De
calvos
y
pelucas

Modesto Lafuente

 H

é aquí dos cosas bien comunes y bien influyentes en la  moral y en las costumbres de nuestra sociedad, y que a

pesar de ser dos puntos tan capitales, no tengo noticia de que hayan sido tratados por ningún escritor bajo estas relaciones.

Siento que me haya sido reservada esta materia, a mí Fr. Gerundio, tan calva-trueno como el que más. Sin embargo,

procuraré tratarla con toda imparcialidad posible, prescindiendo de ser parte interesada. Convendrá para el mejor acierto proceder por el orden de antigüedad, en cuyo caso pienso que la aplicación del derecho de primogenitura no debe ofrecer cuestión ni litigio, puesto que ni los legisladores, ni los moralistas, ni los físicos han dudado jamás que las calvas hayan sido anteriores a las pelucas.

      Una calva no es siempre signo de ancianidad, ni tampoco procede siempre de la causa a que la atribuyó Plinio al decir

aquello de cito calcescunt. No señor, calvas jóvenes hay de origen bien honesto; pues aparte de las que nacen de enfermedades

en que no ha tenido participación la mala vida pasada, las hay también originadas del excesivo estudio y del mucho discurrir, lo cual diz que seca y consume el jugo del cerebro, de que resulta caerse el cabello al símil de las plantas cuando les falta el jugo de la tierra. Y no hace muchos años que la calvicie era tan honrosa, literariamente hablando, que una cabeza mondada era el mejor diploma para ser tenido par un gran doctor del gremio y claustro, y por el más respetable y sabihondo padre maestro de la orden.

una calva y unos anteojos eran los dos instrumentos fehacientes de la insondable ciencia de Nos el doctor. Para ser sabio a prima facie era menester ostentar por cabeza un melón, y no ver, como dice el vulgo, siete sobre un asno; aunque en verdad sea dicho, a pesar de mi buena vista yo jamás he podido ver este gracioso grupo.

       De todos modos una calva, sobre el respeto que naturalmente inspira, es siempre el símbolo de algunas virtudes.

       Por ejemplo, ¿cómo no ha de representar una calva la virtud de la franqueza? Con todo eso un calvo no es un hombre
liso y llano. La lisura no puede disputársele, pero la llaneza no se le puede conceder.
      Un calvo es también el emblema de la ocasión. Un calvo es igualmente un señor de coto redondo, en cuya posesión nadie puede intrusarse a cazar, ni aun el mismo dueño, porque no hay caza, porque no tienen donde albergarse los insectos y animales incómodos y dañinos, lo cual es una ventaja.
      Un calvo no puede tener pelo de tonto: de lo cual ha venido acaso el dicho vulgar de que ningún burro se ha vuelto calvo.
      En cambio tienen los calvos no pocas cosas contra sí. Por juicioso que sea un hombre calvo le llaman calavera, y no puede demandar de calumnia. Las jóvenes le huyen, y por más que lo sienta y rabie, no puede tener el desahogo de tirarse de los pelos. La cabeza de un calvo es un manantial de metáforas satíricas y burlescas. Toda cosa ovalada y lisa, toda figura redonda y tersa se compara a la cabeza de un calvo, y el término de asimilación que más frecuentemente ocurre es una parte del cuerpo de los niños, que solo en confianza permiten las leyes sociales nombrar, y que a semejanza de los jefes irresponsables de un estado, solo bajo muy embozadas alusiones puede entrar en el dominio de la prensa.
      Nada hay en que con más rigor ejerzan su influjo las afecciones atmosféricas que sobre una calva. Sin abrigo ni amparo que temple y modifique los ardores del sol y la crudeza de la escarcha, la cabeza de un calvo vive en verano bajo la zona tórrida, y en invierno bajo la glacial. Si el resto del cuerpo tiene una temperatura de 20 grados sobre O, sobre el cráneo señalaría muy bien el de Réaumur sus 35.
       Agréguese se a esto que las moscas, amigas de las superficies tersas y resplandecientes, y que al revés de las hormigas aborrecen los lugares subterráneos y gustan de maniobrar a campo raso como las tropas de caballería, escogen siempre las calvas para teatro de sus paseos, de sus juegos, y de todas sus acciones naturales. Perseguirlas en tan escampado terreno es castigarse a sí mismo, es cachetearse sin piedad.
      La calva por otra parte es un ramo de economía doméstica. Para un calvo son excusados los peluqueros: los aceites, pomadas y demás cosméticos sobran; los peines y cepillos están demás. Tres presupuestos no despreciables que desde luego da por suprimidos en su sistema administrativo interior.

