejan entrar a cuantos quieren dentro a verlo?

PEDRO: Si no son turcos, no puede otro ninguno entrar, so pena que le harán turco, salvo si no es privado, como yo era. Siempre tiene su guarda de jenízaros a las puertas, los cuales por dos reales que les den dejarán entrar a los que quisieren, sin pena; pero si entran sin licencia, castíganlos como dicho tengo. La capilla tiene nueve puertas de metal que salen a la claustra, todas por orden en un paño de pared, cuatro de una parte y otras tantas de la otra; tienen la mayor en medio y todas son menester, según la gente carga, y son bien grandes; tienen unas antepuertas de fieltro colorado; la cubierta de arriba, en lugar de tejas, es toda plomo, como dije de la casa de Ibrahim Bajá.

MATA: Yo callo: Dios lo puede hacer todo.

PEDRO: Bien podéis, que ello es como yo digo, que no me va a mí nada en que sea grande ni pequeña; mas digo aquello que muchas veces he visto y palpado.

 

LAS MUJERES

MATA: Las bodas turquescas hicimos sin acordársenos del novio, y toda la plática de ayer y hoy hemos hecho sin acordársenos dellas. ¿Hay mujeres en Turquía?

PEDRO: No, que los hombres se nascen en el campo, como hongos.

MATA: Dígolo porque no hemos sabido la vida que tienen ni la manera del vestir y afeitarse.

JUAN: Media hora ha que vi a Mátalas Callando que estaba reventando por esta pregunta.

MATA: ¿Son las mujeres turcas muy negras?

PEDRO: Ni aun las griegas ni judías, sino todas muy blancas y muy hermosas.

JUAN: Cayendo tan allá al Oriente ¿son blancas? Yo pensaba que fuesen como indias.

PEDRO: ¿Qué hace al caso caer al Oriente la tierra para ser caliente si participa del Setemptrion? Constantinopla tiene cincuenta y cinco grados de longitud y cuarenta y tres de latitud, y no menos frío hay en ella que en Burgos y Valladolid.

MATA: ¿Aféitense como acá?

PEDRO: Eso, por la gracia de Dios, de Oriente a Poniente y de Mediodía a Setemptrion se usa tanto, que no creo haber ninguna que no lo haga. ¿Quién de vosotros vio jamás vieja de ochenta años que no diga que entre en cuarenta y ocho y no le pese si le decís que no es hermosa? En sola una cosa viven los turcos en razón, y es ésta: que no estiman las mujeres ni hacen más caso dellas que de los asadores, cucharas y cazos que tienen colgados de la espetera; en ninguna cosa tienen voto, ni admiten consejo suyo. Destos ruidos, cuchilladas y muertes que por ellas hay acá cada día están bien seguros. ¡Pues cartas de favor me decid! Más querría el favor del mozo de cocina que el de cuantas turcas hay, sacada la soltana que yo curé, que ésta tiene hechizado al Gran Turco y hace lo que le manda; pero las otras, aunque sean mujeres del Gran Turco, no tienen para qué rogar, pues no se tiene de hacer.

MATA: Ruin sea yo si no tienen la razón mayor que en otra cosa ninguna; y si acá usásemos eso, si no viviésemos en paz perpetua y fuésemos en poco tiempo señores de todo el mundo, demás de que seríamos buenos cristianos y serviríamos a Dios y le terníamos ganado para que nos ayudase en cuanto emprendiésemos de hacer.

JUAN: ¿Qué nos estorban ellas para eso? A la fe nosotros somos ruines y por nosotros queda.

MATA: ¿No os paresce que andaría recta toda la justicia de la cristiandad si no se hiciese caso del favor de las mujeres? Que en siendo uno ladrón y salteador de caminos procura una carta de la señora abadesa y otra de la hermana del conde para que no le hagan mal ninguno, diciendo que el que la presente lleva es hijo de un criado suyo; de tal manera que, siendo ladrón y traidor, con una carta de favor de una mujer deja de serlo. La otra escribe que en el pleito que sobre cierta hacienda se trata entre Fulano y un su criado, le ruega mucho que mire que aquél es su criado y rescibirá dello servicio. El juez, como no hay quien no pretenda que le suban a mayor cargo, hace una de dos cosas: o quita la justicia al otro pobre que la tenía, o dilátale la sentencia hasta tomarle por hambre a que venga a partir con el otro de lo que de derecho era suyo propio, sin que nadie tuviese parte.

JUAN: Esos serán cual y cual que alcanzan aquel favor; pero no todos tienen entrada en casa de las damas y señoras para cobrar cartas de favor.

PEDRO: Engañáisos, aunque me perdonéis, en eso, y no habláis como cortesano. Quien no quiere cartas de favor, desde la Reina a la más baja de todas las mujeres, no las alcanza. Como el hijo de la que vende las berzas y rábanos quiera el favor, no ha menester más de buscar a la comadre o partera con quien pare aquella señora de quien quiere el favor, y encomiéndase a ella, y alcanzarle ha una alforja de cartas.

JUAN: Y si es monja, ¿qué cuenta tiene con la partera?

PEDRO: El padre vicario os hará dar firmado cuanto vos pudierdes notar, aunque no conozcan aquel a quien escriben. Una mujer de un corregidor vi un día, no muy lejos de Madrid, que porque estaba preñada y no se le alborotase la criatura rogó a su marido que no ahorcasen un hombre que ya estaba sobre la escalera, y en el mesmo

punto le hizo quitar y soltáronle como si no hubiera hecho pecado venial en su vida.

MATA: ¿Andan tan galanas como acá y con tanta pompa?

PEDRO: Y con más mucha; pero no se pueden conoscer fuera de casa ninguna quién sea.

MATA: ¿Por qué?

PEDRO: Porque no puede ir ninguna descubierta, sino tan tapadas que es imposible que el marido ni el hermano la conozca fuera de su casa.

JUAN: ¿Tan poca cuenta tiene con ella en casa que no la conosce fuera?

PEDRO: Aunque tenga toda la que quisiéredes, porque no son amigas de trajes nuevos, sino todas visten de una mesma manera, como hábitos de monjas. ¿Conosceríais en un conve[n]to a vuestra hermana ni mujer si todas se os pusiesen delante con sus velos?

MATA: ¿Quién las ha de conoscer?

PEDRO: Menos os hago saber que podréis estotras; porque todas van de una manera rebozadas, y los vestidos de una hechura, aunque unas vayan deste color, otras de aquél, unas de brocado, otras de seda y otras de paño. Notad cuanto quisiéredes el vestido y rebozo que vuestra mujer e hija se pone para salir de casa, que como salgáis el umbral de vuestra puerta toparéis cient mujeres entre las cuales las medias llevan el vestido mesmo y rebozo que vuestra mujer.

MATA: ¿Son celosos los turcos?

PEDRO: La más celosa gente son de cuanta hay, y con gran razón, porque como por la mayor parte todos son bujarrones, ellas buscan su remedio.

JUAN: Y ¿sábenlo ellas que lo son?

PEDRO: Tan grandes bellacos hay entrellos que tienen los muchachos entrellas, y por hacerles alguna vez despecho, en una mesma cama hacen que se acueste la mujer y el muchacho, y estáse con él toda la noche sin tocar a ella.

MATA: Sóbrales desa manera la razón a ellas.

PEDRO: Tampoco fiaran que el hermano ni el pariente entre dentro do están las mujeres, como uno que nunca vieron. Cuando yo curaba la hija del Gran Turco me preguntaba Zinán Bajá, y no se hartaba, cómo era, y cómo estaba, y cómo era posible que yo le tomase el pulso; y siendo mujer de su propio hermano, y estando dentro de una

cibdad, me decía que diera un millón de buena gana por verla, y no en mala parte, sino por servirla como a cuñada y a persona que lo merescía. Pero no aprovecha, que se tiene de ir con la costumbre.

MATA: Desa manera ¿para qué las dejan salir fuera de sus casas?

PEDRO: Los que las dejan no pueden menos, porque, como dije atrás, su confesión dellos es lavarse todos, y los jueves, por ser víspera de la fiesta, van todas al baño, aunque sea invierno, y allí se bañan, y de camino hace cada una lo que quiere, pues no es conoscida, buscando su aventura; en esto exceden los señores muy ricos a los otros: que

tienen dentro de casa sus baños y no tienen a qué salir en todo el año de casa ni en toda su vida de como allí entran, más que monjas de las más encerradas que hay en Sancta Clara.

MATA: ¿Cómo pueden estar solas en tanto encerramiento?

PEDRO: Antes están más acompañadas de lo que querrían. Mi amo Zinán Bajá tenía sesenta y tres mujeres. ¡Mirad si hay monesterio de más monjas!

JUAN: Qué quería hacer de tantas mujeres? ¿No le bastaba una, siendo bujarrones, como decís?

PEDRO: Habiéndose de ir de una manera y de otra al Infierno, con el Diablo que los lleve, procuran de gozar este mundo lo mejor que pueden. Habéis de saber que los señores ni reyes no se casan, porque no hay con quién, como no tengan linajes ni mayorazgos que se pierdan, sino compran alguna esclava que les parezca hermosa y duermen con ella, o si no alguna que les empresentan, y si tiene hijos, aquélla queda por su mujer, y hace juntamente, cuando edifica casa para sí, una otra apartada, si tiene posibilidad para ello, y si no un cuarto en la suya, sin ventana ninguna a la calle, con muchas cámaras como celdas de monjas, donde las mete cuantas tenga, y aun si puede hacer una legua de su cerraja el de las mujeres es cosa de más majestad. Puede tener, según su ley, cuatro legítimas, y esclavas

compradas y empresentadas cuantas quisiere. Y lo que os digo de Zinán Bajá, mi amo, entenderéis de todos los otros señores de Turquía; y no estiméis en poco que yo os diga esto, que no hay nascido hombre turco ni cristiano que haya pasado acá que pueda con verdad decir que lo vio, sino hablar de oídas. En aquella casa  tenía sesenta y tres mujeres; en cuatro dellas tenía hijos. La mayor era la madre del hijo mayor, y todas estaban debajo désta, como de

abadesa. Este cerraje tenía tres puertas fuertes, y en cada una dos negros eunucos que las guardaban y llámanlos “agas”. El mayoral déstos tenía la puerta de más adentro, y allí su aposento.

JUAN: Y ¿capados eran los porteros?

PEDRO: No entendáis a fuer de acá, quitadas las turmas, sino a raíz de la tripa cortado miembro y cuanto tienen, que si de este otro modo fuese no se fiarían; y déstos no todos son negros, que algunos hay blancos. Cuando tienen algún muchacho que quieren mucho, luego le cortan desta manera, por que no le nazca barba, y cuando ya es viejo

sirve de guardar las mujeres o los pajes, que no menos están encerrados. El mayor presente que se puede dar a los príncipes en aquella tierra es destos eunucos, y por eso los que toman por acá cristianos luego toman algunos muchachos y los hacen cortar, y muchos mueren dello. Habiendo yo de entrar en el cerraje de las mujeres a visitar, llamaba en la primera puerta de hierro (como los encantamientos de Amadis) y salíame a responder el eunuco, y visto que yo era, mandábame esperar allí, y él iba a dar la nueva en la segunda puerta que el médico estaba allí. El segundo portero iba al tercero, que era el mayoral; éste tomaba luego un bastón en las manos y a todas las mujeres hacía retirar a sus aposentos y que se escondiesen, y no quedase más de la enferma; y si alguna, por males de sus pecados, quisiera no se esconder por verme, con aquel bastón le daba en aquella cabeza, que la derribaba, aunque fuera la principal.

