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       No volver頳iquiera la mirada para mirar a la mujer amada... Pero d�lo fuerte, de tal modo que tu voz, como toque de llamada, vibre hasta en el m᳠�imo recodo del ser, levante el alma de su lodo y hiera el corazomo una espada. Si T� dices: 楮!യdo lo dejo. Llegar頡 tu santuario casi viejo, y al fulgor de la luz crepuscular; mas he de compensarte mi retardo, difundi鮤ome, 謠Cristo!, como un nardo de perfume sutil, ante tu altar. | 
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         En 
      las ondas del verde caimanero, estriadas de luz en ᵲeas venas, un grupo bullicioso de sirenas juega y canta su canto lisonjero. Es la luna de nᣡr un venero, y al baᲠese nᣡr las serenas extensiones del golfo, de iris plenas, finge hervores de perlas cada estero. Dos sirenas del coro se retiran: se quieren y se atraen; tornan, giran, se besan en los labios escarlata, sum鲧ense abrazadas en las olas, y resurgen unidas sus dos colas como una lira tr魵la de plata. | 
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 Flamean corruscantes las chaquetillas, la luz sobre las ropas tiembla y resbala, y fingen pirotecnias las banderillas y auroras las bermejas capas de gala. El sol arde en los gajos de las sombrillas, el clar�su alarido de muerte exhala, y el diestro, ante los charros y las mantillas a la bestia que muge brinda y regala. En tanto, una damita, toda nerviosa, se cubre con las manos la faz hermosa que enmarcan los caireles de seda y oro, y entreabre en abanico los leves dedos para ver tras aquella reja, sin miedos, 
      c�brota la 
      noble sangre del toro. | 
| Este es el dedo chiquito y bonito: al lado de 鬠 se encuentra el seﲠde anillos; luego, el mayor de los tres. Este es el que todo prueba, y sobre todo la miel. -ੳte m᳠gordo del todo? -Este, el matapulgas, es. 
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			Cada 
			rosa gentil ayer nacida,  
			Aﳠ
			ha que contemplo las estrellas  
			Cada 
			vez hallo la Naturaleza  
			Quiero 
			ser inmortal, con sed intensa,  |