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Ana Mª Martínez Sagi

Venía tu cuerpo moreno...

El beso

Fusión

El deseo

Tu rostro

Venía tu cuerpo moreno
e
n el agua rosada del río.
Un viento, de pena callada,
retorcía los grises olivos.
Venía tu cuerpo moreno,
inmóvil y frío.
El agua, cantando, pasaba
por tus dedos rígidos.
¡Venías tan pálido,
soldado, en el río!
La boca cerrada, las manos heladas,
la piel como el lirio;
y una herida roja, en la frente blanca,
y una luz de aurora, en los ojos limpios…
¡Qué muerte la tuya, soldado del pueblo,
bravo miliciano, corazón amigo;
qué muerte más dulce, cien brazos de agua
ceñidos en torno de tu rostro lívido!
No venías muerto sobre el agua clara;
sobre el agua clara, venías dormido:
un clavel granate, en la sien nevada,
y en los ojos quietos, dos luceros vivos.
¡Qué pálido y frío,
venía tu cuerpo moreno
sobre el agua rosada del río!

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EL BESO

¿En qué océanos áureos y arrebatados me hallo?

¿En qué rompientes duras en qué surcos de fuego?

¿En qué simas fugaces en qué abismos rugientes

me sostengo y me hundo me levanto y me pierdo?

El corazón al rojo

ha marcado certero

la huella perdurable

de este minuto intenso.

Olvidar. Olvidar

todo el pasado muerto.

Sentirse florecer

el corazón y el cuerpo

y en una tierra virgen

resucitar de nuevo.

¿Qué puñales de luna qué dardos acerados

abren mi cuerpo frío y me penetran ciegos?

¿A qué vértigos puros a qué cuencas recónditas

a qué cielos efímeros a qué vastos incendios

hechizada y demente

me conduce tu beso?

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FUSIÓN

Me persigues ¡oh sombra!

con obstinación fría

atándome los puños

segándome la risa

parándome la sangre

y el pulso de la vida.

A tu viento tenaz

dócilmente me inclinas.

Te prolongas en mí

penetrando furtiva

mis silencios de yedra

mis murallas erguidas.

Ya mi voz no es mi voz

ni la tristeza es mía

ni sé ya qué raíz

está ardiendo en mi herida.

Suspendida en el tiempo

sobre enjambre de cimas

de mareas nocturnas

de selvas abatidas

emigro ineluctable

como un agua suicida

al desierto angustiado

de tu alma sin orillas.

 

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EL DESEO

Noche

de insomnio negro.

Sobre un talud de cardos

crispada me recuesto.

En cada pliegue blando

recóndito del lecho:

una espina de miel

un cuchillo de fuego.

Incrustado

a mi cuerpo

tentáculo feroz

y agresivo: el deseo.

Gritos broncos derriban

murallas de silencio.

Sofocante me absorbe,

la boca que no tengo.

Mordaza de mi mutismo.

Pantera de mi desierto.

Hoguera de mi penumbra.

Abismo de mi tormento.

En un rojo

revuelo

de combates

sin freno

abierta

desmembrada

me consumo y me pierdo.

En la noche demente

resucitada muero:

con la boca quemada

con los flancos ardiendo.

Lívida madrugada

cortará el aire denso.

Y el rostro que persigo

morirá en el espejo.

 

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TU ROSTRO

Pacientemente sí.

Porfiadamente sí.

En mármoles de olvido

en bronces de congoja

en granitos de ausencia

día tras día noche

tras noche con dulzura

he labrado tu rostro.

Tu rostro que inventé

hoy pervive en mis ojos

va siguiendo mis pasos

hasta borrar el tiempo

hasta velar mi nombre

hasta cubrir las islas

de luz de la memoria.

Amorosamente sí.

Angustiadamente sí:

he labrado tu rostro.

Traspuse pavorosas vorágines de gritos

derribé cordilleras

descendí por los anchos

océanos secretos

descorriendo el cerrojo de las noches hostiles

del ansia adormecida

de mi voz ahogada

en canteras de angustia.

Aurora tras aurora.

Ocaso tras ocaso.

Ni demente ni cuerda:

así labré tu rostro.

¡Y nadie lo descubre

vibrando entre mis manos!

¡Oh rostro conquistado!

Ardiente quemadura.

Grito tenso del sueño.

Fiel herida del alma.

¡Estatua de fulgor

que no podrás robarme!

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