JUAN: ¿Superior a todas es ese negro?

PEDRO: Más que el mesmo señor. En manos déste, si quiere, está hacer matar a cualquier turco que él dijere que miró por entre la puerta o que quiso entrar allá; tiene de ser creído. Dejadas todas encerradas, venía por mí y llevábame a la cámara donde había de mirar la enferma; y no calía ir mirando las musarañas, sino los ojos bajos como fraire, y cuando veía el pulso tenía las manos revueltas con unos tafetanes para que no se las viese, y la manga de la camisa justa mucho, de manera que no veía otra cosa sino dos dedos de muñeca. Todo el rostro tapado, hasta que me quejé al Bajá y le dije: “Señor, de mí bien sabe vuestra Excelencia que se puede fiar; este mal negro usa conmigo esto y esto, y por no le ver el rostro pierdo lo más de la cura”. El Bajá luego mandó que para mí no se cubriesen ni dejasen d’estar allí las otras, que yo las viese. De allí adelante, por despecho del negro, le tomaba el pulso encima el codo y les hacía descubrir entrambos brazos, para ver en cuál parescería mejor la vena, si fuese menester sangrar, y quedamos muy amigos el eunuco y yo, y la mejor amistad en casa de aquellos señores es de aquél, porque es el de más crédito de todos, y no hay quien más mercedes alcance con el Señor que él. Yo os prometo que el que guarda a la soltana, que se llama Mahamut Aga, que es mayor señor y más rico que duque de cuantos hay en España, y cuando sale a pasearse por la cibdad lleva cient criados vestidos de seda y brocado.

MATA:¿No tienen grandes envidias entre sí sobre con cuál duerme el señor y se mesan?

PEDRO: Tenía un aposento para sí en aquel cerraje, y cuando se le antojaba ir a dormir con alguna, luego llamaba el negro eunuco y le decía: traeme aquí a la tal; y traíasela, y dormía con ella aquella noche, y tornábase a su palacio sin ver otra ninguna de cuantas estaban allí, y aun por ventura se pasaba el mes que no volvía más allá.

JUAN: ¡Oh vida bestial y digna de quienes ellos son! Y ¿con sesenta y tres tenía cuenta?

PEDRO: No se entiende que todas eran sus mujeres, que no dormía sino con siete dellas; las otras tenía como acá quien tiene esclavas: las que le caían de su parte, las que le empresentaban, luego las metían allí como quien las cuelga de la espetera, en donde la señora principal la hacía deprender un oficio de sus manos como ganase de comer, como es asentar oro, labrar y coser; otras sirven de lavar la ropa y otras de barrer, y cuando el Señor quiere hacer merced a algún esclavo, dale una de aquéllas por mujer, y hácele primero la cata él mesmo, como a melón, y ansí como ser esclavo de un señor es peor que de un particular y pobre es también en las esclavas: que el día que de allí las sacan, aunque sea para venderlas, se tienen por libres.

MATA: Parésceme que esos señores estarán muy seguros de ser cornudos.

PEDRO: No hay señor allá que lo sea, ni particular que no lo sea, por la grande libertad que las mujeres tienen de irse arrebozadas al baño y a bodas y otras fiestas.

JUAN: Por manera que esas que están muy encerradas no sirven a sus maridos.

PEDRO: ¿Cuál servir? Y’os prometo que en siete meses que Zinán Bajá estuvo malo no le vio mujer, ni él a ella, más que le veis agora vosotros, y mas que estaban en un cuarto de la casa del jardín donde estaba malo; sino cada día venía el negro mayoral a mí, que decían las señoras que cómo estaba, y llevaba la ropa que había sucia para hacerla lavar, y era tan bien y mejor servido de los pajes y camareros como si estuvieran allí las mujeres.

MATA: Los particulares, como no puedan mantener tantas casas,  estarse han juntos con ellas, como acá.

PEDRO: Es ansí en una casa; pero de aquélla terná una cámara donde se recogen las mujeres, que por más pobre que sea no tiene una sola. ¿Queréis ver cuán estimadas son las mujeres? Que cada día que queráis comprar alguna hallaréis una casa donde, en un gran portal della, se venden dos mill de todas naciones, y la más hermosa y más de estofa que entre todas haya costará cincuenta escudos, y si llegase a setenta era menester que fuese otra Elena.

MATA: Un asno con jáquima y albarda se vale tanto.

PEDRO: Y aun ansí no hay quien compre ninguna, que cada día sobran dos mill dellas. Un paje valdrá docientos escudos.

JUAN: En casa de los particulares ¿comen juntos marido y mujer?

PEDRO: Todos, y guisan ellas de comer como es entre nosotros, y mandan, algunas hay, aunque pocas, más que los maridos, cuando ven que está pobre y que aunque se quiera apartar no tiene con qué le pagar el dote que tiene de llevar consigo. Todas las calles están llenas de mujeres por dondequiera que vais, muy galanas; y señora hay que

lleva tras sí una docena d'esclavas bien adrezadas, como es mujeres de arraeces y capitanes y otros cortesanos.

MATA: Dicen por acá que son muy amigas de los cristianos.

PEDRO: Como sean los maridos de la manera que os he contado, eran ellas amigas de los negros, cuanto más de los cristianos. Cuando van por la calle, si les decís amores, os responden, y a dos por tres os preguntarán si tenéis casa, y si decís que no, os dirán mill palabras injuriosas; si decís que sí, diranos que se la mostréis disimuladamente, y métense allí, y veces hay que serán mujeres de arraeces; otras tomaréis lo que viniere, y si os paresce tomaréis de allí

amistad para adelante, y si no no querrá deciros quién es.

MATA: Desa manera no hay que preguntar si hay putas.

PEDRO: No penséis que tiene de haber pueblo en el mundo sin putas y alcahuetas, y en los mayores pueblos más. Burdeles públicos hay muchos de cíngaras, que son las que acá llaman gitanas, cantoneras muchas, cristianas, judías y turcas, y muchas que ni están en el burdel ni son cantoneras y son desas mesmas.

JUAN: ¿No van algunas señoras a caballo?

PEDRO: Las más van en unos carros cerrados, a manera de litera; otras van a caballo, no en mulas, sino en buenos caballos, ni sentadas tampoco, sino caballeras como hombres, y por mozos d'espuelas llevan una manada de esclavas; y sabed que allá no se usa que las mujeres vayan sentadas en las bestias, sino todas horcajadas, como

hombres.

MATA: No me paresce buena postura y honesta para mujeres.

PEDRO: En toda Levante, digo, en cuanto manda el Turco, no hay mujer de condición ni estado ninguno que no traiga zaragüelles y se acueste con ellos, y no se le da nada que las veáis en camisa.

JUAN: Ese es buen uso. ¿Traen chapines?

PEDRO: No saben qué cosa es.

LAS COMIDAS

MATA: ¡Cuán poco nos hemos acordado del comer de los turcos, habiendo pasado por tantas cosas que acostumbran!

PEDRO: No penséis que hay menos que decir deso que de lo que está dicho.

JUAN: ¿Sírvense con aquella majestad en el comer que nuestros cortesanos, al menos el Gran Turco?

PEDRO: Deciros he cómo comía Zinán Bajá, y ansí entenderéis qué usan todos los príncipes; y con otro ejemplo particular sabréis de la gente común; y sabido acá cómo come un príncipe, podréis pensar que ansí hace el Rey, añadiendo más fausto. Ansí como es su usanza sentarse en bajo, acostumbran también comer en suelo, y ponen por

manteles, para que las alfombras no se ensucien, un cuero colorado y grueso, como de guadamecí de caballo, y por pañizuelos de mesa una toalla larga al derredor de todos, como hacen en nuestras iglesias cuando comulgan. El cuero del caballo se llama “zofra”; fruta, ni cuchillo, ni sal, ni plato pequeño no se pone en la mesa de ningún

señor de aquella tierra.

MATA: ¿No comen fruta?

PEDRO: Sí comen, harta; pero no a las comidas ni de principio ni postre.

JUAN: ¿Con qué cortan?

PEDRO: El pan son unas tortas que llaman “pitas”. A cada una dan tres cuchilladas en la botillería antes que la lleven a la mesa, y éstas sirven de platos pequeños, porque cada uno toma su pedazo de carne y le pone encima; la sal es impertinente, porque tienen tan buenos cocineros, que a todo lo que guisan dan tan buen temple que ni tiene

más ni menos sal de la que tiene menester. Tenía Zinán Bajá cuarenta gentileshombres que llaman “chesineres”, y el principal destos se llama “chesiner baxá”; sirve de mastresala, y éstos tienen de paga real y medio cada día, los cuales de ninguna otra cosa sirvían sino de llevar el plato a la comida del Bajá. Vestíanse de pontifical todos para

sólo llevar el plato, con ropas de sedas y brocados, las cuales el Bajá les daba cada año una de seda y otra de grana fina, y en la cabeza se ponían unas escofias de fieltro como aquellas de los jenízaros, con sus cuernos, salvo que son coloradas.

MATA: ¿Qué tanto valdrá cada una désas?

PEDRO: Cincuenta escudos, si no lleva alguna pedrería en el cuerno de plata.

MATA: Y ¿para sólo llevar la comida se le ponen?

PEDRO: Y para ir algunas veces con el Bajá. cuando va fuera; llevan demás de todo esto unas cintas que llaman “cuxacas”, de plata, anchas de un palmo, y todas de costillas o columnicas de plata, a manera de corazas; la que meno[s] déstas pesa son cincuenta ducados.

JUAN: ¿Parescen bien desa manera?

PEDRO: Aunque sea una albarda, si es de oro o de plata paresce mucho bien; éstos todos iban con su capitán a la cocina y tomaban la comida en unas fuentes.

MATA: ¿De plata?

PEDRO: Antes quiero que sepáis que ningún turco, por su ley, puede comer ni beber en plata, ni tener salero ni cuchar dello, ni el Gran Turco, ni príncipe, ni grande, ni chico en toda su secta, cuan grande es.

MATA: ¿Qué decís? ¿Estáis en vuestro seso? ¿El Gran Turco no tiene vajilla de plata?

PEDRO: Sí tiene, y muy rica y caudalosa, y candeleros bien grandes, no que la haya hecho él, sino que se la empresentan de Venecia, Francia y Hungría, y aun de Esclavonia; pero tiénela en la cámara del tesoro, sin aprovecharse della. Otro tanto tenía Zinán Bajá de muchos presentes que le habían hecho, mas tampoco se sirvía della, ni podía aunque quisiese.