      Vengamos a las pelucas.
      Las pelucas, aunque menos antiguas que las calvas, no se crea por esto que han sido invención de ayer. Y por más que dijan que el primero que gastó peluca fue un abate del siglo XVII llamado la Rifiere, hay quien hace subir su antigüedad al tiempo de David, suponiendo que se hace mención de ellas en el capítulo 19 del libro I de los reyes; y hay quien la remonta al tiempo de Isaías, fundando su opinión en el capítulo III de sus profecías. Muchos son de sentir que desde muy antiguo estaban en uso entre los griegos y los romanos. Mas lo que no puede dudarse es, que en el principio de la era cristiana deberían ser las pelucas mueble usnal y corriente, puesto que San Pedro se tomó la liberdad de pedir pelo a Cristo, y este le respondió que no era peluquero: respuesta bien merecida a petición tan indiscreta.Respuesta como de quien la dio.
      Dice Manilio en su Astronómico que los que han nacido en el signo de Tauro bajo la influencia de las pléyadas, están destinados a llevar peluca. Si es cierto, bien pueden decir los tales que el toro y las cabrillas son para ellos doblemente malum signum.
      Las pelucas tienen también sus ventajas y desventajas, su moralidad y su inmoralidad. Una de las ventajas principales,
además del abrigo, que por conocida se calla, es sin disputa la de rejuvenecer el rostro y cabeza del que la usa. Don Frutos, hombre de 55 cumplidos, que visto en su estado natural y al descubierto supondrá cualquiera que tiene a su hijo asegurado de quintas por padre sexagenario, se planta la peluca, se presenta y nadie se atrevería a darle su voto para senador suponiendo que sería nulo por no llegar á los 40 quela ley exige en los que han de pertenecer á la alta cámara. Cinco o seis lustros retrocedió en la carrera de la vida con solo plantarse la peluca.
      Don Nemesio el calvo, es hombre que gusta de aventuras y a quien conviene muchas veces hacer el incógnito. Si Don
Nemesio no gastara peluca sería siempre Don Nemesio el calvo. Pero tiene un repuesto de pelucas, unas rubias y clásicas,
otras románticas y negras, y otras en fin color castaño oscuro, y alternando Don Nemesio de cabelleras, como diz que Aníbal para no ser conocido de los galos y poderlos sorprender, hace mil diabluras el tal Don Nemesio, siempre otro y siempre el mismo. Para él la calva es un recurso, la peluca un comodín, y hé aquí otra de las ventajas de las pelucas, la de fácil y variado disfraz.
     Don Atilano viaja con su pasaporte en regla. «Señas del portador. — Edad 38. — Pelo negro etc.» Hace Don Atilano una fechoría . . . requisitorio ... un hombre de estas señas . . . prenden á Don Atilano, pero Don Atilano ha tenido buen cuidado  de arrojar la peluca en el camino, o de guardársela en el bolsillo del sur-tout. «Señas del preso: edad unos 60 poco más o menos, calvo . . . etc.» No es el que se buscaba. Don Atilano es puesto en libertad. Así las pelucas son muchas veces causa de la impunidad de los delitos.