MATA: ¿Quién se lo estorbaba?

PEDRO: Su ley, que otro no.

MATA: ¿En qué se funda para eso?

PEDRO: No en más de que si en este mundo comiese en plata, en el otro no comería en ella, y no cale pidirles la razón más adelante desto.

MATA: Pues ¿en qué comen? ¿De qué son aquellas fuentes?

PEDRO: En cobre, que como ellos lo labran es más lindo que el peltre de Inglaterra; ansí como nosotros el boj o cualquier otro palo labramos al torno, haciendo dello cuanto queremos, labran los turcos el cobre, y después lo estañan y queda como plata y las piezas todas hechas de la mesma manera que quieren, y en las mesas del Gran

Turco y los príncipes cuanto se sirve es en estas fiestas de cobre estañado con sus cobertores, y en envejeciéndose un poco tórnanlo a poca costa a estañar, y paresce cada vez nuevo.

MATA: ¿Cómo lo estañan? ¿Como acá los cazos y sartenes?

PEDRO: Es una porquería eso; no sino con muy fino estaño y con sal armoníaco; en cuatro horas estañará un oficial toda la vajilla del Gran Señor. Como van a la cocina, cada uno de aquellos gentileshombres tomaba su fuente con su cobertor, y con la mayor orden que podían iban todos, unos a una parte y otros a otra, de manera que hacían dos

hileras; cada uno iba por su antigüedad, y llegados los primeros, todos se paraban, quedando la mesma ordenanza, y el “chesiner baxi” ponía su fuente en la mesa y tomaba la del que estaba junto a él, para ponerla, y aquél tomaba la del otro y el otro la del otro; de modo que sin menearse nadie de su lugar pasaban las fuentes todas de mano en mano hasta la mesa del Bajá, y dada la comida se volvían, entre tanto que era hora de quitar la mesa.

MATA: ¿Qúé llevaban en aquellos platos? ¿Qué es lo que más acostumbran comer?

PEDRO: Asado, por la mayor parte comen muy poco o nada; todo es cocido y hecho “miniestras”, que dicen en Italia, y ellos las llaman “sorbas” (es como acá diríamos potajes), de tal manera que se pueden comer con cuchar.

MATA: ¿De qué era tanto plato?

PEDRO: Los manjares que usaban llevarle cada día era arroz hecho con caldo de carnero y manteca de vacas, no nada húmido, sino seco, que llaman ellos “pilao”, o mezcladas con ello pasas negras de Alejandría, que son muy pequeñas y no tienen simiente ninguna dentro; para con esto, en lugar del polvoraduque o miel, hacían otro potaje de pedazos de carnero gordo, y pasas y ciruelas pasas, con algunas almendras; otro modo de arroz guisaban que llevaba al cuocir gran cuantidad de miel y estaba tieso y amarillo, que se llama “zerde”. Tercero plato de arroz es de “tauc sorba”, gallina hecha pedazos y guisado el arroz con ella, con pimienta y su manteca. De una cosa os quiero advertir: que ningún guisado hay que hagan sin manteca de vacas; ni asar, ni cocer, ni adobado, ni lentejas y

garbanzos, ni otra cosa de cuantas comen, hasta en el pan. El mejor de todos los platos que a la mesa del Bajá se ponía era de carnero hecho pedazos de a libra y guisado con hinojo, garbanzos y cebollas; y otro plato había bueno d'espinacas, cosa muy usada entrellos; otro es de trigo, quitados los hollejos, con su carnero y manteca, y otro de

lentejas con zumo de limón y guisadas con el caldo de carne, a las cuales le meten dentro unos que llaman acá fideos, que son hechos de masa. Al tiempo de las hojas de parras, usan otro potaje de picar muy menudo el carnero y meterlo dentro la hoja de la parra y hacerlo a modo de albóndiga, y cuando hay berenjenas o calabazas sácanles lo

de dentro y rellénenlas de aquel carnero picado y hácenlas como morcillas; cuando no hay hojas ni calabazas, hacen de masa una torta delgada como papel, y en ella envuelven el mesmo bocadillo del carnero, muy picado, y hacen un potaje a modo de cuescos de duraznos. Salsas no se las pidáis, que no las usan; antes por el comer son tan poco viciosos, que más creo que comen para sólo vivir que por deleite que dello tengan, como se les paresce en el comer: que cada uno toma su cuchar y come con tanta prisa que paresce que el Diablo va tras él; y tienen muy buena crianza en el comer, que sin hablar palabra, como esté uno satisfecho, se levanta y entra alguno otro en su lugar. Cuando mucho, dice: “Gracias a Dios”, y son comunes entrellos los bienes, al menos del comer, porque, aunque no conozca a nadie, si ven comer, los os lícito descalzarse y, tomando su cuchar, ayudarlos; no son habladores cuando comen; acabado de comer, el Bajá daba gracias a Dios y mandaba quitar la mesa.

MATA: ¿También dan ellos gracias, como nosotros?

PEDRO: Bien que como nosotros. ¿Cuando las damos nosotros ni nos acordamos de Dios una vez en el año?

JUAN: ¿Qué decían en las gracias?

PEDRO: “Helamdurila choc jucur iarabi, Alat, Alá padixa bir guiun bin eilesen”: “Bendito sea Dios; mejor lo hace conmigo de lo que merezco. Dios prospere nuestro rey de manera que por cada día lo haga mill”.

JUAN: Muy buena oración en verdad, y que todos nosotros la teníamos de usar, y nos habían de forzar a ello por justicia o por excomunión.

PEDRO: Creed que no hay turco que no haga a cada vez que coma esta mesma, aunque sean cuatro veces.

MATA: ¿Puede cada uno llevar un plato acuestas o llévanle de cinco en cinco?

PEDRO: N'os entiendo. ¿Cinco tienen de llevar un plato?

MATA: Dígolo porque dijistes al principio que los gentileshombres eran cuarenta y no habéis contado más de siete o nueve platos.

PEDRO: Cuanto habláis siempre tiene de ir fundado sobre malicia. ¡Mirad, por amor de Dios, qué estaba aguardando! No se tiene d'entender que todos cuarenta se hallen presentes a cada comida, aunque lleven el salario basta la mayor parte; pero del pilao no se pone una fuente sola, sino dos o tres, y del [z]erde ansimesmo, y del

carnero otro tanto. Comen a la flamenca, en dejar primero poner toda la comida en la mesa que ellos se sienten.,

MATA: ¿Qué gente comía con Zinán Bajá?

PEDRO: Todos cuantos querían, si no fuesen esclavos suyos, aunque tenía muchos honrados gobernadores de provincias; pero por ser esclavos suyos no lo permiten; si son de fuera de casa, aunque sean los mozos de cocina, se sientan con él.

JUAN: Y ¿nadie de su casa lo hace, siquiera el contador o tesorero o la gente más de lustre?

PEDRO: El mayordomo mayor y el cocinero mayor tienen esta preminencia de comer cuando el señor, de lo mesmo que él; mas no a su mesa, sino aparte. Tenía veinte y cuatro criados turcos naturales, que no eran sus esclavos, con cada dos reales de paga al día, para que remasen en un bergantín cuando él iba por la mar, los de mayores fuerzas que hallaba, y llamábanlos “caiclar”, y solos éstos comían, de sus criados, con él.

MATA: Para remar ¿no fueran mejor esclavos?

PEDRO: No se osa nadie fiar de esclavos en aquellos bergantines, porque cuando le tienen dentro pueden hacer dél lo que quisieren, y ha miedo que le traerán a tierra de cristianos. Alzada la mesa, los mesmos gentileshombres toman los platos por la mesma orden que los pusieron, y cuasi tan llenos como se estaban, y llévanlos a la mesa del tesorero, camarero (que era yo) y pajes de cámara y eunucos, que los guardaban, que en todos seríamos cincuenta, y allí comíamos y dábamos las fuentes, que aun no eran amediadas, fuera a los gentileshombres, y comían ellos; y levantados de la mesa, sentábanse los oficiales de casa, como sastres, zapateros, herreros, armeros, plateros y otros ansí, los cuales ya no hallaban de lo mejor nada, como aves ni buen carnero, habiendo pasado por tantas manos. El

plato del mayordomo mayor andaba también, después de él comido, por otra parte las estaciones, y el del cocinero mayor.

MATA: ¿Qué tanto cabría cada fuente desas?

PEDRO: Un celemín de arroz. ¿Decislo porque sobraba tanto en todas las mesas?

MATA: No lo digo por otro.

PEDRO: Sabed, pues, que de cada comida andado lo que se guisa de comer por toda la casa, a no dejar hombre, es menester que sobre algo que derramar para los perros y gatos y aves del cielo, lo cual ternían por gran pecado y agüero si no sobrase.

MATA: ¿Son grandes las ollas en que adrezan de comer?

PEDRO: Tan grandes como baste a cumplir con la casa. Son a manera de caldero sin asas, un poco más estrecha la boca, y llámanse “tenger”, de cobre gruesa y labrada al torno, como las fuentes, que llaman “tepzi”.

JUAN: ¿No beben vino?

PEDRO: Ni agua cuando comen, sino, como los bueyes, se van después de comer a la fuente o donde tienen el agua. En lugar del vino tenía Zinán Bajá muchas sorbetas, que ellos llaman, que son aguas confeccionadas de cocimientos de guindas y albaricoques pasados como ciruelas pasas, y ciruelas pasas, agua con azúcar o con miel, y éstas cada día las hacían, por que no se corrompiesen. Cuando hay algún banquete no dejan ir la gente sin beber agua con azúcar o

miel.

MATA: ¿Acostumbran hacer banquetes?

PEDRO: Dos hizo Zinán Bajá a Dargute que no se hicieran mejor entre nosotros, donde hubo toda la volatería que se pudo haber y frutas de sartén, cabritos, conejos y corderos.

MATA: ¿Saben hacer manjar blanco?

PEDRO: Y aun una fruta de sartén a manera de buñuelos llenos dello, salvo que no lo hacen tan duro como nosotros, sino quede tan líquido que se coma con cuchar, y por comer ellos todas las cosas ansí líquidas no tienen tanta sed como los señores d'España, que por solamente beber más comen asado, y los potajes llenos d'especias, que asa las entrañas, y por esto, si miráis en ello, viven poco.

JUAN: En ninguna comida ni banquete os he oído nombrar perdices; no las debe de haber.

PEDRO: Muchas hay, sino que están lejos y no hay quien las cace, porque en Constantinopla sólo el Gran Señor lo puede hacer. Fuera de aquellas islas del Arcipiélago hay más que acá gorriones; donde yo estuve, en el Schiatho, venían como manadas de gallinas a comer las migajas de bizcocho que se nos caían de la mesa; en la isla del Chío

las tienen tan domésticas como las palomas mansas, que se van todo el día al campo y a la noche se recogen a casa. Los griegos, en estas islas, no las matan, porque para mí más quieren un poco de caviari, y si las quieren vender, no hay a quién.

MATA: ¿Qué llamáis caviari?

PEDRO: Una mixtura que hacen en la mar Negra de los sesos de los pescados grandes y de la grosura, y gástase en todo Levante para comer, tanto como acá aceite y más. Es de manera de un jabón, si habéis visto ralo.

JUAN: Harto hay por acá deso.

MATA: Y ¿cómenlo aquéllos?

PEDRO: Con un áspero comerá toda una casa dello. Los griegos son los que lo comen; sabe con ello muy bien el beber, a manera de sardina arencada fiambre y puesta entre pan. En la mar el mejor mantenimiento que pueden llevar es éste, porque se puede comer todos los días sin fuego, aunque sea Cuaresma ni Carnaval. Díjele un día a Zinán Bajá que hiciese traer para sí algunas perdices; y como era general de la mar, todas estas islas donde las hay eran suyas, y avisó a sus gobernadores que se las enviasen; y os prometo que comenzaron cada día de venir tantas, que las teníamos más comunes que pollos; llámanse en turquesco “heclic”, y el capón “iblic”, y más de cient turcos no os lo sabrán decir.

MATA: ¿No mudan comida, sino todos los días eso mesmo que habéis dicho?

PEDRO: Muchas veces comen asado y otras adobados, pero lo más continuo es lo que os tengo dicho.

JUAN: ¿Ningún día dejan de comer carne, habiendo tan buenos pescados frescos, aunque su ley lo permita?

PEDRO: Muy enemigos son del pescado. No lo vi comer dos veces en casa del Bajá.

MATA: ¿Por qué?

PEDRO: Como no pueden beber vino, dicen que reviviría en el cuerpo con el agua, y tiénenlo por tan averiguado que todos lo creen. Tampoco son amigos de huevos.

MATA: ¿Por qué comen tanto arroz?

PEDRO: Dicen que los hace fuertes, ansí como ello y el trigo lo es. Tabernas públicas muchas hay de turcos, donde venden todas aquellas sorbetas para beber los que quieren gastar, y bien barato; por un maravedí os hartarán.

JUAN: ¿En qué bebía Zinán Bajá, que se nos había olvidado?

PEDRO: Lo que más usan los señores es porcelanas, por la seguridad que les hacen entender de no poder sufrir el veneno, y vale diez escudos cada una. También hacen de cobre estañado unas como escudillas sin orejas, con su pie de taza, y cabrán medio azumbre, y déstas usan todos los que no pueden alcanzar las porcelanas, y aun los que pueden.

JUAN: Y ¿vidros no?

PEDRO: Haylos, muy finos, de los venecianos; mas por no nos parescer en nada si pudiesen, no los quieren para beber en ellos, y también, quien no tiene de beber vino, ¿para qué quiere vidro? No los dejan de tener para conservas y otras delicadezas.

MATA: ¿Es verdad eso de las porcelanas, que por acá por tal se tiene?

PEDRO: A esa hucia no querría que me diesen ninguna cosa que me pudiese hacer mal en ellas a beber; los que las venden, que digan eso no me maravillo, por sacar dinero; mas ¿quién no terná por grandes bestias a los que dan crédito a cosas que tan poco camino llevan? Eso me paresce como las sortijas de uña para mal de corazón, y piedras

preciosas y oro molido que nos hacen los ruines físicos en creer ser cosa de mucho provecho.

JUAN: ¿Las sortijas de uña de la gran bestia me decís? La más probada cosa que en la gota coral se hace son, como sean verdaderas; por mi verdad os juro que tenía un corregidor una que yo mismo la vi más de cincuenta veces hacer la experiencia.

PEDRO: ¿De qué manera?

JUAN: Estando caído un pobre dándose de cabezadas, llegó el corregidor y metiósela en el dedo, y tan presto se levantó.

PEDRO: Otro tanto se hiciera si le tocara con sus propias uñas el corregidor.

JUAN: ¿Cómo había de levantarse por eso? ¿Qué virtud tenían para eso sus uñas?

PEDRO: ¿No acabáis de decir que tiene de ser la uña de la gran bestia?

JUAN: Sí.

PEDRO: Pues ¿qué mayor bestia que vos y el corregidor, y cuantos lo creyeren? No creo yo que esa gran bestia que decís sea tan grande como ellos. ¿Qué hombre hay de tan poco juicio en el mundo que crea haber cosa tan eficaz y de tanta virtud que por tocarla a los artejos de los dedos haga su efecto? Vemos que el fuego, con cuan fuerte es, no

podrá quemar un leño seco, ni un grullo d'estopa, si no le dan tiempo y se lo ponen cerca, y queréis que una uña de asno haga, puesta por de fuera, lo que no bastan todas las medicinas del mundo.

JUAN: ¡También es recio caso que me queráis contradecir lo que yo mesmo me he visto!

PEDRO: Puédolo hacer dándoos la causa dello.

MATA: Desa manera sí.

PEDRO: Habréis de saber que aquel paroxismo le viene de cuando en cuando, como a otros una terciana, y es burla que venga del corazón ni de aquella gota sobre él, que dicen las viejas, sino es un humor que ocupa el celebro y priva de todos los sentidos, si no es del movimiento, hasta que le expele fuera, que es aquella espuma que al cabo le veis echar por la boca, y no hay más diferencia entre el esternudar y eso que llamáis gota coral de que para el esternudo hay poca materia de aquel humor y para esto otro hay mucho, lo cual veréis, si miráis en ello, claramente en algunos que con dificultad esternudan, que hacen aquellos mesmos gestos que a los que le toma la gota coral, que es mal de luna.

MATA: Es tan clara filosofía ésa, que la tengo entendida yo muy bien.

PEDRO: Como aquel acidente dura, según su curso, un cuarto de hora y media a lo más largo, acierta a pasar el corregidor ya que comienza a echar la espuma por la boca, y en poniéndole la sortija, señor, luego se levantó de allí a media llora. El probar della era que el mesmo paciente la trajese de contino y vernía el mal ansí como así. ¿Vosotros, señores, pensáis que yo no he visto uñas y la mesma bestia de que son? Un caballero de Sant Juan, bailío de Santa Femia, conozco que trae unas manoplas desas sortijas y otras monedas que dicen que aprovechan, y piedras muy exquisitas, que le han costado mucho dinero; mas al pobre señor ninguna cosa le alivia su mal más que si no lo trajese; y si os queréis informar desto, sabed que se llama don Fabricio Piñatelo, hermano del conde de Monte León, en Calabria.

JUAN: ¿No es cierto que están las virtudes en piedras y en yerbas y palabras?

PEDRO: No mucho, que ese refrán es de viejas y de los más mentirosos; porque a los que dicen que están en palabras y salen de las cosas comunes del Evangelio, y de lo que nuestra Iglesia tiene aprobado, ya podéis ver cuáles los para la Inquisición, la cual no castiga lo que es bueno, sino lo que no lo es, y pues pone pena a los que curan por palabras, señal es que no es bueno, “latet amus in esca”, aunque las veis buenas palabras; “sepe angelus Sathane

transfigurat se in angelum lucis”, dice la Escriptura. A los que creen en piedras, mirad cómo los castigan los lapidarios y alquimistas en las bolsas haciéndoles dar por un diamante o esmeralda ocho mill escudos, y treinta mill, y a las veces es falso; y que sea verdadero maldita la virtud tiene mas de que costó tanto y no hay otro tal en esta tierra. Dadme uno que por piedras haya sido imortal, o que estando malo haya por ellas escapado de un dolor de costado, o que por llevar piedras consigo entrando en la batalla no le hayan herido, o que por tener piedras no coma, o que las piedras le excusen de llegarse al fuego el invierno y buscar nieve y salitre el verano para beber frío, o que se excuse de ir al Infierno, adonde estaba condenado, por tener piedras. A la fe, haced en piedras vivas si queréis andar camino derecho, y si los otros quieren ser necios no lo seáis vos.

JUAN: Decid cuanto quisiéredes, que yo la he visto echar en medicinas y usarlas a médicos tan buenos como vos debéis de ser y mejores, y las loan mucho.

PEDRO: Hartos médicos debe de haber mejores que yo; pero en verdad que de los que usan esas cosas ninguno lo es, ni merescen nombre de tales; esos se llaman charlatanes en Italia, porque si leen cient veces los autores todos que hay de medicina, no hallarán recepta donde entren esas piedras, y si dicen que sí, serán algunos ca[r]tapacios y trapacetas, pero no autores. Corales y guijas son los más usados, y éstos son buenos, y algún poco de aljófar, para cuando hay necesidad de desecar algunas humidades; por parescer que hacen algo, siendo un señor, le ordenan esas borracherías, pensando que si no son preciosas cosas las que tiene de tomar no podrá haber efeto la medicina, como si el señor y el albardero ni fuesen dos animales compuestos de todos cuatro elementos. Los metales y elementos

ningún nutrimento dan al cuerpo, y si coméis una onza de oro otra echaréis por bajo cuando hagáis cámara, que el cuerpo no toma nada para sí.

JUAN: El oro ¿no alegra el corazón? Decid también que no.

PEDRO: Digo que no, sino la posesión dél. Yo si paso por donde están contando dinero, más me entristezco que alegrarme por verme que no tenga yo otros tantos; y comido o bebido el oro, ¿cómo queréis que lo vea? ¿El corazón tiene ojos, por dicha? Cuando les echan en el caldo destilado, los médicos bárbaros, doblones, ¿para qué pensáis

que lo hacen? Pensando que el señor tiene de decir: “Dad esos doblones al señor doctor”; que si los pesan tan de peso salen como los echaron, no dejando otra cosa en el caldo sino la mugre que tenían. Si tenéis piedras preciosas, credme y trocaldas a piedras de molino, que son más finas y de más provecho, y dejaos de burlas.

MATA: Tal sea mi vida como tiene razón en eso.

PEDRO: Cuanto más que un hombre, para lo del mundo, más luce con un buen vestido de seda o fino paño que con un anillo en el dedo que valga diez mill ducados. Todas estas cosas que estos médicos bárbaros hacen, ¿dónde pensáis que las sacan? ¿de los autores? No sino de las viejas que se lo dicen, como aquello de que el oro alegra el

corazón, y que esté la virtud en piedras y yerbas y palabras. Muy ruinmente estaría la virtud aposentada si no tuviese otra mejor casa que las piedras, hierbas y palabras.

MATA: ¿Sabéis qué digo yo, Juan de Voto a Dios?

JUAN: Y ¿es?

MATA: Que no nos demos a filosofar con Pedro de Urdimalas, que ninguna honra con él ganaremos, por más que hagamos, porque viene hábil como el Diablo. Volvamos a rebuscar si hay algo que preguntar, que ya no sé qué. ¿Deléitanse de truhanes y músicos los turcos?

PEDRO: Algunas guitarras tienen sin trastes, en que tañen a su modo canciones turquescas, y los “dleventes” traen unas como cucharones de palo con tres cuerdas, y tienen por gala andarse por las calles de día tañendo.