      En cambio las pelucas tienen también sus desventajas. Un descuido puede producir fácilmente una seria ruptura en las relaciones mejor entabladas y sostenidas, especialmente en negociaciones amorosas. Tres años llevaba mi amigo Don Dieguito de derretido galanteo y estrecha intimidad con Tomasita, la heredera presunta del conde de Camposeco. Las negociaciones iban tocando a un desenlace feliz. Pero una mañana de verano, hallándose en sabroso coloquio los dos amantes, antojósele a una atrevida pulga introducirse entre el cráneo y la peluca de mi amigo: sintió este la incomodidad de la picazón, y por un movimiento primo -primo que dicen los moralistas, de estos movimientos que no se premeditan por ser tan naturales, llevó súbitamente la mano a la cabeza, dirigió los dedos en busca del punzante insecto vía recta del sitio picado, levantó la peluca, advirtiólo Tomasita que hasta entonces ni siquiera había sospechado que no fuese cabello natural, miróle en sorpresa, dióle un vuelco el corazón .... y adiós negociaciones: desde aquella fecha tuvo Don Dieguito que hacer denuncia forzosa a la mano de Tomasita y a la herencia de Camposeco.
     ¡Y a cuántos azares como estos no expone un descuido en la peluca! Considerada en su relación con las costumbres,
indudablemente una peluca es una cosa inmoral. Ella es una mentira de pelo, no solo tolerada y consentida, sino autorizada
también. Un hombre con peluca es un proyecto de falsificación de los libros bautismales de la parroquia: es un suplantador de la fe de bautismo a quien nadie sin embargo castiga.
      A veces se descubre la falsedad del documento por sí mismo; como acontece, y no con poca frecuencia, cuando en derredor de los bordes y límites de una peluca negra y lustrosa asoman unos cuantos cabellos naturales blancos como un armiño. En este caso la cabeza misma se va acusando del anacronismo de que adolece.
      Otras veces sucede también que a las márgenes y orillas de una peluca rubia y dorada como el alambre (por cuyo color
se suelen pronunciar comunmente los mayores en edad, dignidad y gobierno) se divisa tal cual mechón de pelo natural castaño o gris. Discordancia fatal entre lo natural y lo accesorio, y recuerdo triste de la poca armonía que en nuestra época guardan las leyes orgánicas con los artículos de ley fundamental del Estado.
      Cuando la calvicie no es general, sino parcial o tópica, entonces en vez de peluca entera se gasta lo que llamamos bisogné. Una cabeza de esta especie tiene dos representaciones: con el bisogné puesto es la reforma parcial de un abuso, como todas las que nuestros políticos han alcanzado a hacer; quitado el bisogné queda un eclipse parcial de luna visible. Así los bisognés son signos alegóricos en política y en astronomía.
      Tanto los bisognés como las pelucas reproducen, aunque imperfectamente, el sistema de la metempíicosis de Pitágoras;
puesto que si no representan la trasmigración de las almas,representan a no dudar la trasmigración de cabellos. Y tal habrá que lleve sobre su cráneo el pelo de una hermosa doncella, tal que vaya cubierto con la cabellera de su abuelo que murió de muerte prematura, y tal que marche adornado con las superfluidades del mismo mayordomo que le había pelado á él...¡Admirable fusión hecha por la cooperación de la casualidad y de la mano de un peluquero!
      Expuestas las ventajas y desventajas, la moralidad y la inmoralidad, los defectos y las virtudes, junto con la respectiva
influencia de las calvas y las pelucas,  cada calvo optará por el sistema que mas a su gusto se acomode. Por mi parte no ha sido dudosa la elección, puesto que más de una vez escribiendo para el público he hecho mención honrosa de mi peluca, que con esta ocasión tengo el gusto de ofrecer a mis lectores, por si alguno gustare de ella: si bien creo será inútil el ofrecimiento, pues en vez de aceptarla, estoy viendo que más de un calvo echaría de buena gana una peluca al autor del artículo.

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