JUAN: ¿Qué llaman “leventes”?

PEDRO: Gente de la mar, los que nosotros decimos corsarios; truhanes también tienen, que los llaman “mazcara”; aunque lo que dijo soltán Mahameto, el que ganó a Constantinopla, bisabuelo deste que agora es, es lo mejor destos para haber placer.

JUAN: ¿Qué decía?

PEDRO: Dijéronle un día que por qué no usaba truhanes, como otros señores, y él preguntó que de qué sirvían. Dijéronle que para alegrarle y darle placer. Dice: “Pues para eso traedme un moro o cristiano que comience a hablar la lengua nuestra, que aquél es más para reír que todos los truhanes de la tierra”; y tuvo grande razón, porque, ciertamente, como la lengua es algo oscura y tiene palabras que se parescen unas a otras, no hay vizcaíno en Castilla más gracioso que uno que allá quiere hablar la lengua, lo cual juzgo por mí, que tenían más cuentos entre sí que conmigo habían pasado, que nunca los acababan de reír; entre los cuales os quiero contar dos: Curaba un día una señora muy hermosa y rica, y estaban con ell[a] muchas otras que la habían ido a visitar, y estaba ya mejor, sin calentura. Preguntome qué cenaría. Yo, de puro agudo, pensando saber la lengua, no quise esperar a que el intérprete hablase por mí, y digo: “Ya, señora, vuestra merced está buena, y comerá esta noche unas lechugas cocidas y echarles ha encima un poco de aceite y vinagre, y sobre todo esto “pirpara zequier”.

MATA: ¿Qué es “zequier”?

PEDRO: El azúcar se llama “gequier”, y el aceso que el hombre tiene a la mujer, “zequier”; como no difieren en más de una letra, yo le quería decir que echase encima azúcar a la ensalada, y díjele que se echase un hombre a cuestas. Como el intérprete vio la deshonestidad que había dicho, comenzome a dar del codo, y yo tanto más hablaba cuanto más me daba. Las damas, muertas de risa, nunca hacían sino preguntarme: “¿Ne?”, que quiere decir “¿Qué?” Yo replicar: “Señora, “sequier”; hasta que el intérprete les dijo: “Señoras, vuestras mercedes perdonen, que él quiere decir azúcar, y no sabe lo que se dice”. “En buena fe (dijeron ellas), mejor hablaba que no vos”. Y cuando de allí adelante iba, luego se reían y me preguntaban si quería “zequier”.

MATA: El mejor alcahuete que hay para con damas es no saber su lengua; porque es lícito decir cuanto quisiéredes, y tiene de ser perdonado.

PEDRO: Iba otro día con aquel cirujano viejo mi compañero, y entr[é] a curar un turco de una llaga que tenía en la pierna: y teniéndole descubierta la llaga, díjome, porque no sabía la lengua, que le dijese que había necesidad de una aguja para coser una venda. Yo le dije: “Inchir yerec” (el higo se llama “inchir” y la aguja “icne”). Yo quise decir “icne”, y dije “inchir”; el pobre del turco levantose y fue con su llaga descubierta medio arrastrando por la calle abajo a buscar sus higos, que pensó que serían menester para su mal, y cuando menos me cato hele adonde viene desde [h]a media hora con una haldada de higos, y diómelos. Yo comencé de comer, y como vio la prisa que me daba, dijo: “Pues ¿para eso te los trayo?” El cirujano nunca hacía sino por señas pidir la aguja, y yo comer de mis higos sin caer en la malicia; al cabo, ya que lo entendió, quedó el más confuso que podía ser, no sabiendo si se enojar o reír de la burla, hasta que pasó un judío y le hizo que me preguntase a qué propósito le había hecho ir por los higos estando cojo, que si algo quería podía pidirle dineros. Yo negué que nunca tal había dicho, hasta que me preguntaron cómo se llama la aguja en su lengua, y dije que “hinchir” (higos); y entonces se reyeron mucho y me tuvieron por borrico, y con gran razón. Otros muchos cuentos pasaba cada día al tono, y yo mesmo se los ayudaba a reír, y me holgaba que se reyesen de mí, porque siempre me daban para vino.

JUAN: ¿Alúmbranse de noche con hachas?

PEDRO: Muy poco salen fuera, y lo que salen no saben qué cosa es hacha, sino unas lenternas de hierro de sois celumnas, y vestida una funda encima, de muy delgada tela de algodón, como lo que traen en las tocas; da más resplandor que dos hachas, y llámanla “fener”.

JUAN: Decíais denantes la oración que todos hacen después de comer, mas no la que hacen al principio; ¿o no la hacen?

PEDRO: No sólo al principio de la comida, sino cuando quieren hacer  cualquier cosa dicen estas palabras: “Bismillair rehemanir rehim”: “En nombre de Aquel que crió el cielo y la tierra y todas las cosas”. Y a propósito de esto os quiero contar otra cosa que tienen en la mar; no me certifico si también lo hacen en tierra. Todas las veces que tienen propósito de ir algún cabo echan el libro, que dicen, a modo del libro de las suertes de acá, y si les dice que vayan, por vía ninguna dejarán de ir, aunque vean que tienen la mitad menos galeras y gente que los enemigos, y si les dice que no vayan, no irán si pensasen ganar la cristiandad de aquel viaje.

JUAN: ¿Qué es la causa por que no beben vino?

PEDRO: Pocos hallaréis que os la sepan decir como yo, que la procuré saber de muchos letrados, y es que pasando Mahoma por un jardín un día vio muchos mancebos que estaban dentro regocijándose y saltando, y estúvoselos mirando un rato, holgándose de verlos, y fuese a la mezquita, y cuando volvió tornó por allí a la tarde y violos que estaban todos borrachos y dándose muy cruelmente unos con otros tantas heridas, que cuasi todos estaban de modo que no podrían escapar, sin haber precedido entrellos enemistad ninguna antes que se emborrachasen. Entonces Mahoma lo primero les echó su maldición, y tras esto hizo ley que ninguno bebiese vino, pues bastaba hacer los hombres bestias. Solamente lo pueden beber de tres días sacado de las uvas, mas no de cuatro, porque lo primero es zumo de uvas y lo otro comienza de ser vino.

MATA: ¿Déjanles labrar viñas a los turcos?

PEDRO: Alguna labran para pasas y para comer en uvas; mas el viñedo para hacer el vino, los cristianos mesmos se lo labran.

MATA: ¿Y el pan?

PEDRO: Eso ellos labran gran parte en la Notolia, y tienen mucho ganado.

MATA: ¿Son amigos de leche?

PEDRO: Dulce comen muy poca, pero agra comen tanta que no se hartan.

MATA: ¿Qué llamáis agra?

PEDRO: Esta que acá tenéis por vinagrada estiman ellos en más que nuestras más dulces natas, y llámanla “yagurt”; hay gran provisión della todo el año; cuájase con la mesma como cuajo, y la primera es cuajada con leche de higos o con levadura.

MATA: ¿Qué tan agra es?

PEDRO: Poco menos que zumo de limones, y cómense las manos tras ella en toda Levante.

MATA: Pues ¡mal hayan las bestias! ¿No es mejor dulce?

PEDRO: Aquello es mejor que sabe mejor; a él le sabe bien lo agro y a vos lo dulce. Toman en una taleguilla la cuajada, y cuélganla hasta que destila todo el suero y queda tieso como queso y duro, y cuando quieren comer dello o beber desatan un poco como azúcar en media escudilla de agua y de aquello beben.

MATA: Ello es una gran porquería.

PEDRO: No les faltan las natas nuestras dulces, que llaman “caimac”; mas no las estiman como esto, y cierto os digo que cuando hace calor que es una buena comida, y aun desto hacen salsas. Algo paresce que están los señores atajadillos, y que sabe más un sabio responder que dos necios preguntar; a la oreja os me estáis hablando.

MATA: Yo digo mi pecado, que no sé más qué preguntar, si no pasamos a cómo es Constantinopla.

PEDRO: ¿Que también se tiene de decir eso?

MATA: Y aun había de ser dicho lo primero.

JUAN: Primero quiero yo saber si se hacen por allá los chamelotes y si los visten los turcos.

PEDRO: No muy lejos de Constantinopla se hacen, en una cibdad que se llama Angora.

JUAN: ¿De qué son? ¿Llevan seda?

PEDRO: Chamelotes hay de seda, que se hacen en Venecia.

JUAN: No digo sino destos comunes.

PEDRO: No llevan hebra dello, mas antes son de lana grosera, que acá llamáis, como de cabra, la cual se cría en aquella tierra, y no en toda, sino como la almástica, que en este término paciendo trae lana buena para chamelote y en el otro no.

JUAN: ¿Cómo está con aquel lustre que paresce seda?

PEDRO: Si tomáis un pellejo de aquellas ovejas, diréis, aunque es grosera lana, que no es posible sino que son madejas de seda cruda; y los tienen los turcos en sus camas.

JUAN: ¿Valen allá baratos?

PEDRO: Vale una pieza doble de color docientos ásperos, que son cuatro escudos; y negra, tres.

JUAN: ¿Doble?

PEDRO: Sí.

JUAN: ¡Quemado sea el tal barato! No la hallaréis acá por doce.

PEDRO: Hay también uno que llaman “mocayari”, que es como chamelotes sin agua, y es vistoso y muy barato.

JUAN: Por tan vencido me doy ya yo como Mátalas Callando; por eso bien podéis comenzar a decir de Constantinopla.

PEDRO: Muy en breve os daré toda la traza della y cosas memorables, si no me estorbáis.

JUAN: Estad deso seguro.

DESCRIPCIÓN DE CONSTANTINOPLA

PEDRO: En la ribera del Hellesponto (que es una canal de mar, la cual corre desde el mar Grande, que es el Euxino, hasta el mar Egeo) está la cibdad de Constantinopla, y podríase aislar, porque la mesma canal hace un seno, que es el puerto de la cibdad, y dura de largo dos grandes leguas. Podéis estar seguros que en todo el mar Mediterráneo no hay tal puerto, que podrán caber dentro todas las naos y galeras y barcas que hoy hay en el mundo, y se puede cargar y descargar en la escala cualquier nave sin barca ni nada, sino allegándose a tierra. La excelencia mayor que este puerto tiene es que a la una parte tiene a Constantinopla y a la otra a Galata. De ancho terná un tiro de arcabuz grande. No se puede ir por tierra de la una cibdad a la otra si no es rodeando cuatro leguas; mas hay gran multitud de barquillas para pasar por una blanca o maravedí cada y cuando que tuvierdes a qué. Cuasi toda la gente de mar, como son los arraeces y marineros, viven en Galata, por respecto del tarazanal, que está allí, y ya tengo dicho ser el lugar donde se hacen las galeras, y por el mesmo caso todos los cautivos están allá: los del Gran Turco, en la torre grande una parte y otra en Sant Pablo, que agora es mezquita; los del capitán de la mar, en otra torre; cada arráez tiene los suyos en sus casas. El tarazanal tiene hechos unos arcos donde puede en cada uno estar una galera sin mojarse. Muchas veces los conté y no llegan a ciento, mas son pocos menos. También me acuerdo haber dicho que será una cibdad de cuatro mill casas, en la cual viven todos los mercaderes venecianos y florentines, que serán mill casas; hay tres monesterios de fraires de la Iglesia nuestra latina, Sant Francisco, Sant Pedro y Sant Benito; en éste no hay más de un fraire viejo, pero es la iglesia mejor que del tamaño hay en toda Levante, toda de obra musaica y las figuras muy perfectas. Sant Pedro es de fraires dominicos, y terná doce fraires. Sant Francisco bien terná

veinticuatro. Hallaréis en estos dos monesterios misa cada día, a cualquier hora que llegardes, como en uno de los mejores monesterios de España, rezadas y cantadas; órgano ni campana ya sabéis que no le hay, pero con trompetas la dicen solene los días de grande fiesta, y para que no se atreva ningún turco a hacer algún desacato en la iglesia, a la puerta de cada monesterio déstos hay dos jenízaros con sendas porras, que el Gran Señor tiene puestos que guarden, los cuales cuando algún turco, curioso de saber, quiere entrar le dan licencia y dícenle: “Entra y mira y calla; si no, con estas porras te machacaremos esa cabeza”. Ningún judío tiene casa en Galata, sino tienen sus tiendas y estanse allí todo el día, y a la noche cierran sus tiendas y vanse a dormir a Constantinopla. Griegos y armenos hay muchos, y los forasteros marineros todos posan allí. Hay de los griegos muchos panaderos, y el pan que allí se hace tiene ventaja cierto a todo lo del mundo, porque el pan común es como lo regalado que comen por acá los señores; pues lo floreado, como ellos lo hacen echándole encima una simiente de alegría, o negrilla romana, que los griegos llaman “melanthio”, no hay a qué lo comparar.

MATA: Tabernas pocas habrá, pues los turcos no beben vino.

PEDRO: ¿Qué hace al caso, si los cristianos y judíos lo beben? Mucho hay, y en muy buen precio, y muy bueno. Un examen os harán cuando vais por vino en la taberna: si queréis blanco o tinto. Si decís blanco, preguntan si malvasía o moscatel de Candía, o blanco de Gallipol. Cualquiera déstos que pidáis es tercera pregunta: ¿De cuántos años?

MATA: No hay tanta cosa en la Corte.

PEDRO: ¿Queréis comparar las provisiones y mantenimientos d'España con Grecia ni Italia?

JUAN: Y ¿es, al cabo, caro el vino?

PEDRO: El moscatel y malvasía mejor de todo es a cuatro ásperos el golondrino, que será un azumbre; haced cuenta que a real si es de cuatro años; si de uno o dos, a tres ásperos, y tenedlo por tan bueno como de Sant Martín y mejor.

MATA: ¿El tinto?

PEDRO: El mejor del tinto es el “tópico”, que dicen los griegos; quiere decir “el de la mesma tierra”. Es muy vivo, que salta y raspa, y medio clarete. Viene otro más cerrado, como acá de Toro, de Metellín, junto al Chío. Lo primero vale a dos ásperos el golondrino y lo segundo a uno y medio. De Trapisonda carga mucho clarete y de la isla de

Mármara. Todos éstos, con lo de Negroponto, haced cuenta que valen a siete maravedís, de lo cual los cautivos cargan por junto, yéndose por él a las barcas que lo traen. La principal calle de Galata es la de Sant Pedro, que llaman la Lonja, donde los mercaderes tienen sus tratos y ayuntamientos. El tarazanal está a la puerta que mira a

Occidente, y otra puerta, que está hacia donde sale el sol, que va la canal de mar arriba, se llama El Topana, que quiere decir donde se hunde la artillería. “Top”, en turquesco, se dice el tiro. En medio de aquel campo están tantas piezas sobradas, sin carretones ni nada, que algún rey las tomaría por principal artillería para todo su ejército:

culebrinas muy grandes, y buenas de las que tomaron en Rodas y de las de Buda y Belgrado, y cañones muy gruesos, que se meterá por ellos un hombre, hay muchos.

JUAN: ¿Qué hace allí aquello?

PEDRO: Está sobrado, para no menester, que no sabe qué hacer dello. Cuando falta un buen cañón en alguna parte, luego le van a buscar allí.

MATA: ¿Es de hierro todo aquello?

PEDRO: No sino de muy fino metal de campanas.

MATA: ¿Qué tantos terná desos gruesos allí sobrados?

PEDRO: Más de cuatrocientos, aunque yo nos los he contado.

MATA: Mucho es cuatrocientos tiros de artillería.

PEDRO: Más es el estar sobrados, que es señal que tiene muchos y no ha menester aquéllos. Mezquitas y estufas, que llaman baños, no hay pocas, por toda la cibdad, y Constantinopla también, y iglesias de griegos, que son más de dos mill; y la realeza de aquellos baños de la una y de la otra parte es muy de notar; parescen por de fuera palacios muy principales y tienen unas capillas redondas a manera de media naranja, cubiertas de plomo. Por dentro todo son mármol, jaspe y pórfido. La ganancia lo sufre, que no hay ninguno de todos que no rinda cada día cincuenta escudos.

MATA: ¿Cuánto para cada uno?

PEDRO: Lo que quiere y como es: unos medio real, y otros uno, y otros dos; los pobres, un áspero.

JUAN: ¿Cuántos se pueden bañar juntos de una vez?

MATA: Eso quería yo preguntar.

PEDRO: En seis capillas que tiene el que menos, cabrán juntos bañándose ochenta hombres.

MATA: ¿Cómo se bañan? ¿Métense dentro algunas pilas?

PEDRO: Danle a cada uno una toalla azul, que se pone por la cintura y llega a la rodilla; y metido dentro la estufa hallará dos o tres pilicas en cada una, en las cuales caen dos canillas de agua, una muy caliente y otra fría. Está en vuestra mano templar como quisiéredes, y allí están muchas tazas d’estaño, con las cuales cogéis el agua y os la

echáis acuestas, sin tener a qué entrar en pila. El suelo, como es todo de mármol, está tan limpio como una taza de plata, que no habría pila tan limpia. Los mesmos que sirven el baño os lavarán muy a vuestro placer, y esto no solamente los turcos lo usan, sino judíos y cristianos, y cuantos hay en Levante. Yo mesmo lo hacía cada quince días, y hallábame muy bien de salud y limpieza, que acá hay gran falta. Una de las cosas que más nos motejan los turcos, y con razón, es de sucios, que no hay hombre ni mujer en España que se lave dos veces de como nasce hasta que muere.

JUAN: Es cosa dañosa y a muchos se ha visto hacerles mal.

PEDRO: Eso es por no tener costumbre; mas decidles que lo usen, y veréis que no les ofenderá. Ningún hombre principal ni mujer se va a bañar (que lo hacen todos los jueves por la mayor parte) que no deje un escudo en el baño por sus criados y por sí.

JUAN: ¿No se bañan juntos los hombres y las mujeres?

PEDRO: ¿Eso habían de consentir los turcos siendo tan honestos? Cada baño es por sí, el de los hombres y de las mujeres.

MATA: Mucha agua se gastará en esos baños.

PEDRO: Cada uno tiene dentro su fuente, que deso es bien proveída Constantinopla y Galata, si hay cibdades en el mundo que lo sean, y aun muchos turcos tienen por limosna hacer arcas de fuentes por las calles donde ven que esté lejos el agua, y cada día las hinchen a su costa, ponién[d]oles una canilla que fuera destas de tornillo, y el que se la dejare destapada para que se vaya el agua peca mortalmente. Digo que las arcas son artificiales, que no traen allí las fuentes; y esto de Galata baste. Constantinopla, que antes se llamaba Bizancio, tiene el mejor sitio de cibdad que el sol escalienta desde Oriente o Poniente, porque no puede padescer necesidad de bastimentos por vía ninguna, si en alguna parte del mundo los hay.

JUAN: Eso me declarad; porque aunque tenga mar no hace al caso, que muchas otras cibdades están junto al mar y padescen muchas necesidades.

PEDRO: Si tuviesen dos mares, como ésta, no podrían padescer. La canal de mar tiene de largo, desde el mar Eugino hasta Sexto y Abido, cincuenta y aun sesenta leguas. En la mesma canal está Constantinopla, cinco leguas más acá de la mar Negra, que es el mar Eugino. De manera que a la mano izquierda tiene el mar Eugino, que tiene docientas leguas de largo y más de cuatrocientas de cerco; a la mano derecha está el mar Mediterráneo. Por no haber estado en la mar no creo que gustaréis nada desto. ¿Pensáis que es todo carretas de vino y recuas de garbanzos? Mas no se me da nada.

JUAN: Demasiado lo entenderemos de bien, si no os escurecéis de aquí adelante.

PEDRO: Antes iré más claro. O hace viento para que vayan los navíos con bastimento o no; si no hace ningún viento, caminan las galeras y barcas y bergantines con los remos a su placer; si hubiere vientos o son de las partes de Mediodía y Poniente, o de Setentrión y Oriente, porque no hay más vientos en el mundo, andando los primeros,

caminan las naos y todos los navíos del Cairo y Alejandría, Suria, Chipre y Candía, y, en fin, todo el mar Mediterráneo desde el Estrecho de Gibraltar allá; si los vientos que corren son de la otra parte, son prósperos para venir de la mar Negra, y ansí veréis venir la manada de navíos de Trapisonda y toda aquella ribera hasta Caia y el

río Tanais, que paresce una armada. Tres años estuve dentro, que en todos ellos vi subir una blanca el pan, ni vino, ni carne, ni fruta, ni bastimento ninguno.

MATA: ¿Valen caras todas esas cosas?

PEDRO: Dos panes, que llaman de “bazar” (como quien dice de mercado), que ternán dos cuartales, valen un áspero; por manera que saldrán a tres y medio el cuartal, y de lo otro muy blanco como nieve y regalado será haced cuenta a siete maravedís el cuartal, que creo llamáis dos libras y media. Carnero es tan bueno como el mejor de

Castilla, y dan docientas dragmas al áspero, que son a cuatro maravedís la libra de doce onzas y media; ternera, al mesmo precio; vaca, a dos maravedís la libra déstas. Más barato sale comprando el carnero todo vivo: que si llegáis en un rebaño, y escogiendo el mejor, no cuesta sino medio escudo, y cuando más medio ducado, que son treinta ásperos, y tienen cinco cuartos, porque la cola es tan grande que vale por uno.

MATA: ¿Qué tanto pesará?

PEDRO: Cola hay que pesará seis y siete libras.

JUAN: ¿De carnero?

PEDRO: De carnero, y los más tienen cuatro cuernos.

MATA: Nunca tal oí.

PEDRO: Eso es cosa muy común, que todos los que han estado en Africa y Cerdeña os lo dirán. Cabeza y menudo todo lo echan a mal, que no hacen caso dello.

MATA: De fruta, bien proveídos serán.

PEDRO: Cuanto es posible, principalmente de seca.

JUAN: ¿Qué llamáis fruta seca?

PEDRO: Higo y pasa, almendra, nuez, avellana, castaña y piñón. Uvas en grande abundancia hay, y muchas diversidades dellas, si no es moscatel.

JUAN: Esa fruta ¿es de la mesma tierra o de acarreo?.

PEDRO: Gran parte es de la mesma tierra, porque en sí es fertilísima, principalmente las uvas; pero lo más viene de fuera. Cereza hay en cuantidad; guindas, pocas, y aquéllas no las comen, sino pásanlas como uvas, y entre año beben del cocimiento dellas, que no es de mal sabor; y en Italia hay también muy pocas guindas, si no es en Bolonia, y las llaman “marascas”, y en otra parte de Italia, “bignas”. Salido de Castilla no hallaréis camuesa ni ciruela regañada en parte de las que hay hasta Jerusalem; pero hay unas manzanas pequeñas en Constantinopla, que llaman moscateles, que son tan buenas como las camuesas; pera, manzana y melón grande es la cuantidad que hay allá, y todo ello sin comparación más barato que acá. Estando Zinán Bajá por virrey teníamos muchos presentes de frutas, entre los cuales trajeron un día ocho melones de los que al Gran Señor suelen traer de veinte jornadas grandes de Constantinopla por tierra, y aunque os quiera decir el sabor que tenían no sabré: eran como la maná que Dios envió, que sabían lo que querían que supiese. Lo podrido y cortezas que echaban a mal tenía mejor sabor que los mejores de Fuente del Saúco. La simiente era como almendras peladas, y como vi tan celestial cosa pregunté al que los traía dónde y cómo se hacían, y díjome que junto a Babilonia, en la ribera de un río no sé cómo se llama. No hacían sino escarbar en la arena, y luego salía agua y se hinchía aquel hoyo, y metían allí dos o tres pepitas y tornábanlo a cubrir y de allí se hacían.

JUAN: Cosa de maravilla es ésa. ¿En la mesma agua echaban la simiente?

PEDRO: Sí.

MATA: ¿Qué vecindad terná Constantinopla? ¿Es mayor que Valladolid?

PEDRO: Nunca yo los conté para saberlo uno más o menos; mas lo que pude alcanzar por las matrículas que a Zinán Bajá mostraban y de las personas que tenían cuenta con ello, de solos cristianos habrá cuarenta mill casas, y de judíos diez mill; de turcos bien serán más de sesenta mill; de manera que, para no poner, sino quitar, de nuestra casa, hacedla de cient mill, y creed que no hay quien mejor lo sepa ni lo haya procurado saber; y aun otra cosa más os digo: que no cuento los arrabales, que están dentro de dos leguas de la cibdad, que son más de otros diez mill. Fuera de la cerca, en la orilla del puerto, sobre la mesma mar, hay más de diez mill casas de griegos y ruines

edificios; todo es casillas de pescadores, de madera.

JUAN: ¿Estando dentro de la mar hacen ruines edificios?

PEDRO: Como es puerto aquello, es mar muerta, y están tan dentro que en habiendo fortuna se mete por las ventanas. En cada casa tienen una pesquera de red, y por que se la dejen tener son obligados a pagar cada un año un ducado, pero en sola una noche toman pescado que lo vale.

JUAN: ¿Cuánto tiene de cerco Constantinopla?,

PEDRO: Terná cinco leguas.

MATA: ¿Todo poblado?

PEDRO: Todo lo está; mas en unas partes no tanto como en otras. De largo tiene desde el cerraje del Gran Turco hasta la puerta de Andrinópoli, donde están los palacios del emperador Constantino, dos leguas y media.

MATA: Bien se cansará quien tiene que negociar.

PEDRO: No hace, porque le llevarán por mar por cuatro ásperos, y le traerán con toda la carga que quisiere llevar o traer. Está la cibdad hecha un triángulo: lo más ancho es a la parte de la canal, donde está el Gran Turco, y lo que está a la puerta de Andrinópolis es una punta muy estrecha.

JUAN: ¿Qué cosas tiene memorables?

PEDRO: Pocas, porque los turcos, con no ser amigos dellas, las han gastado y derribado todas; muy pocas casas ni edificios hay buenos, sino todo muy común, sacando las cuatro mezquitas principales y los palacios y algunas casas de los bajaes. El mejor edificio y la casa que más hay que ver en toda la cibdad es el Baziztán, que es una claustra

hecha debajo de tierra, toda de cal y canto, por miedo del fuego, muy espaciosa, en la cual están todos los joyeros que hay en la cibdad y se hacen todas las mercancías de cosas delicadas, como sedlas, brocados, oro, plata, pedrerías.

MATA: ¿Todos los que venden eso tienen allí dentro sus casas?

PEDRO: Menester sería para eso hacer dentro una cibdad. Ninguno tiene otro que la tienda, y esto Baziztán tiene cuatro puertas, a las cuales van a dar cuatro calles muy largas y anchas, en las cuales consiste todo el trato, no digo de Constantinopla, sino de todo el Imperio; a cualquier hora que quisiérades pasar os será tan dificultoso romper como un ejército; cuanto por allí camináredes tiene de ser de lado; no tengáis miedo, aunque nieve, de haber frío.

MATA: ¡Qué buen cortar de bolsas será ahí!

PEDRO: Hartas se cortan; pero a los turcos no hay que cortar, sino meterles la mano en la fratiquera (que todos la traen) y sacar lo que hay. Las joyas y riquezas que allí dentro hay ¿quién lo podrá decir? Tiendas muchas de pedrería fina veréis, que a fe de buen cristiano las podréis medir a celemines y aun a hanegas. Hilo de oro y cosas dello labradas vale muy barato. Aquella joyería que veis en la plaza de Medina del Campo verlo heis todo en una sola tienda. Platería, mejor y más caudalosa que la de nuestra Corte, aunque no comen en plata. En fin, no sé qué os decir, sino que es todo oro y plata y seda más seda, y no querrá nadie imaginar cosa de comprar que no la halle dentro. Cosa de paños, y telas, y armería, y especiería, se vende en las otras cuatro calles. A cada puerta deste Baziztán hay dos jenízaros de guarda, que tienen cuenta con los que entran y salen.

JUAN: ¿Es grande?

PEDRO: Terná de cerco media legua.

JUAN: Harto es.

PEDRO: La mayor grandeza de Constantinopla es que después de vista toda hay otro tanto que ver debajo.

JUAN: ¿En qué?

PEDRO: Las bóvedas, que cuasi toda se puede andar cuan grande es, con columnas de mármol y piedra y ladrillo dentro, y no ternéis necesidad de abajaros para andar debajo, que bien tiene de alto cada una treinta y cuarenta pies, y hay muchas destas bóvedas que tienen una legua de largo y ancho y las columnas hacen dentro calles estrechas

JUAN: Cierto que no sé qué haría si pensase que lo decíais de veras.

PEDRO: No curéis de más, sino haced cuenta que lo veis todo como os digo.

JUAN: ¿A qué propósito se hizo eso?

PEDRO: Allí se tuerce la seda y hilo que es menester para el servicio de la cibdad, y tienen sus lumbreras, que de trecho en trecho salen a la calle.

MATA: En mi vida tal cosa oí.

PEDRO: Oídlo agora. Dos puertas principales sé yo por donde muchas veces entré a verlo, como si fuesen unos palacios.

JUAN: ¿Qué calles tiene la[s] más principales?

PEDRO: No hay turco allá que lo sepa. Todos van poco más o menos como en las horas del reloj. Lo que más cuentan es por las cuatro mezquitas principales: “¿Adónde vive fulano bajá?” Responderos han: “En Soltán Mahameto”, por lo cual se entiende media legua de más a menos; o “en Soltán Bayazete”, que es otra mezquita. Si queréis para comprar o vender saber calles, todas las cosas tienen su orden donde las hay: Taucbazar, donde se venden las gallinas; Balucbazar, la pescadería, Coinbazar, donde se venden los carneros, y otras cosas desta manera.

MATA: ¿Valen caras las aves?

PEDRO: Una gallina pelada y adrezada vale un real, y un capón, el mejor que hallen, real y medio. En las plazas de aquellas mezquitas hay muchos charlatanes que están con las culebras y lagartos a uso de Italia, herbolarios muchos, y gente que vende carne momia en tanta cuantidad que podrán cargar naves de sólo ello, y muchas tiendas de

viejas que no tienen otra cosa en ellas sino una docena de habas y ganan largo de comer.

JUAN: ¿A qué?

PEDRO: A echar suertes con ellas, como las gitanas que dicen la buenaventura. Son tan supersticiosos los griegos y turcos, que creen cuanto aquéllas dicen. En Atmaidán, que es la plaza que está enfrente de las casas de Ibraim Bajá y Zinán Bajá, hay una aguja como la de Roma; pero es más alta y está mejor asentada, la cual puso el emperador Teodosio, según dicen unos versos que en ella están, griegos y latinos. Junto a ésta está una sierpe de metal con tres

cabezas, puesta derecha, tan alta como un hombre a caballo la toque con la mano. Hay a par déstas otra aguja más alta, pero no de una pieza, como la otra, sino de muchas piedras bien puestas. Lo primero que yendo de acá topamos de Constantinopla se llama Iedicula, las Siete Torres, donde están juntas siete torres fuertes y bien hechas. Dicen que solían estar llenas de dinero. Yo entré en dos dellas, y no vi sino heno. En aquella parte se mata la mayor parte de la carne que se gasta en la cibdad, y de allí se distribuye a las carnecerías, que me haréis decir que son tantas como casas tiene Burgos. Grande realeza es ver la nieve que se gasta todo el tiempo que no hace frío, y cuán barata vale, de lo cual no hay menos tiendas que carnecerías. Aquellos que tienen las tabernas de las sorbetas que beben los turcos,

cada uno tiene un peñón dello en el tablero, y si queréis beber, por un maravedí os dará la sorbeta que pidiéredes, agra o dulce o agridulce, y con un cuchillo le echará la nieve que fuere menester para enfriarla; la cuantidad de un gran pan de jabón de nieve darán por dos maravedís. Toda la que en una casa de señor se puede gastar darán por medio real. Esto dura hasta el mes de septiembre; de allí adelante traen unos tablones de hielo, como lápidas, que venden al precio de la nieve.

JUAN: ¿Cómo la conservan?

PEDRO: En Turquía hay grandes montañas, y allí tiene el Gran Señor unas cuevas todas cubiertas muy grandes; y cada año las hinchen, y como lo traen por mar y con poca prisa se deshace, danlo barato, y no se puede vender otro sino lo del Gran Turco, hasta que no haya más que vender dello. Bien le vale, con cuan barato es, cada año treinta

mill ducados. Particulares lo cogen también en Galata y Constantinopla y ganan bien con ello; pero aunque es tierra fría no nieva todos los años. Los turcos son muy amigos de flores, como las damas de Génova, y darán por traer en los tocados una flor cuanto tienen, y a este respecto hay tiendas muchas de solas flores en el verano, que valdrán quinientos ducados. ¡Mirad la magnificencia de Constantinopla! Una columna está muy alta y gruesa, toda historiada

al romano, en una parte de la cibdad que se llama Abratbazar, donde las mujeres tienen cada semana un mercado, que yo creo que costó cient mill ducados. Puede por dentro subirse por un caracol. En resolución, mirando todas las cualidades que una buena cibdad tiene de tener, digo que, hecha comparación a Roma, Venecia, Milán y Nápoles, París y León, no solamente es mala comparación compararla a éstas, pero parésceme, vistas por mí todas las que nombradas tengo, que juntas en valor y grandeza, sitio y hermosura, tratos y provisión, no son tanto juntas, hechas una pella, como sola Constantinopla; y no hablo con pasión ni informado de sola una parte, sino oídas todas os digo lo que dicho tengo, y si las más particularidades os hubiese de decir, había necesidad de la vida de un hombre que sólo en eso se gastase. Si algunas otras cosillas rezagadas se os quedan de preguntar, mirad, señores, que es largo el año, y a todas os responderé. Habed misericordia entre tanto de mí. Contentaos de lo hablado, que ya no me cabe la lengua en la boca y los oídos me zurrean de llena la cabeza de viento.

MATA: Si más hay que preguntar no lo dejo sino por no saber qué, y desde aquí me aparto dando en rehenes que se me ha agotado la ciencia del preguntar, no me maravillando que estéis cansado de responder, pues yo lo estoy de preguntar.

JUAN: En todo y por todo me remito a todo lo que Mátalas dice, que cierto yo me doy por satisfecho, sin ofrecerse otra cosa a que me poder responder.

PEDRO: Ahora que os tengo a entrambos rindidos, quiero de oficio, como hacen en Turquía, deciros algunas cosas de las que vuestros entendimientos no han alcanzado a preguntar, pasándoseles por alto, y no para que haya en ellas demandas y respuestas, sino con suma brevedad, y lo primero sea de una manera de hermandad que usan, por la cual se llaman hermanos de sangre, y es que cuando entre dos hay grande amistad, para perpetuarla, con mucha solenidad se hieren cada uno un dedo de su mano cuanto salga alguna sangre, y chupa el uno la sangre del otro, y desde aquel punto ya son hermanos y tales se llaman, y no menos obras se hacen; y esto no sólo turco con turco, sino turco con cristiano y judío.

MATA: ¿Quién cree que no queda Pedro bien emparentado en Turquía, cuanto más si al tiempo del nuevo parentesco había banquetes?

JUAN: Mas si sufría también ser hermano de las damas. ¡Cuántas debe de dejar!, y aun plegue a Dios que no las haya engañado, que tan buen alcahuete me paresce el chupar de la sangre como el no saber las lenguas.

PEDRO: También quiero deciros del luto de los cerqueses, que es una gente cristiana tal cual dentro la mar Negra, no lejos del río Tanais, que se venden unos a otros a precio de cosas viles, como los negros, y aun padres hay que venden las hijas doncellas. Déstos hay muchos en Constantinopla que facilísimamente se hacen turcos, y allí vi el luto: que cuando muere el padre se cortan una oreja, y cuando la madre y el hermano la otra, y ansí no es afrenta grande el estar desorejado.

MATA: ¡Bien queda estaba la liebre si no la levantara nadie!; mas agora se ofresce la postrera pregunta: ¿Si es hacia esa parte el preste Juan de las Indias, de quien tantas cosas nos dicen por acá los peregrinos de Jerusalem, y más de su elección milagrosa con el dedo de Sancto Tomás?

PEDRO: Ansí le ven todos ésos como Juan nuestro compadre a Jerusalem, ni tiene qué hacer con el camino. Sabed en dos palabras que es burla llamarle preste Juan, porque no es sacerdote ni trae hábitos dello, sino un rey que se llama el preto Juan, y los que le ponen, describiendo la Asia, en las tablas della no saben lo que se hacen; por una parte confina con el reino de Egipto y por otra del reino de Melinde; por la parte occidental confina con los etíopes

interiores; por la de Oriente con la mar Bermeja, y desto da testimonio el rey Manuel de Portugal en la epístola al Papa León décimo. Difiere de la Iglesia romana en algunas cerimonias, como la griega. El año mill quinientos treinta y cuatro enviaron a Portugal doctores que aprendieron la lengua española, los cuales declararon, cuando la supieron, el uso de sus sacramentos. Dicen lo primero que Sant Filipo les predicó el Evangelio, y que constituyeron los apóstoles que se pudiesen casar los sacerdotes, y si tomaren algún clérigo o obispo con hijo bastardo pierde por el mesmo caso todos sus beneficios. Bautízanse cada año el día de la Epifanía, no porque lo tengan por necesario, sino por memoria y conmemoración del baptismo de Jesucristo: “Et quotidie accipiunt corpus Christi”. Tienen su confesión y penitencia, aunque no extremaunción ni confirmación. En el punto que pecan van a los pies del confesor; no comulgan los enfermos, porque a nadie se puede dar el Sacramento fuera de la iglesia. Los sacerdotes viven de sus manos y sudor, porque no hay rentas, sino cosas de mortuorios. Dicen una sola misa; santifican el

sábado como los judíos; eligen un patriarca de la orden de Sancto Antonio Eremita, cuyo oficio es ordenar; no tienen moneda propia, sino peregrina de otros reinos, sino oro y plata por peso.

JUAN: Ya, ya comenzaba a hacer de mi oficio como vos del vuestro, y cerrar toda nuestra plática, cuando a propósito del preste Juan, o preto Juan, como decís, me vino a la memoria el arca de Noé. Deseo saber si cae a esa parte y qué cosa es, porque todos los que vienen nos la pintan cada cual de su manera.

PEDRO: La mesma pintura y retrato os pueden dar que los pintores de Dios padre y de Sant Miguel, a quien nunca vieron. En Armenia la alta, junto a una ciudad que se llama Agorre, hay unas altísimas montañas, donde está; pero es imposible verse ni nadie la vio, tanta es la niebla que sobrella está perpetuamente, y nieve tiene sobre sí veinte picas en alto. Ella, en fin, no se puede ver ni sabemos si es arca, ni armario, ni nave; antes mi parescer es que debía de ser barca, y de allí vino la invención del navegar a los hombres, y es cosa que lleva camino serlo, pues había de andar sobre las aguas, y Beroso, escriptor antiguo, la llama ansí; y cierto yo tengo para mí que fue el primero Noé que enseñó navegar. Esta tierra cae debajo el señorío del Sofí, que es rey de Persia. Tiene este reino muy buenas cibdades, principalmente Hechmeazín, donde reside su patriarca, como acá Roma; Taurez, donde tiene su corte el Sofí, que se llama Alaziaquín. Año de mill quinientos cincuenta y ocho mató su hijo, por reinar; Cara, Hernet, Bidliz tienen cada diez mill casas; Hazu, cinco mill; Urfa, cinco mill casas, y otras mill cibdades. No difiere la Iglesia de

los armenios de la romana tanto como la griega, y ansí nuestro Papa les da licencia que puedan decir por acá misas cuando vienen a Santiago, porque sacrifican con hostia y no con pan levado, como los griegos. Cerca déste está el Gurgistán, que llaman el Gorgi, un rey muy poderoso, cristiano, subjeto a la Iglesia griega, y tiene debajo de sí nueve reinos. En este reino ni en el del Sofí no consienten vivir judíos. Tampoco me olvido yo de las cosas como Mátalas. Deseo saber qué es lo que apuntastes de vuestro oficio, que yo ya tengo más deseo de escuchar que de hablar.

JUAN: Por tema del sermón tomo el refrán del vulgo: que del predicador se ha de tomar lo que dice y no lo que hace; y en recompensa de la buena obra que al principio me hicistes de apartarme de mi mala vida pasada, quiero, representando la venidera, que hagáis tal fin cuales principios habéis llevado, y todo se hará fácilmente menospreciando los regalos de acá, que son muy venenosos y inficionan más el alma que todas las prisiones y remos

de infieles. Puédese colegir de toda la pasada vida la obligación en que estáis de servir a Dios y que ningún pecado venial hay que no sea en vos mortal, pues para conoscerlos sólo vos bastáis por juez. Simónides, poeta, oyendo un día a Pausanias, rey de Lacedemonia, loarse cuán prósperamente le habían suscedido todas las cosas, y como burlándose, preguntó alguna cosa dicha sabiamente, aconsejole que no se olvidase de que era hombre. Esta respuesta doy yo sin demandármela. Filipo, rey de Macedonia, teniendo nueva de tres cosas que prósperamente le habían suscedido en un día, puestas las manos y mirando al cielo, dijo: “¡Oh Fortuna, págame tantas felicidades con alguna pequeña desventura!”, no ignorando la grande invidia que la Fortuna tiene de los buenos suscesos. Teramenes, uno de los treinta tiranos, habiendo solo escapado cuando se le hundió la casa con mucha gente, y teniéndole todos por beato, con gran clamor: “¡Oh Fortuna (dice), ¿para cuándo me guardas?” No pasó mucho

tiempo que no le matasen los otros tiranos. Grande ingratitud usaríais para con Dios si cada día no tuvieseis delante todas esas mercedes para darle gracias por ellas, y aun me paresce que no hay más necesidad para quererle y amarle mucho de representarlas en la memoria, y será buena oración y meditación haciendo deste mundo el caso que él meresce, habiendo visto en tan pocos años, por experiencia, los galardones que a los que más le siguen y sirven dan,

y cómo a los que lo aborrescen es de acero que no se acaba, y a los que no, de vidro, que falta al mejor tiempo. Comparaba muy bien Platón la vida del hombre al dado: que siempre tiene d’estar deseando buena suerte, y con todo eso, se ha de contentar con la que cayere. Eurípides jugó del vocablo de la vida como merescía. “La vida (dice) tiene el nombre; mas el hecho es trabajo”. ¿Habéis aprendido, como Sant Pablo, contentaros con lo que tenéis, como dice en la carta a los filipenses?: “Sé ser humilde y mandar, haber hambre y hartarme, tener necesidad y abundar de todas las cosas; todas las cosas puedo en virtud de Cristo, que me da fuerzas; ¿qué guerra ni paz, hambre o pestilencia bastará a privaros de una quieta y sosegada vida y que no estiméis en poco todas las cosas de Dios abajo?” Mas como hablando Sant Pablo con los romanos: “¿Por ventura la angustia, la aflicción, la persecución, la hambre, el estar desnudo, el peligro? Persuadido estoy ya (dice) que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados y potestades, ni lo presente ni por venir, ni lo alto ni lo bajo, ni criatura ninguna, nos podrá apartar del amor y afición que tengo a Dios”.

F I N

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